La caza de ballenas a lo largo de los años ha tenido un efecto inesperado: ha afectado a su diversidad genética

Los restos óseos dejados atrás por la industria ballenera de la primera mitad del siglo XX han sido isntrumentales en este trabajo

Corte Balleneros
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La isla San Pedro, o Georgia del Sur, cuenta con un paisaje particular, marcado por miles de huesos de ballena dejados atrás por la industria ballenera activa en la zona hasta mediados del siglo XX. Este hecho ha servido a un equipo de científicos para analizar uno de los impactos de la caza de ballenas, una práctica hoy prohibida en casi todos los contextos.

El impacto en la diversidad genética de estos cetáceos concretamente. Y por concretar más aún, el estudio se centró en tres especies de ballena, la ballena azul (Balaenoptera musculus), la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) y el rorcual común (Balaenoptera physalus).

La caza de ballenas alcanzó a mediados del siglo XX su mayor dimensión. Según datos de la Comisión Ballenera Internacional, en 1964 se cazaron más de 80.000 ballenas en el mundo, aunque es posible que estos datos representen una estimación conservadora. Esto llevó a varias especies al borde de la extinción y a su “extirpación” (una extinción localizada) de algunos territorios. Esto tuvo su impacto sobre la diversidad genética de estos mamíferos marinos.

Ahora, un estudio ha observado esta pérdida de diversidad en varias especies de ballena. Lo hizo comparando los restos óseos dejados atrás por la industria ballenera en la isla San Pedro. Esta isla, situada en el Atlántico sur, cerca de la Antártida y del archipiélago de las Malvinas, contaba con una importante base de la flota ballenera y en ella se procesaban las ballenas cazadas en la región.

Los resultados del estudio

Los restos descartados ha servido, décadas después, para analizar cómo ha cambiado la genética de las poblaciones de ballenas a lo largo del último siglo. Este trabajo fue recientemente publidado en un artículo en la revista Journal of Heredity.

El estudio fue liderado por investigadores del Marine Mammal Institute de la Universidad Estatal de Oregon (OSU). El equipo observó una menor diversidad genética en las poblaciones actuales de ballenas en comparación con la diversidad mostrada por los restos óseos hallados en la isla en dos de las tres especies analizadas.

Los autores del estudio señalan que este podría estar infraestimando la pérdida en la diversidad. El motivo es la larga esperanza de vida de los cetáceos estudiados. Algunas de las ballenas contemporáneas estudiadas podrían haber estado vivas hace 100 años, al tiempo que las ballenas cuyos restos óseos fueron estudiados.

La menor diversidad observada en el estudio aparece vinculada a la pérdida de linajes maternales durante el periodo estudiado. En las ballenas la transmisión de información “cultural” se realiza de forma matrilineal. Estas “memorias culturales”, como se refieren a ellas los autores, abarcan, por ejemplo, la información que se transmite respecto a lugares de caza y de apareamiento, que se transmite de generación en generación.

Al perderse  linajes maternales también se pierde esta información.

Décadas después del fin de la pesca a gran escala de ballenas, la caza de estos cetáceos sigue siendo fruto de importantes polémicas. La pesca comercial de estos animales está prohibida por motivos de conservación, pero la “pesca científica” es a menudo utilizada, denuncian las ONGs, como forma de encubrir la pesca comercial.

La amenaza sigue por tanto pendiendo sobre la conservación de estas especies. “Es reseñable que estas especies hayan sobrevivido”, explicaba en una nota de prensa Angela Sremba, una de las autoras del trabajo.

“En otros 100 años, no sabemos qué pueda cambiar y no podemos medir cualquier cambio ahora si no contamos con una buena comprensión del pasado” añadía Sremba. “Este trabajo provee una oportunidad para reconstruir la historia de estas poblaciones de ballenas y nos ayude a entender qué es lo que realmente se ha perdido por causa de las actividades balleneras.”

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Imagen | Scott Baker, Marine Mammal Institute, OSU / NOAA Photo Library

*Una versión anterior de este artículo se publicó en noviembre de 2023

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