Ciudad sin cruceros, tasas y tarifas de entrada, multas por grupo grandes, cambios en Google Maps, señales que no indiquen el paraíso o incluso el acoso al turista. Estas y otras muchas “iniciativas” de los últimos meses parecen indicar claramente que el movimiento anti-turismo en algunos enclaves del planeta está lejos de amainar. Mientras tanto, un espacio parece tener todas las manos ganadoras. En Islandia, la naturaleza les ha dado un espacio al que las masas pueden acudir, aunque el riesgo es únicamente del que quiera llegar hasta allí.
Visitar un volcán en activo. Lo estuvimos contando gran parte del final de 2023 y los primeros meses de este año. Tras varias señales, entró en erupción un volcán de la península de Reykjanes en Islandia. La noticia en este caso es que la ciudad islandesa de Grindavík ha reabierto su sitio volcánico tras seis erupciones, atrayendo así a turistas que buscan experimentar de cerca la potencia natural del lugar.
¿El problema? Aunque las zonas peligrosas están delimitadas, el acceso sigue siendo bajo responsabilidad propia del “interesado” y, de hecho, se desaconseja la entrada a niños y personas con dificultad de movimientos debido al calor extremo y al vapor que aún emana del suelo. Mientras, los científicos monitorean la actividad volcánica ante la posibilidad de nuevas erupciones en los próximos meses.
“Nadie te salvará”. Es el slogan oficial dirigido a los turistas. Todo un contrasentido teniendo en cuenta que es la zona de mayor atractivo turístico del enclave. De hecho, y como ha explicado al Guardian Gunnar Schram, el jefe de policía de Suðurnes, la región de la península islandesa de Reykjanes, “los turistas que vienen a Islandia nunca han visto la lava de cerca. Si no fuera por las barreras que rodean Grindavík, la mayor parte de la ciudad estaría hoy bajo lava. No es difícil ver que a la gente le interesa eso”, señala.
Dicho de otra forma, el atractivo por acercarse a un volcán activo es tan fuerte que ni siquiera la persona encargada de garantizar el comportamiento de la gente en el lugar de la erupción de Grindavík, que abrió al público este lunes, puede negar su majestuosidad y “peligro”, todo en el mismo saco.
Ciudad “fantasma”. Lo cierto es que no hay mucho más que visitar en la zona. A pesar de la popularidad turística de la que disfruta estos días, las erupciones han obligado a evacuar a gran parte de la comunidad de Grindavík. Con una población de 3.800 personas antes del fenómeno, hoy la localidad se encuentra casi deshabitada, con viviendas y negocios en ruinas y la mayoría de los inmuebles adquiridos por el gobierno.
De hecho, de los pocos residentes que han regresado, la mayoría lo han hecho con una idea clara: reabrir negocios como Grindavík Guesthouse, cuyo atractivo se centra en la proximidad a los campos de lava.
Turismo sí, pero no. Obviamente, el sitio atrae a la gente fascinada por el espectáculo natural y la experiencia única de caminar cerca de lava reciente, pero como decíamos, las autoridades también advierten claramente sobre los riesgos. Y mientras tanto, los datos que maneja la junta de turismo local reportan una recuperación gradual en las visitas, con 1.7 millones de visitantes en Islandia entre enero y septiembre de 2024.
Datos que no son bien vistos por todos. En junio contamos que, ante la amenaza de hordas y masificación, Islandia estudiaba ya cómo ajustar su política fiscal para que la cada vez mayor afluencia de turistas no acabe saturando el país insular. ¿Cómo? Sus autoridades han recuperado este año un impuesto para turistas que se aplicaba antes de la pandemia y reconocen estar estudiando cambios en su modelo de tasas. El objetivo: beneficiarse del turismo... sin caer en el sobreturismo.
Un indicador más. Además, no era la primera vez que el Gobierno de Islandia dejaba entrever que echará mano de los impuestos para evitar los efectos de la saturación turística. En septiembre del año pasado, todavía con Katrín Jakobsdóttir en el cargo de primera ministra, las autoridades reconocían mirar a la política impositiva como una forma de protegerse del exceso de viajeros. "El turismo ha crecido de forma exponencial en Islandia en la última década y eso obviamente no solo afecta al clima", advertía entonces Jakobsdottir durante una entrevista con Bloomberg.
"Además la mayoría de nuestros huéspedes visitan la naturaleza y eso crea una presión", recalcó la dirigente. Bloomberg apuntaba que una de las estrategias que tendría sobre la mesa el Gobierno para frenar la factura de la masificación turística es subir los impuestos a los visitantes que se alojan en el país. Si bien Jakobsdottir matizaba que, al menos al principio, las tasas aplicadas no serían elevadas.
El “boom” de las erupciones. Todo ello hace que el turismo islandés afronte un escenario complejo. Como vemos, a lo largo del año el país ha sufrido erupciones volcánicas que han afectado a algunas de sus zonas más turísticas. Las continuas erupciones han amenazado de muerte a espacios como la ciudad costera de Grindavik, obligando a evacuar el spa geotérmico Blue Lagoon, un destino popular entre los visitantes. Y pese al desafío, el sector turístico de Islandia no hace más que subir en cifras.
En 2010 el país registraba apenas 1,77 millones de turistas, considerablemente por debajo de los 2,5 en los que se situará a mediados de esta década si las previsiones aciertan. Su peso económico ha llegado a ser tal que en 2023 el sector turístico llegó a representar el 8,5% del PIB, sensiblemente por encima del 7,5% de 2022 o el 8,2% en el que se movía antes del COVID.
Turismo y peligro. Como vemos, no deja de ser contradictoria la reapertura de la zona en los alrededores del volcán. Un espacio donde, de alguna forma, se incita a la visita, pero los visitantes son advertidos: aquellos que se aventuran fuera de las áreas seguras y delimitadas, no recibirán rescate alguno si lo necesitaran.
Una suerte de eslogan del movimiento anti-turismo. La atracción volcánica de Grindavík resalta la dualidad de Islandia como destino para las masas y su exposición a los peligros naturales. Mientras empresas de turismo locales han comenzado a ofrecer recorridos guiados para mostrar el impacto de las erupciones y los cambios en el paisaje, el propio desarrollo que se pretende, el de un turismo volcánico sostenible, enfrenta desafíos tan impredecibles como la propia naturaleza de las erupciones y el daño potencial, tanto a visitantes como los recursos.
Imagen | Ruslan Valeev (Unsplash), Sparkle Motion
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