Hoy en día aparecen de vez en cuando estudios que nos dicen que los oyentes de heavy metal son más tiernos. Son personas afables y pacíficas, ya que esta música de rasgueos y gritos, dicen las universidades, ayudan a que sus aficionados logren descargar la ira que acumulan por otros ámbitos de su vida. Escuchar Angel of Death o Hallowed Be Thy Name les produce el equivalente emocional a recibir un abrazo.
Nada de esto nos sorprende ahora, pero si le dijésemos cómo ve el mundo hoy en día este género musical a los artistas del rock de los años 80 y 90, éstos se sentirían como mínimo, incómodos. Muchos hoy no lo saben, pero el metal era en aquella época el auténtico azote de la clase media y biempensante. Una música que, literalmente, estaba matando a tus hijos. Y según miles de personas y poderosas organizaciones los instigadores de este “pánico satánico” deberían ir a la cárcel, como bien recuerdan los componentes de Judas Priest.
Dos adolescentes conflictivos con tendencias autodestructivas y una tarde de entretenimiento desafortunado. Eso es lo que bastó para que toda una vía de la libertad de expresión estuviese a punto de ser censurada. James y Raymond pasaron, como tantas otras veces, la tarde bebiendo, fumando, escuchando la música de la banda británica y jugando con las armas de fuego de la casa. Algo se cruzó por sus mentes, “hazlo”, según dijo el superviviente resonaba en sus cabezas mientras oían la versión de Better By You, Better Than Me de Spooky Tooth interpretada por los Priest, y decidieron que la solución era acabar con todo y pegarse un tiro.
No puedes inculpar a un artista por sus letras. Las organizaciones puritanas, especialmente vinculadas al cristianismo, lo habían intentado años antes contra Ozzy Osbourne o Twisted Sister, algunos de sus objetivos más codiciados. La primera enmienda de la constitución estadounidense permite que puedas hacer loas al señor oscuro o incitar en tus cánticos al suicidio, asesinato o cualquier otra expresión. La libertad de expresión está por encima de la protección de una ofensa.
Pero la familia de James encontró un agujero legal: si su querido hijo, con la cara completamente destrozada por el disparo y gravísimamente desfigurado para el resto de su vida, afirmaba que había recibido un mensaje, es que se tenía que tratar de una orden subliminal. “De ninguna manera mi hijo puede haber intentado suicidarse voluntariamente”, debió pensar su madre. Todos podemos comprender la desesperada búsqueda de responsables ajenos ante una desgracia tan terrible.
Así, aunque el mensaje explícito está legalmente protegido, no lo está la incitación sugerida. Según el juez Whitehead podría ser gravísimo que se estuviese empujando a los oyentes a realizar actos peligrosos sin su consciencia sobre ello. Para esclarecer si había mensajes ocultos o no, la acusación llamó testificar primero al estudioso del mensaje subliminal Wilson Bryan Key, quien dijo ver indicios en sus temas, y después a Bill Nickloff un experto ingeniero de sonido que se descubriría después que era en realidad un biólogo marino. Ninguno de los dos, por mucho que se intentara, logró encontrar en la canción puesta de ninguna de las posibles formas un mensaje que incitara a la violencia.
Ni en esta canción, ni en Heroe’s End, la canción con la que la acusación iba a sentar su caso inicialmente. Cuando los abogados de la familia de James denunciaron en un primer momento a Judas Priest y a su discográfica, tenían en mente culpar a la banda por letras explícitas de este tema, donde ellos entendías que se hacía una apología del suicidio.
Como explicaría en declaraciones posteriores al juicio la manager del grupo Jayne Andrews, en realidad la única línea de ese tema donde se habla de eso es cuando se dice “¿por qué tienen los héroes que morir?”. Al ver que la letra quedaría protegida por la primera enmienda pasaron a Better By You, Better Than Me, donde los ingenieros detectaron que poniendo los discos al revés podían oírse palabras como “kill”, “blood” o “try suicide”.
Pese a todo, seguía sin esclarecerse de dónde provenía ese “hazlo”, “do it”, que el joven James decía haber oído en su mente. Después de largas sesiones demostrando la ausencia de intención manipuladora durante sus sesiones de estudio llegamos a uno de los fragmentos más recordados de la historia del heavy metal, ocurrido en agosto de 1990:
El cantante Rob Halford está cantando el fragmento de una de sus canciones, pero no lo hace cubierto de cuero y tachuelas. No tiene a una inmensa audiencia entregada sacudiendo su melena. Halford está serio, casi intimidado, y en el estrado canta dos estrofas ante su abogada y el juez Whitehead. Con toda la inocencia y honestidad que puede lo explica: ellos nunca intentaron crear mensajes subliminales para promover la violencia entre los adolescentes de todo el mundo.
De la credibilidad de su testimonio pende, simbólicamente, la exculpación o la condena del heavy metal como movimiento. De todo esto depende la creación de un precedente legal por el que pueda acusarse a esa música satánica de ser uno de los peores vicios que corrompen a la juventud.
Se declaró a los Judas no culpables, pero el grupo no se fue del todo contento. El juez determinó que sí se habían encontrado sonidos subliminales en las grabaciones invertidas, pero que no se había podido determinar que la banda lo hubiera incluido conscientemente, así como que toda la ciencia de la audición subliminal no estaba científicamente bien desarrollado. Con ello Whitehead les libró de la acusación, pero asumía que la música podía tener una influencia determinante en la muerte de alguien. Una escopeta del calibre 12 y un vinilo, ambas evidencias presentadas en el juicio podían ser igual de peligrosas.
Al conocer el fracaso, McKenna, el abogado de la acusación, declaró que la persecución de los artistas por la vía de los mensajes subliminales continuaría. “Tarde o temprano un caso de estos va a ganar. Al igual que pasó cuando se empezó a alegar que los cigarrillos causan cáncer, al sistema le cuesta reconocer causas innovadoras. En cinco años estaremos viendo más juicios de músicos provocando la muerte de adolescentes”. A día de hoy ni un solo grupo de heavy metal ha podido ser condenado por ello.
Mejor quedarse con las palabras de Halford al terminar la tormenta: “nos destrozó emocionalmente a todos escuchar a alguien decir ‘esta es una banda que crea música que mata a los jóvenes’. Aceptamos que a algunas personas no les guste el heavy metal, pero no podemos dejar que nos convenzan de que este tipo de música es negativa y destructiva. El heavy metal es un amigo, algo que da a la gente un gran placer y que le ayuda a pasar momentos difíciles”. Palabras de un hombre, como otros tantos antes que él, que tuvo que salvar el arte de la intolerancia.