Estamos buscando tierras raras en lugares remotos, pero el gran desafío es otro: aprender a reciclarlas

Estamos buscando tierras raras en lugares remotos, pero el gran desafío es otro: aprender a reciclarlas
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Si hay dos calificativos que definan a las “tierras raras” no son —ironías del mercado— ni su condición de tierras ni desde luego su naturaleza extraña. Más bien le vienen al pelo las etiquetas de valiosas. Y estratégicas. La primera por la importancia que han cobrado en el sector tecnológico. La segunda, porque su valor económico y geopolítico las ha convertido en materiales clave que ya estamos buscando en lugares tan remotos como la gélida Groenlandia o el fondo del Pacífico.

Así las cosas, la gran pregunta es: ¿Y por qué no sacar mayor partido de las que ya tenemos y mejorar su reciclaje? Parece obvio, pero la respuesta es más compleja de lo que parece.

Pongámonos en contexto. Con la etiqueta de “tierras raras” nos referimos en realidad a un grupo de 17 elementos químicos entre los que figuran el escandio, itrio o lantánidos. Los hay relativamente abundantes. Y otros que no resulta tan fácil encontrar. Todos comparten sin embargo un rasgo: son críticos para una industria tecnológica que los emplea —entre un largo etcétera— en las baterías, turbinas o dispositivos conectados. Su papel es crucial por lo tanto para procesos tan relevantes como la transición hacia una movilidad y energía más respetuosos con el medio ambiente.

La importancia del contexto. Esa relevancia les ha dado un papel geoestratégico más que relevante. La razón es muy sencilla. A pesar de su importancia, la extracción y suministro de “tierras raras” no está equilibrada a nivel internacional. En su mapa China juega un rol crucial. Según datos de la IEA, en 2019 el gigante asiático representó el 60% de la producción global de elementos de tierras raras (REE). Su control es incluso más férreo en la fase de procesamiento.

Semejante situación no es cómoda para el resto de países, que han activado mecanismos para aflojar la dependencia de China. Japón quiere buscarlas en el fondo del océano, Turquía presume del potencial de sus propios recursos, hay compañías que apuestan por su extracción en Groenlandia y en EEUU, Australia o Europa se han registrado movimientos, algunos tan importantes como el que acaba de dar la minera LKAB, que asegura haber identificado un enorme yacimiento en Suecia.

Una demanda al alza. Como telón de fondo, tenemos una demanda que ha crecido de forma considerable a lo largo de las últimas décadas. Science News precisa que en 2021 se extrajeron a nivel mundial 280.000 toneladas métricas de tierras raras, lo que supone unas 32 veces más de lo que se extraía a mediados de los 50. Si miramos hacia el futuro, hay quien calcula que en cuestión de dos décadas necesitaremos hasta siete veces más tierras raras. Y todo esto, recordemos, referido a elementos claves para las computadoras, móviles, láseres, fibra óptica y pigmentos, entre otras múltiples aplicaciones. Científicos hay incluso que ya trabajan en alternativas para despejar ese escenario. Otros miran con esperanzas las posibilidades de la minería espacial.

La extracción de las tierras raras tampoco resulta sencilla. Las firmas mineras deben excavar grandes cantidades de mineral y poner en marcha un proceso que no está exento de puntos débiles: requiere energía y tiene un impacto sobre el medio, llegando incluso a generar desechos radiactivos.

¿Y por qué no reciclar los materiales las que ya tenemos? La pregunta es pertinente. Al fin y al cabo llevamos ya bastantes años reciclando otros muchos recursos, como el aluminio o níquel. Su potencial es además igual de interesante. Science News calcula que si lográsemos pulir el proceso, en cuestión de unadécada el mercado de imanes de tierras raras podría ver cubierta alrededor de la cuarta parte de su demanda de tierras raras a través del reciclaje. No es un porcentaje menor.

“A pesar de estos hechos, normalmente solo alrededor del uno por ciento de los REE se reciclan a partir de productos finales. El resto se desecha y elimina del ciclo de materiales”, advertía un estudio publicado en 2018 en la revista Current Opinion por un grupo de investigadores de la Universidad de Nevada (UNLV). En el informe recalcaban el potencial futuro que ofrecería el proceso.

Prometedor, pero no sencillo. He ahí la clave. Que resulte interesante no significa que sea fácil. “Este potencial futuro requerirá una cantidad significativa de investigación, pero aumentar la cantidad de reciclaje de REE contribuirá a superar algunos de los problemas críticos con estos elementos. Eso incluye una mayor demanda y problemas sobre la seguridad del suministro”, alertaban hace ya un lustro los expertos de la Universidad de Nevada. Para avanzar en el camino del reciclaje es necesario afrontar obstáculos de carácter tecnológico, económico y logístico.

La razón es bastante simple. Muchos productos de tierras raras son “inherentemente poco reciclables”, en palabras de uno de los autores del informe. Al combinarse con otros metales y productos, extraerlas se convierte en una tarea compleja que implica el uso de productos y una inversión de energía que restan atractivo al proceso. A ese hándicap se suma otro igual de determinante: su presencia en ciertos elementos, como un disco duro, puede ser mínima.

¿Arrojamos entonces la toalla? No. Como detalla Science News, hay equipos trabajando en formas de mejorar el reciclaje. En el empeño se han embarcado tanto centros de investigación como empresas y si bien el camino resulta complejo tienen dos grandes ventajas a su favor: el valor de las tierras raras y que sus propuestas llegan a reducir de forma considerable el impacto sobre el medio ambiente, recortando por ejemplo a menos de la mitad la huella de carbono si se compara con uno de los principales métodos de extracción y procesamiento de óxido que se usa en China.

¿Y qué soluciones proponen? Una de las propuestas sobre la mesa pasa por el empleo de la bacteria Gluconobacter, capaz de generar ácidos orgánicos que sirven para extraer tierras raras de ciertos catalizadores. Su impacto es menor que el del ácido clorhídrico u otras sustancias que usadas en la lixiviación. La cantidad de tierras raras que se recuperan con ácidos bacterianos es inferior a la que permiten otras alternativas menos respetuosas con el medio, pero eso no implica que deje de ser rentable. Los investigadores han trabajado también con otras bacterias que producen una proteína capaz de separar las tierras raras entre sí o sales de cobre para los imanes desechados.

No todos los retos se centran en cómo separar y obtener las tierras raras recicladas. Otra cuestión nada menor es cómo obtener los desechados electrónicos que los contienen, lo que requeriría a su vez de una logística bien engrasada. Una vez lleguen a las plantas de reciclaje está la cuestión además de desmantelarlos. Ya solo ese proceso requiere un esfuerzo y coste relevantes.

Imagen de portada: 李大毛 没有猫 (Unsplash)

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