Cojamos a 29.600 personas y preguntémosle si tienen la intención de cambiar sus hábitos de vida o estar más activos. La respuesta cambiará, claro; pero, por regla general, la mayoría de ellas dirán que no y, consecuentemente, seguirá inactiva. Lo interesante no son ellos.
Lo interesante es que casi la mitad de los que sí que tengan la intención de cambiar, seguirán exactamente igual de inactivos que los primeros. Y no lo decimos nosotros, lo dice una revisión sistemática publicada en el British Journal of Sports Medicine.
La pregunta es por qué.
Y la respuesta parece clara: por la ley del mínimo esfuerzo.
Aunque a veces parece que eso de la "ley del mínimo esfuerzo" es algo a medio camino entre el sentido común y el refranero popular, lo cierto es que los científicos llevan décadas estudiando si es algo real y las implicaciones que podría tener en nuestro día a día. Especialmente cuando hablamos de actividad física.
¿Qué dice exactamente esta teoría? En términos generales, los defensores de esta idea proponen que existen "procesos neuropsicológicos a nivel del individuo que favorecen la implementación y desarrollo de conductas costo-efectivas"; es decir, que hay toda una serie de procesos automáticos que nos 'empujan' a reducir el gasto energético.
Hay buenas razones evolutivas (y de todo tipo) para que esto se así. De hecho, "el hacer más con menos" es una característica que nos ha acompañado a lo largo de la historia de la humanidad.
A veces, a nuestro pesar. Como en el tema que nos ocupa. En una época en la que el sedentarismo se ha convertido en un auténtica epidemia, la ley del mínimo esfuerzo juega en contra de nuestra salud. No son solo mecanismos innatos que nos hacen reducir nuestra actividad, sino también consumir más comida y buscar actividades que sean agradables a corto plazo (aunque sean malas a largo plazo).
El problema es que este tipo de mecanismos neuropsicológicos actúan de una forma que podríamos llamar "inconsciente" y afectan a nuestro día a día sin que muchas veces seamos capaces de reconducir la situación.
¿Es una trampa de la que no podemos escapar? No, no exactamente. Es más útil conceptualizarlo como un "sesgo", como una pequeña 'desviación conductual' que nos lleva escora a un lado poco a poco. En distancias cortas, esa desviación no se percibe, pero cuando vamos acumulando kilómetros es capaz de situarnos muy lejos de nuestro destino.
La buena noticia es que, teniéndolo en mente, es relativamente sencillo implementar 'controles' o 'técnicas' que nos ayuden a mejorar. Es decir, estrategias para activarnos.
¿Cómo podemos actuar contra esa minimización del esfuerzo? Las técnicas de activación conductual son viejas conocidas de la psicología aplciada al deporte. De ellas podemos sacar algunas reglas básicas que nos ayudan a corregir esa tendencia al sedentarismo.
- Entender que para cambiar cómo nos sentimos (y lo que "nos apetece" es esencialmente un sentimiento) hay que cambiar lo que hacemos.
- Hemos de estructurar y programar esas actividades (esas cosas que hacemos) de acuerdo a un plan y no a un estado de ánimo.
- Es más fácil iniciar los cambios poco a poco.
- Y si buscamos actividades que de forma natural nos refuercen y nos parezcan atractivas.
- En general, siempre es mejor 'hablar menos' y 'actuar más'.
Imagen | Sam Sabourin
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