El "fundamentalismo calórico" está llegando a su fin. Y su primera víctima es la leche desnatada

Cuando hablamos de grasas, resulta que no siempre "menos es más", como creíamos hasta ahora

La primera leche desnatada llegó a los lineales de los supermercados españoles en 1980 y, desde entonces, se ha asociado como algo enfocado al bienestar, salud y forma física. Sin embargo, en los últimos meses, eso ha empezado a cambiar. Y nutricionistas, medios e influenciers le han declarado la guerra a este producto lácteo.

Y, al contrario de lo que suele ocurrir, con mucho sentido.

La desnatada, en cuestión. Aunque el asunto viene de largo, el pistoletazo de salida lo dio en febrero Marian García (@boticariagarcia), una de nuestras divulgadoras científicas más conocidas y fiables. En un vídeo muy divulgado, explicaba que "tradicionalmente, los lácteos enteros se han considerado la opción menos saludable porque tienen grasas saturadas".

Tiene sentido. Las principales diferencias entre los tres tipos de leche más habituales están en la cantidad de grasa: entera (3,5%), semidesnatada (2%) y desnatada (menos de un 0,5%). Esto se traslada, como es natural, a la cantidad de calorías que tienen. Es verdad que las desnatadas no mantienen los mismos valores nutricionales que las enteras. Fundamentalmente, porque muchos nutrientes (como las vitaminas A y D) son liposolubles y, a menos grasa, menos nutrientes. 

No obstante, como se enriquecen posteriormente, el resultado es parecido. Eso sí; con menos aporte calórico.

¿Y quién no querría comer lo mismo, pero con menos calorías? Esta pregunta es la que ha guiado a la mayoría de personas durante años. Sin embargo, "ahora sabemos que no todas las grasas saturadas son iguales". En efecto, hoy por hoy, el consenso entre los especialistas ha "indultado" a las grasas saturadas de la leche. Y lo han hecho porque hemos conseguido escapar de un cierto "fundamentalismo calórico" y hemos empezado a poner las calorías en su contexto.

La estrategia del desayuno. En este caso, como explica García, lo que ocurre es "esta grasa de los lácteos tiene un efecto saciante que perdemos con los lácteos desnatados". El efecto, por tanto, puede ser paradójico: tratando de reducir el contenido calórico de lo que comemos, acabamos por consumir más. A eso, hay que sumar que "el sabor de la leche desnatada  es menos sabroso y hay personas que al final le echan azúcar o la  acompañan de otros alimentos con más sabor para compensar". 

Es decir, el problema no está en la leche desnatada, sino en la forma que la gente tiende a compensar lo que le falta a esa leche. De ahí que lo importante no es tanto qué productos comemos (que también) como la forma en la que los consumimos para que 'encajen' no solo con el resto de alimentos, sino también con nuestra fisiología, nuestro metabolismo y nuestras prácticas diarias.

Entonces... ¿leche desnatada sí o no? Si la pregunta es esa, no hay una respuesta correcta. De la misma forma que las pirámides nutricionales se han convertido en un campo de batalla entre sectores y corporaciones; las respuestas apriorísticas sobre qué debemos comer o beber, no tienen mucho sentido.

En realidad, la guerra contra la leche desnatada es contra su imagen y contra la demonización de la leche entera. Contra un estado de las cosas que nos llena la cabeza, la familia y la sociedad de creencias vacías y rituales supersticiosos. En el fondo, y esta quizás sea la gran revolución nutricional de nuestro tiempo, se trata de reconciliarnos con la idea de que comer es algo difícil y nuestra obsesión por encontrar soluciones sencillas nos lleva (una y otra vez) a callejones sin salida.

Imagen | Unsplash

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