Es tecnología, es economía, es política y, por encima de todo, es estrategia nacional. La reciente decisión de John Biden de agudizar las restricciones comerciales contra Pekín, estrangulando en la práctica cualquier flujo exportador de chips, maquinaria para fabricarlos o talento “made in USA”, no busca tanto castigar la industria china como socavar algo que le preocupa mucho más: su creciente autosuficiencia tecnológica. China depende todavía en gran medida del músculo de EEUU y países alineados con Occidente, como Japón o Corea del Sur, pero la gran —y preocupante— incógnita es: ¿Hasta cuándo? En Washington inquieta las implicaciones de ese cambio de escenario.
Lo que intenta hacer EEUU es frenarlo... o ganar tiempo.
¿Qué acaba de hacer EEUU? Complicar la llegada a China de ciertos componentes, las GPUs de alta gama, maquinaria para su desarrollo y profesionales que, de un modo u otro, partan de EEUU. La administración del país ya había cercenado la capacidad de Nvidia y AMD de vender chips avanzados a China, pero ahora ha ido un (o cinco) pasos más allá al asegurarse de que no se suministren a China ciertos semiconductores fabricados con tecnología estadounidense.
No solo eso. Al margen de los chips, el paquete de medidas trazado por Washington prohíbe a las empresas de EEUU que exporten maquinaria para la fabricación de este tipo de componentes, aporta una lista de firmas chinas “no verificadas” que las acerca a la “entity list” e impide a los ingenieros de EEUU respaldar “el desarrollo o producción de chips” en ciertas firmas chinas. En resumen, complica enormemente que el sector del gigante asiático se beneficie de desarrollo “made in USA”.
¿Y cuál es el objetivo? La mayoría de analistas coinciden en que EEUU no aspira tanto blindar su sector nacional como, simplemente, tirar de la palanca de freno de una industria tecnológica china en pleno desarrollo y que camina hacia la autosuficiencia. El sector de los chips está trenzado a escala global, con lazos que trascienden fronteras y se extienden de Oriente a Occidente; en esa maraña Pekín depende de un importante flujo de importaciones de EEUU, Corea del Sur, Japón y Taiwán. Eso, claro está, es una desventaja evidente para China en caso de conflicto.
Para solucionarlo el país lleva años impulsando una industria de chips propia y capaz de rivalizar con la de EEUU o sus aliados en Asia Oriental. Y con ciertos resultados. En verano trascendía que SMIC, el mayor fabricante de semicomponentes del país, había logrado fabricar chips de 7 nm. Más allá de su impacto tecnológico, la noticia mostraba que —pese a los esfuerzos de Washington para socavar su músculo— China había logrado encontrar la manera de desarrollar componentes avanzados.
¿Y por qué? He ahí la pregunta del millón. ¿Por qué complicar la carrera de China hacia la autosuficiencia? El analista Noah Smith recuerda el valor estratégico de los semiconductores, especialmente los destinados a inteligencia artificial o procesadores para superordenadores, y que China aún depende en gran medida de otros países, como EEUU, Corea del Sur o Taiwán. El corte del flujo de tecnología “made in USA” es una baza que Washington podría aplicar en caso, por ejemplo, de que Pekín decidiese recrudecer su postura en el conflicto con Taiwán.
La gran pregunta —teniendo en cuanta avances como el que mostraba hace poco SMIC— es… ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto tiempo más puede usar Washington esa carta a su favor? Como señala Smith, Estados Unidos podría haber optado por una estrategia distinta y guardarse esa baza mucho más tiempo, pero con el riesgo de que cuando quisiera usarla Pekín ya se hubiera inmunizado en gran medida a sus efectos. “Fue siempre un arma con fecha de caducidad”, apunta el analista.
¿Puede actuar EEUU sola? Otra de las grandes cuestiones sobre la mesa. El sector de los semiconductores —ya lo apuntábamos antes— es una red con múltiples conexiones a escala internacional. Estados Unidos es un actor importante y su decisión tiene y probablemente tendrá consecuencias en China, pero... ¿Serán realmente efectivas si no las respaldan otros países?
Hace días un alto funcionario estadounidense admitía la preocupación con claridad ante varios medios, incluido El País: “Reconocemos que los controles unilaterales que hemos impuesto perderán efectividad a lo largo del tiempo si otros países no se unen a nosotros”. Y ese no es el único peligro que asume la administración de Biden. Otro de los riesgos que corre es “perjudicar el liderazgo tecnológico de EEUU” si los competidores extranjeros quedan libres de los mismos controles.
¿Y no hay ninguna baza especial? Lo que sí tiene EEUU desde luego es una baza importante. Sus restricciones se dirigen tanto a empresas de su país como mercancía fabricada en cualquier parte del mundo con tecnología estadounidense y algunas de las innovaciones que utilizan las máquinas de litografía más avanzadas del gigante ASML Holding son —¡exacto!— “made in USA”.
Esa ventaja le permite complicar a China la adquisición de maquinaria para fabricar semiconductores de alta integración con ultravioleta extremo. EEUU ya intentó persuadir de hecho a Países Bajos, donde se sitúa ASML, para ampliar los vetos y evitar la exportación de tecnologías avanzadas.
¿Y el talento? Una cosa es efectivamente restringir el flujo de ciertos semiconductores y maquinaria y otra hacerlo con el capital humano, el talento. China ha reclutado a ingenieros de Taiwán, Corea del Sur y EEUU con conocimientos en el sector. La nueva política fijada por Joe Biden complica ese flujo desde Estados Unidos, pero la pregunta que queda sobre la mesa es de nuevo la misma: ¿Qué ocurre con los de otros países que quizás opten por no seguir el régimen de Washington?
¿No hay una lectura económica? Desde luego que sí. Antes apuntábamos que detrás del movimiento de EEUU hay una interesante lectura política y estratégica, pero desde luego también la hay a escala económica e industrial. Una de las posibles derivadas la comentaba el alto funcionario estadounidense: que el liderazgo tecnológico de Estados Unidos se vea perjudicado al asumir unos controles y restricciones de calado que no se siguen en otras partes del globo.
El movimiento de Biden llega acompañado de un ambicioso programa que busca incentivar la producción de la industria de semiconductores en el país. Hace poco EEUU aprobaba una ley con jugosos incentivos que ya ha llevado a multinacionales como Qualcomm, Intel o más recientemente Micron Technology, que acaba de anunciar una hoja de ruta para invertir hasta 100.000 millones de dólares con el propósito de levantar la que —aseguran desde la empresa— será la mayor instalación dedicada a la fabricación de semiconductores en la historia de los Estados Unidos".
¿Ha tenido efectos ya en el sector? Sí. El peculiar escenario que se abre para la industria de los semiconductores, con un retroceso de la demanda y los nuevos bloqueos, ya se ha dejado sentir en las cuentas de algunas grandes empresas. Hace días El País señalaba una caída en las acciones de la china SMIC, la gigante taiwanesa TSMC y las empresas incluidas en el Philadelphia Index Semiconductor. El valor ha retrocedido en firma del calibre de AMD, Nvidia o Intel.
La tendencia, por supuesto, no se puede explicar solo por la política adoptada por EEUU. Los fabricantes ya han reconocido estar percibiendo una "asombrosa" caída en la demanda, tras los problemas de suministro que registró durante lo peor de la pandemia. Como demuestra los planes inversores de Micron en Estados Unidos respondería, eso sí, a un contexto muy específico en el que influyen también la guerra de Ucrania o la inflación y su efecto perjudicial en la demanda.
Imágenes: Brian Kostiuk (Unsplash) y Yogesh Phuyal (Unsplash) y GTRES
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