La crisis de refugiados sacudió los cimientos de la Unión Europea como pocos acontecimientos durante el último cuarto de siglo. Los desencuentros entre los países fueron bruscos; el cierre de fronteras y la suspensión de mecanismos aperturistas como Schengen, habituales; y la resolución adoptada, el acuerdo con Turquía para la gestión del flujo de migrantes, criticadísima. Ante todo, la crisis evidenció una ausencia de solidaridad entre los estados, cuando no una abierta xenofobia hacia los millones de personas que llegaban a Europa.
¿Se podía haber hecho de otro modo? Colombia opina que sí.
20.000 niños. Ayer mismo el gobierno de Iván Duque anunció una medida en las antípodas de las tomadas por los socios europeos: otorgar la nacionalidad a más de 20.000 niños nacidos en territorio colombiano de 2015 pero de padres venezolanos. En Colombia, como en España y otros países, nacer dentro de las fronteras del país no asegura acceder a la nacionalidad. Sin embargo, y ante el riesgo de que todos ellos queden apátridas, el ejecutivo colombiano ha decidido hacer una excepción.
Aquellos hijos de venezolanos que nazcan a lo largo de los próximos dos años también serán ciudadanos colombianos.
¿Por qué? Colombia atraviesa una crisis de refugiados similar a la europea. Más de 1,4 millones de venezolanos se agolpan en la frontera este del país, fruto de la crisis política y económica que atraviesa el régimen de Maduro. Duque decidió abrir las fronteras de Colombia (pese a cierres temporales). Desde entonces, numerosos venezolanos exiliados han sido padres. La ausencia de relaciones entre ambos países, fruto de la enemistad de ambos gobiernos, hacía imposible para estos registrar a sus hijos como ciudadanos venezolanos.
Contexto. Las circunstancias son distintas a las europeas, como es natural. Por un lado, la afinidad cultural e histórica entre Venezuela y Colombia es muy superior a la de, pongamos, Siria y Dinamarca. Ambos países comparten vínculos, hablan la misma lengua y rezan al mismo Dios. Por otro, la reacción de Duque viene motivada por su crítica al gobierno de Maduro. Colombia reconoce a Guaidó como presidente y no tiene relaciones con el ejecutivo venezolano. Aceptar a sus refugiados es una forma de minar la legitimidad de Maduro.
Mérito. Pese a todo, hay cierto triunfo moral en la decisión de Colombia, como muy bien sabe Duque. Sus palabras tras anunciar la medida:
Hoy Colombia le muestra al mundo una vez más que, aunque tenemos limitantes fiscales y un ingreso por habitante de menos de 8.000 dólares, muy inferior al de países europeos que han enfrentado crisis migratorias, nosotros sabemos hacer también de la fraternidad un sentimiento de solidaridad.
El dardo es explícito. El reto de Latinoamérica en su conjunto es gigantesco. Más de 4 millones de personas han abandonado Venezuela durante los últimos años. Muchas de ellas no se han quedado en Colombia, sino que han viajado a otros países, como Ecuador, Perú o Chile. Se trata de un reto global, ascendente (llegarán a 5,4 millones este año) y muy complejo para naciones con poco músculo financiero. Todo ello entre la pasividad global: de los $738 millones solicitados a la ONU para lidiar con el problema, la comunidad internacional ha comprometido el 23%.
Otras aristas. Frente a un reto enorme y con un presupuesto insuficiente, Colombia ha decidido abrir sus puertas. Quid pro quo? Dentro del país hay entre 3 y 7 millones de desplazados internos a causa del conflicto violento con las FARC y otros grupos armados. Se cree que alrededor de 400.000 colombianos aún viven refugiados en Ecuador o Venezuela. Como ilustra este reportaje de Vox, muchos colombianos tienen en la memoria la generosidad de sus vecinos en el pasado. Ahora, simplemente, les están devolviendo el favor.
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