La búsqueda de perfección es el mayor enemigo de la productividad. Lo veo constantemente: gente talentosa y profesional paralizada frente a una hoja en blanco, digital o física, intentando crear algo brillante desde el primer momento.
Es un error que he cometido durante mucho tiempo ganándome la vida escribiendo y que veo repetirse en cada industria creativa.
La solución es contraintuitiva: hacer el primer borrador deliberadamente malo. No mediocre: directamente terrible. Esta simple regla, casi un juego, libera tu mente del peso paralizante de las expectativas y permite que fluyan las ideas sin filtro.
Sirve hasta para los programadores. Conozco a alguno bastante bueno que primero escribe una versión básica y fea con la única condición de que funcione. No pierden tiempo optimizando desde el inicio. Saben que es más fácil mejorar algo que ya existe que tratar de crear la perfección desde cero.
Lo mismo aplica a la escritura, el diseño o a cualquier trabajo creativo que esté expuesto al síndrome del folio en blanco. En el proceso de revisión y mejora es donde realmente surge la calidad. Y para llegar ahí hace falta tener algo con lo que trabajar.
Es una aproximación con su base científica. Nuestro cerebro opera en dos modos: el sistema rápido e intuitivo, y el lento y analítico. Lo dijo Kahneman. Al tomarnos la licencia de partir de una creación terrible, aprovechamos la velocidad del primer sistema. Luego usamos el segundo para pulir y mejorar.
Los borradores feos también tienen otra ventaja: permiten ver claramente qué funciona y qué no. Es como un mapa de calor de los problemas. Cuando algo es casi perfecto, los defectos son más sutiles y difíciles de identificar.
Ahora suelo hacerlo así. Si me expongo a la parálisis por análisis y a no terminar de comenzar nunca, me doy permiso para hacer algo mediocre y luego ir cincelándolo. Es un atajo hacia algo mucho mejor.
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