En junio ofrecíamos un mapa detallado que daba una idea de quién era quién en la carrera armamentística nuclear el año pasado. Lo cierto es que, al momento en que escribo esto, el mapa podría ser el mismo en 2024, si acaso con una pequeña pero importantísima variación que vamos a contar a continuación. Estados Unidos sigue dominando el gasto de armas nucleares, pero lo que antes era un punto lejano en el cogote, ahora ya es aliento a punto de alcanzarle.
La “ventaja” nuclear. Contaba Time hace unas semanas un hecho que no se daba desde la Guerra Fría. A pesar de tener uno de los arsenales nucleares más grandes del mundo, Estados Unidos enfrenta una creciente desventaja frente a sus competidores, cuya expansión nuclear desafía el equilibrio estratégico. El nombre clave ya no es Rusia, que también, pero es imposible no situar en el mapa la fuerza que promete ser el mayor adversario: China.
La rápida construcción de silos de misiles en el desierto occidental de la nación y la creación de submarinos y bombarderos de largo alcance, todos ellos identificados los últimos meses a través de imágenes satelitales, muestran un aumento enorme de su capacidad nuclear, uno que supera la fuerza de disuasión estadounidense que, comparada con la china, diríamos que está envejecida y desfasada.
La intrahistoria del inicio. Un reportaje del Guardian de esta semana hacía un repaso al mapa “nuclear” geopolítico. Imposible no comenzar por el principio, cuando en la cumbre de Ginebra de 1985, los líderes de Estados Unidos y la URSS, entonces Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, declararon que “una guerra nuclear no se puede ganar y nunca se debe pelear”.
Dicha afirmación abrió el camino a décadas de control de armas, logrando acuerdos y tratados que limitaron arsenales y frenaron una carrera armamentista que, de “apretarse”, siempre se ha supuesto catastrófica. Sin embargo, en la actualidad, aquel consenso queda muy lejano. De hecho, explicaba el medio británico que hay demasiados inputs que apuntan al mismo sitio: el mundo enfrenta una nueva y más peligrosa carrera nuclear, una con ese actor invitado que deja a Rusia y Estados Unidos con el ceño fruncido.
Desmantelamiento. Como decíamos, a través de décadas de negociaciones, Estados Unidos y Rusia redujeron su número de armas nucleares, de alrededor de 60.000 a unas 11.000 oficialmente. Aquí jugaron tratados clave como START y New START, propuestas que permitieron limitar el número de armas estratégicas desplegadas a 1.550 por nación.
¿Qué ocurrió? Que la salida de Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) en 2002 dio inicio a la erosión del sistema de control de armas. Aquella tendencia se intensificó con la suspensión por parte de Rusia del tratado New START en 2022 como respuesta a la creciente intervención de Occidente en Ucrania. De fondo: febrero de 2026, cuando New START expirará y, por primera vez en medio siglo, las dos mayores potencias nucleares estarán sin restricciones en sus arsenales, y con un elefante en la habitación.
Ahora son tres. La nueva carrera nuclear es más inestable y compleja que la anterior por una cuestión matemática, ya que involucra tres actores principales. China, que había mantenido un arsenal limitado, ahora se encuentra en plena expansión nuclear con el objetivo de igualar a Estados Unidos y Rusia, presumiblemente para 2035.
Esta rápida ampliación del arsenal chino es motivo de preocupación en Washington, especialmente debido a la alianza asiática con Rusia. Los dos países, en un acuerdo de "alianza sin límites", han expresado de forma pública su intención de contrarrestar la influencia estadounidense a nivel global. Bajo este caldo de cultivo, la relación entre las tres potencias nucleares añade una nueva y peligrosa capa de tensión a la competencia armamentista.
Made in Rusia. La nación ha fortalecido y modernizado sus capacidades nucleares, aunque a menor ritmo, desarrollando nuevas armas como esa especie de planeador hipersónico intercontinental y un torpedo nuclear de largo alcance muy publicitado. Innovaciones que buscan contrarrestar el despliegue de defensas antimisiles de Estados Unidos, el mismo que Rusia considera una amenaza a su capacidad de disuasión. Además, este año renovaron su "doctrina nuclear", elevando un poco más la tensión.
Made in USA. La situación hoy se complica más por los avances tecnológicos, principalmente la IA, ciberarmas y el posible armamento (y conquista) en el espacio, aunque este es otro capítulo aparte. Factores todos que crean un entorno inestable y difícil de prever. A este respecto, Estados Unidos también ha comenzado un costoso proceso de modernización de su tríada nuclear (misiles, bombarderos y submarinos), estimado en 1.5 billones de dólares, una cifra que aumenta las tensiones y la carga financiera del país.
Dicho esto, algunas de estas armas, como los misiles balísticos intercontinentales, son consideradas "armas de primer ataque" debido a la necesidad de lanzarlos rápidamente en caso de conflicto, aumentando el riesgo de accidentes y errores de cálculo.
Y made in China. Time aportaba datos actuales. China ha construido al menos 300 nuevos silos de misiles intercontinentales, una cifra que supera los 400 silos con misiles Minuteman III de Estados Unidos cuya tecnología data de hace 54 años. Además, China avanza en su flota de submarinos balísticos, con el próximo modelo Type 096, más silencioso y con misiles de mayor alcance.
En contraste, los astilleros de Estados Unidos enfrentan dificultades para producir su próxima generación de submarinos balísticos a tiempo, retrasando la entrega del primero de la clase Columbia hasta al menos 2027. Pero hay mucho más. Además de sus capacidades en tierra y mar, China ha asignado una función nuclear al bombardero H-6 y está desarrollando el H-20, un bombardero nuclear de largo alcance y sigilo, uno capaz de amenazar por primera vez al territorio continental de Estados Unidos.
Dicho de forma más sencilla, toda esta expansión rápida y multifacética refleja meridianamente la creación de una triada nuclear china, igualando así la estrategia de disuasión tripartita de los americanos (tierra, mar y aire).
El reloj. No hay que tomarlo al pie de la letra, obvio, pero es un reflejo de las tensiones. El avance del Reloj del Juicio Final se ubicó en enero a tan solo 90 segundos de la medianoche, y tiene un significado claro: es la posición más cercana a la catástrofe nuclear de la historia. Un indicativo de la creciente dependencia mundial en armas nucleares y, quizás más importante, la falta de avances en control de armas.
¿Y la diplomacia? A pesar de las crecientes tensiones, existen pasos que podrían tomarse para frenar la nueva carrera armamentista nuclear. Contaba el Guardian que uno de ellos es la reactivación de canales de comunicación entre Washington y Moscú, los mismos que fueron esenciales durante la Guerra Fría para evitar malentendidos y transmitir intenciones de manera efectiva. Según el general Christopher Cavoli de la OTAN, estos canales de comunicación permitieron que las potencias nucleares lograran la disuasión sin un riesgo significativo.
Además, Rose Gottemoeller, ex negociadora del tratado New START, sugiere la posibilidad de un nuevo acuerdo para limitar misiles de rango intermedio, involucrando en la ecuación a China. De manera similar, el Senado de Estados Unidos podría reconsiderar su posición sobre el Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares, que ha sido ratificado por 178 países, aunque aún no puede entrar en vigor hasta que Estados Unidos, China y otros países clave lo ratifiquen.
Conclusión: el ciclo infinito. El escenario descrito anteriormente lleva a pensar que volvemos a la casilla de salida cada cierto tiempo. La presión para aumentar arsenales no se traduce necesariamente en una mayor seguridad para las naciones, sino en una escalada que podría salirse de control.
Como en la Guerra Fría, una desescalada diplomática, impulsada por el diálogo y la negociación, parece el único camino viable para evitar que esta nueva carrera nuclear lleve al borde del desastre. Eso, y conseguir un intangible: que Trump, Putin y Xi Jinping se sienten a tomar un café sin armas en la sala.
Imagen | Jonathan McIntosh
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