Intel

La relación que sostienen actualmente la cúpula directiva de Intel y el Gobierno alemán es buena. A pesar de todo.

Donald Trump tiene a las empresas que se dedican a los semiconductores en EEUU sumidas en la incertidumbre. A las compañías extranjeras, como TSMC o Samsung, y también a las estadounidenses, como Intel.

Pat Gelsinger, el director general de Intel, se ha embarcado en un enorme desafío. No tiene otra opción como el líder que es.

La construcción de la planta de fabricación de semiconductores de vanguardia que planea tener Intel en Magdeburgo (Alemania) se está transformando en un auténtico culebrón.

Las pérdidas, cuantiosísimas, son en realidad la combinación de varios factores que rebajan la salida real de efectivo de la empresa.

La filial de Intel en Israel ha interpretado un rol fundamental en la compañía durante décadas.

La desconfianza entre los Gobiernos de China y EEUU es absoluta. Su tira y afloja en el ámbito de la industria de los semiconductores perdura ya desde hace más de siete años.

A mediados del pasado mes de septiembre la cadena CNBC desveló que Intel se está planteando escindir su negocio de diseño de circuitos integrados de sus fábricas de semiconductores.

ASML ha disfrutado unos años de bonanza espectaculares, pero todo acaba algún día.

La empresa lo dio todo subiendo a su escenario a nombres de la talla de Pat Gelsinger, Lisa Su o Jensen Huang, además de Zuckerberg o Nadella en vídeo. Hasta apareció Infantino.

Ambos fabricantes se unen para revitalizar la arquitectura x86 frente al avance de ARM. Un giro para proteger su dominio.

Los usuarios no acaban de ver de momento las ventajas de la IA en estos equipos. Y es normal.