Cómo la muerte del último macho de rinoceronte blanco los ha convertido en la gran apuesta para traer de vuelta animales extintos

Cómo la muerte del último macho de rinoceronte blanco los ha convertido en la gran apuesta para traer de vuelta animales extintos
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Cuando el último rinoceronte blanco macho murió en Marzo, Kenia lloró. El mundo lloró. Las especies han desaparecido desde que la vida es vida y el ser humano, en los últimos cientos de años, ha tenido mucho que ver con ese tema. Pero ver en vivo y en directo como una subespecie tan simbólica se aproximaba al borde del precipicio; saber que era cuestión de tiempo que no hubiera más rinocerontes blancos, fue un golpe para la opinión pública mundial.

Sin embargo, cuando Darwin cierra una puerta, Mendel abre una ventana. En esta situación, las dos hembras de rinoceronte blanco que aún viven se han convertido en el “oscuro objeto de deseo” de varios equipos de investigadores que trabajan por traer de vuelta a distintas especies extintas. Y es que, más allá del argumento de Jurassic Park, este tipo de proyectos tienen mucho que decir.

La segunda vida del rinoceronte blanco del norte

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Sin ir más lejos, ayer se publicó un estudio del San Diego Zoo Institute for Conservation Research en el que, tras secuenciar el ADN de las células criopreservadas en los archivos del zoológico, concluyeron que se posee una cantidad prometedora de diversidad genética. Esto significa que, sobre el papel, podríamos salvar de la extinción a los rinocerontes blancos del norte.

Desde hace más de dos años, cuando murió el penúltimo macho, la reserva africana de Ol Pejeta (donde viven los últimos especímenes) y varios zoológicos internacionales crearon una campaña de donaciones para financiar investigaciones genéticas que permitieran devolver la subespecie al África central. El hecho de que dos hembras, Najin y Fatu, sigan vivas constituye todo un 'experimento natural' que, a juicio de muchos investigadores, no podemos permitirnos dejar pasar.

A falta de ciertas mejoras en las técnicas de reproducción asistida (y clonación), la soñada “segunda oportunidad” está más cerca que nunca. Y eso, claro está, resulta muy polémico. No son pocos los investigadores que piensan que centrarse en traer a la vida las joyas de la corona de la zoología (animales cuyo interés público es, fundamentalmente, simbólica y cultural) hace que dejemos de destinar recursos a los animales (menos vistosos) con mayores posibilidades de supervivencia. O, por decirlo en castizo, “más vale pasaron en mano, que rinoceronte volando”.

En este caso, el argumento es especialmente llamativo porque, como señalan muchos expertos, traer de vuelta a los rinocerontes blancos del norte solo serviría para llenar zoos. La extinción de la especie ha puesto en evidencia nuestras limitaciones para crear refugios y ecosistemas naturales seguros para especies perseguidas.

De hecho, más que nuestras limitaciones: nuestro fracaso. Sudan, el último macho del norte, vivió sus últimos años rodeado de soldados keniatas armados que lo protegían de una caza furtiva que ha perseguido a su especie hasta la muerte. Es decir, no basta con tener la tecnología: hay que tener la capacidad de que esa tecnología sirva para algo.

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