La paleogenética, el estudio genético a partir de restos prehistóricos, nos reveló hace ya unos años la medida en la que neandertales y denisovanos, las dos especies humanas más cercanas al sapiens, habían dejado su impronta genética en el humano moderno. Pero esa podría ser solo parte de la historia.
¿Y si hubiera habido otras especies?
La hipótesis de los linajes fantasma postula la posibilidad de que existieran otras especies que, como los neandertales (Homo neanderthalensis), procrearan con los primeros humanos modernos (H sapiens). Como los primeros, esta especie humana “fantasma” habría dejado un legado genético que habría durado hasta nuestros días.
Debemos a los neandertales alrededor de entre un 1% y un 2% de nuestro material genético. Sabemos esto por años de estudios genéticos que combinan lo que sabemos de la genética de nuestra especie con lo que hemos podido aprender, con notable esfuerzo, de la genética neandertal. Esto último lo hemos aprendido a su vez de los restos óseos hallados pertenecientes a individuos de esta especie desaparecida hace unos 50 milenios.
Pero los fósiles y los restos óseos son la excepción y no la regla: como cualquier resto orgánico, los huesos tienden a degradarse y desaparecer, solo requieren algo más de tiempo que los tejidos blandos. Es perfectamente posible que diversas especies del género Homo hayan podido pasar desapercibidas, algunas incluso que podrían haber desaparecido sin dejar rastro.
La procreación entre sapiens y neandertales podría haberse producido en Eurasia, lo que explica que las poblaciones euroasiáticas contemporáneas cuenten con un mayor legado neandertal. Descubrir conexiones semejantes en etapas anteriores de la evolución humana es complicado ya que estas se habrían producido no en Eurasia sino en África.
Un trabajo publicado en 2020 en la revista Science Advances, sugería esto mismo: que los humanos habrían podido atravesar un proceso similar, con una especie diferente de homínido, antes siquiera de comenzar a salir del continente africano.
El estudio se realizó compilando información genética de poblaciones contemporáneas en África occidental y compararon esta con el ADN de denisovanos y neandertales. Si bien estimaron que la población analizada guardaba entre un 6% y un 7% de genes “arcaicos”, comprobaron también que estos no procedían de los homínidos más cercanos a nuestra especie.
Esta “población fantasma” habría surgido antes que los humanos modernos, separándose de los ancestros de neandertales y sapienshace entre 1,02 y 0,36 millones de años. Esta especie habría desaparecido dejando como único rastro un legado genético que aún perdura en los humanos.
El equipo responsable de este estudio señalaba que, si bien la idea es que el apareamiento entre estas especies humanas se habría producido en África, no puede descartarse una posibilidad semejante pero alternativa: que estas dos especies hubieran coexistido en Eurasia pero que el fruto de su unión hubiera regresado a África, algo que ya ocurrió entre humanos modernos y neandertales.
Alternativas
Un estudio publicado el año pasado en la revista Nature postulaba otra hipótesis alternativa, un plot twist digno de una película: ¿y si la especie fantasma somos nosotros mismos? El estudio planteaba que, antes de salir de África, la especie humana se dividió en dos “ramas” diferenciadas.
Estas ramas no habrían divergido tanto como para poder hablarse de dos especies distintas y, sobre todo, continuaron en contacto durante decenas o cientos de miles de años de evolución. Según el equipo, las poblaciones europeas modernas, entre otras, podrían estar entre los descendientes de este cruce entre ramas de la misma especie humana.
El equipo empleó modelos de evolución y migraciones para poner a prueba esta hipótesis. Los modelos estimaron una primera separación entre ramas humanas ocurrida hace entre 135.000 y 120.000 años. Según estos mismos modelos, podríamos deber entre el 1% y el 4% de nuestra variabilidad genética a esta ramificación evolutiva.
Es mucho lo que podemos aprender de nuestra evolución respondiendo a estas cuestiones. Por ejemplo, estos estudios nos pueden ayudar a comprender la diversidad genética en África. Recordemos que África guarda una mayor diversidad entre sus distintas poblaciones que la que se da entre el propio continente y Europa.
Pero estos estudios también pueden ayudarnos a desentrañar nuevos secretos sobre la evolución humana, responder la eterna pregunta: “¿de dónde venimos?” Rellenar esos huecos evolutivos como aquel al que solíamos denominar el “eslabón perdido”, y de paso conocer mejor nuestra propia genética, algo que puede ayudarnos a mejorar nuestra salud de numerosas formas.
Imagen | Pixabay / Sangharsh Lohakare
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