Han pasado cinco años desde que Japón sufriera uno de los terremotos, y posterior maremotos, más devastadores de su historia reciente. Más de 15.000 muertos después, el terremoto de Tōhoku ha legado una central nuclear devastada y una cicatriz gigante en el país nipón. Pero de la catástrofe también ha surgido el arte.
Es una constante en la historia de la humanidad, más aún en un país como Japón, cuya sensibilidad cultural, única y extraordinaria, apenas encuentra parangón en el mundo. De ahí que un hombre, Manabu Ikeda, haya pasado tres años y medio dibujando con tinta un mural gigantesco de cuatro metros de alto por tres de ancho el más sentido homenaje a las víctimas de la tragedia. Titulado Renacimiento y repleto de formas fantásticas y colores increíbles, el colosal trabajo es sencillamente precioso.
Tanto a nivel estético como a nivel emocional. Ikeda había trabajado con esos materiales durante toda su carrera, pero en esta ocasión su trabajo, elaborado de forma íntegra en el Chazen Museum of Art de Wisconsin, Estados Unidos, ha alcanzado otro nivel. Uno que ha requerido de su tiempo exclusivo. ¿Qué puede resultar de una obra en la que se invierten diez horas diarias, seis días a la semana durante más de tres años? Un grado de detalle y delicadeza no sólo encomiable, sino también emocionantes.
Las imágenes han sido recopiladas en Colossal, y el dibujo estará expuesto en el museo hasta finales de este año. También hay un vídeo estupendo sobre su elaboración y el proceso que ha deparado en Renacimiento.
El arco temático de Renacimiento es el esperable: la nueva formación de vida tras la más pura de las devastaciones. Pero los elementos a través de los que se articula el relato son muy interesantes y no tan predecibles: Ikeda se vale de escombros, basura, ruinas y animales y hombres luchando contra la gigantesca ola que habría de arrasar Japón para, desde la destrucción y lo horrendo, cantarle a la belleza estética. El resultado es fascinante.
En el mundo de Ikeda se juntan diversos elementos propios del tradicional arte japonés. Hay una evidente fascinación por los colores y las formas bellas de la naturaleza de la isla, siempre reverencial; al igual que seres misteriosos, figuras extrañas y situaciones mágicas que tanto evocan la pintura clásica y contemporánea, en forma de anime, japonesa y que tan relacionada está con la cosmovisión imaginativa y religiosa del país.
Todo ello a lo largo de cuatro metros de largo y tres de ancho, en un nivel de detalle asombroso y que requiere de horas y horas de exploración, al igual que El Jardín de las Delicias de El Bosco, para descubrir todo lo que sucede en él.