Con la pandemia en el retrovisor de la historia, como parte de un recuerdo cada vez más lejano, en Europa y otras partes del mundo volvemos a una de nuestras grandes pasiones: turistear. Viajamos. Mucho. Cada vez más. La ONU espera que en 2024 el flujo del turismo internacional regrese a los niveles previos al COVID e incluso prevé un ligero pero significativo repunte, del 2%, con respecto a 2019. De hecho, en España ya nos despedimos de 2023 con un récord histórico en lo que afluencia de extranjeros se refiere, con más de 85 millones de visitantes.
El problema es que más no siempre es mejor.
Y cada vez hay más voces en más sitios que se alzan contra los "malos turistas".
Cuestión de cifras. Pocos sectores hay en los que el COVID golpeara con tanta fuerza como en el turismo. Cuatro años después, sin embargo, su recuerdo empieza a ser eso: un recuerdo. La ONU calcula que durante los tres primeros meses de este año el flujo de turistas internacionales alcanzó el 97% de los niveles prepandemia. Y si sus previsiones dan en el clavo, el ejercicio se cerrará incluso con un ligerísimo repunte del 2% con respecto a 2019, mejorando el escenario anterior a la crisis.
En algunos grandes destinos internacionales no ha habido que esperar tanto para ver una recuperación plena. En 2023 España superó por primera vez la marca de los 85 millones de visitantes extranjeros y en Japón —donde las ganas de retomar los viajes se suman a la debilidad del yen— han encadenado dos meses por encima de los tres millones de visitantes foráneos, lo que ya lleva a sus autoridades a vaticinar que este año podrá alcanzarse un récord en afluencia y gasto.
¿Más es siempre sinónimo de mejor? Esa es la gran pregunta que bota desde hace un tiempo en el tablero turístico internacional. Si bien las instituciones suelen presentar cada nueva marca de visitantes como una hazaña económica —así lo hizo por ejemplo Moncloa con el récord de 2023—, durante los últimos meses, tanto en España como en otros países, hay señales que muestran que el debate empieza a centrarse más en el cómo y quién que en el cuánto y las cifras históricas.
El motivo es sencillo: a medida que aumenta el turismo, más visibles se hacen sus contrapartidas, sobre todo para la población local de los lugares más concurridos. Y entre estas las hay relacionadas con la actividad turística, como el impacto sobre el mercado residencial que se está constatando en muchas ciudades a cuenta de los pisos turísticos; y otras que tienen que ver de forma más directa con el perfil de los visitantes. Lo resumía la cadena BBC en un reportaje sobre las protestas cada vez más frecuentes, no contra la actividad turística, sino contra "los malos turistas".
¿Cuestión de cifras? "Los viajeros siempre han sido vistos como forasteros", explica a la cadena británica Carina Rein, investigadora sobre turismo y profesora en la Universidad de Aalborg: "Cada vez que viajamos se da un encuentro cultural en el que intercambiamos ideas y chocamos. Era cierto hace décadas y también lo es hoy para el turismo de masas. Ahora está sucediendo algo diferente: el volumen. Los turistas no se están comportando peor, simplemente hay más".
De la teoría… A la realidad turística, que deja ya algunos casos de ciudades o regiones que han decidido plantarse ante el turismo de masas y distanciarse de cierto perfil de visitante. Quizás el caso más claro (y mediático) sea Ámsterdam.
Además de autoimponerse límites y acotar la oferta, las autoridades de la capital holandesa han dejado claro que no quieren seguir recibiendo a turistas que llegan buscando sexo, drogas y fiesta. Y de una forma muy clara además. En 2023 lanzó una campaña dirigida sobre todo a los británicos con un tono que daba pie a pocas interpretaciones: "¿Viene para una noche loca? Manténgase alejado".
Más casos para la colección. Por si no fuera suficiente sus autoridades han decidido ser más restrictivas con el consumo de marihuana, las visitas a su popular barrio rojo o el atraque de grandes cruceros. Y no es el único caso. Japón, que vive un auténtico "boom" turístico, se ha vuelto más estricto también con las visitas al barrio de las geishas de Kioto o los miles de senderistas que suben al Fuji.
Las autoridades niponas han llegado a instalar una valla "anti turistas" de 20 metros de largo para bloquear una de sus mejores vistas de la icónica montaña desde Fujikawaguchiko. El motivo: los visitantes molestaban a los residentes y ensuciaban la calle. En otro gran destino, Venecia, han empezado a cobrar una nueva tasa para evitar las avalanchas. Y en Bali, hartos de turistas irrespetuosos, optaron por una medida similar e incorporaron un nuevo impuesto.
"Turista: ¡respeta mi tierra!" España no es ajena a esa tendencia. En abril Canarias registró protestas multitudinarias contra la masificación en la que podían leerse proclamas como "Canarias se agota" o "Turista: ¡respeta mi tierra!".
Movilizaciones contra la masificación turística se han registrado también en Ibiza o Mallorca, donde la Delegación del Gobierno calcula que salieron a la calle cerca de 10.000 personas bajo el lema "Mallorca no se vende-Digamos basta". En las Islas Baleares han movido ficha ya para frenar el "turismo de excesos" y borracheras, lo que les ha llevado incluso a echar mano de sanciones que pueden alcanzar los 1.500 euros; y en Tenerife se plantean ya cobrar por el acceso al Teide.
En Barcelona, donde se han registrado movilizaciones similares, incluso han llegado a borrar una línea de bus de Google Maps para evitar que los turistas la satures en detrimento de los vecinos. Y en Cantabria la sola perspectiva de acoger un gran polo turístico que la convertiría en "la Ibiza del Norte" sacó también a entre 3.000 y 8.000 manifestantes a la calle hace un par de semanas.
¿Cuestión de enfoques? El tema es lo suficientemente complejo y tiene las suficientes aristas como para que no todos lo enfoquen de la misma forma. Para Sebastian Zenker, experto en turismo de masas ligado a la Escuela de Negocios de Copenhague, "la discusión no es realmente sobre el tipo adecuado de turista, sino sobre cómo garantizar que la población local se beneficie del turismo".
"Si los lugareños pueden ganarse la vida bien con esto, si pueden ver que se está construyendo una infraestructura que pueden aprovechar, quizás a menor precio que los turistas, entonces puede haber una coexistencia saludable", comenta a la BBC tras recordar el caso de Canarias. Para Antje Martins, del Consejo Mundial de Turismo Sostenible, la clave es otra, igual de importante: cómo se enfoca el sector. "Cuando los lugareños culpan a los turistas de su mal comportamiento, no se trata de los turistas. Es una señal de que la gestión ha fracasado", subraya.
A la caza del "buen turismo". En el tablero turístico postpandémico y con el debate sobre el perfil de turista como telón de fondo, no solo hay campañas como la famosa "Stay Away" de Ámsterdam, que busca mantener alejado a los visitantes que salen de su país buscando sexo, alcohol y desmanes. Hay iniciativas de signo contrario, que buscan atraer a turistas con un perfil elevado y contribuyan a su territorio. Dos buenos ejemplos son "Pure New Zeland" o "Visite Islandia".
En un empeño se ha embarcado en España Magaluf, en Mallorca, un destino asociado durante años al turismo de excesos y borracheras y salpicado por la polémica, cuyos empresarios y administración trabajan ahora para renovar su oferta de servicios… e imagen, enfocándose hacia el turismo familiar.
Imagen de portada | Chris (Flickr)
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