La alianza que sostienen Estados Unidos y Taiwán es sólida. Contar con el respaldo de su socio norteamericano en el ámbito militar está ayudando a este país asiático a mantener el pulso que tensa su relación con China. Es evidente que este conflicto está propiciado en gran medida por los intereses geoestratégicos que tienen estos tres países, pero es importante que no pasemos por alto que también prevalecen sus intereses económicos. Y en este contexto la industria de los chips tiene mucho que decir.
De hecho, para Estados Unidos, Taiwán y China, así como para otros países, como Corea del Sur o Japón, la producción de circuitos integrados es una actividad industrial estratégica. No en vano estos son los mayores productores de semiconductores del planeta. Si China finalmente invadiese Taiwán y se hiciese por la fuerza con el control de TSMC, cuyo 54% de cuota de mercado posiciona a esta empresa como el mayor fabricante de chips del mundo, a Taiwán le costaría mucho recuperarse de este varapalo. Es posible, incluso, que nunca lo hiciese.
A principios del pasado mes de agosto Mark Liu, el director general de TSMC, declaró que si finalmente China decide invadir Taiwán la compañía que dirige paralizaría inmediatamente sus fábricas. No obstante, es razonable prever que el mundo quedaría expuesto a problemas mucho mayores que el colapso del mercado de los semiconductores debido al impacto que tendría este conflicto en el orden mundial. En cualquier caso, los actores involucrados ya están dando pasos importantes en previsión de que este escenario finalmente se produzca.
La estrategia de EEUU: concentrar en su territorio la fabricación de chips
No es ningún secreto. El Gobierno de Estados Unidos ha puesto en marcha durante los últimos meses una estrategia que persigue atraer hacia su propio territorio a los principales fabricantes de circuitos integrados, sean o no empresas estadounidenses. Su paso más contundente lo dio a finales del pasado mes de julio mediante la aprobación en el Congreso del programa 'CHIPS and Science Act', que, entre otras cosas, promete repartir aproximadamente 52.000 millones de dólares entre los fabricantes de chips presentes en el territorio estadounidense.
A TSMC le interesa reforzar su presencia en Estados Unidos porque de esta forma transmite confianza a sus principales clientes en este país
Esta coyuntura y el déficit de circuitos integrados del que venimos desde hace ya más de tres años han provocado que Intel, GlobalFoundries, Samsung y TSMC, entre otras empresas, estén construyendo nuevas fábricas de chips dentro de las fronteras de Estados Unidos. Y todas ellas se están beneficiando del apoyo económico del Gobierno, incluidas las extranjeras, como Samsung o TSMC, lo que nos coloca frente a una disyuntiva muy interesante si nos ceñimos a esta última compañía.
Por un lado a TSMC le interesa reforzar su presencia en Estados Unidos porque de esta forma transmite confianza a sus principales clientes en este país, entre los que se encuentran Apple, NVIDIA, Qualcomm o AMD. Y, además, se protege parcialmente del impacto que tendría la invasión de Taiwán por China si llegase a producirse. De hecho, a principios del pasado mes de diciembre Mark Liu, el presidente de TSMC, confirmó que su compañía multiplicará casi por cuatro su inversión en la fábrica que está poniendo a punto en Arizona.
No obstante, si miramos más allá de la superficie veremos que la estrategia que está poniendo en marcha el Gobierno estadounidense amenaza la hegemonía de Taiwán en la industria mundial de los circuitos integrados. Las relaciones entre las superpotencias son complejas, y es perfectamente plausible que dos aliados en el ámbito geoestratégico defiendan intereses opuestos en el terreno estrictamente económico. En cualquier caso, por mucho dinero que ponga encima de la mesa a Estados Unidos va a costarle destronar a Taiwán y arrebatarle el trono que ostenta en la industria de los semiconductores.
Es perfectamente plausible que dos aliados en el ámbito geoestratégico defiendan intereses opuestos en el terreno estrictamente económico
El diario Politico ha recogido en un artículo varias declaraciones de Morris Chang, el fundador de TSMC, que ilustran muy bien qué postura tiene su compañía, y, en cierto modo, también el Estado taiwanés, ante la estrategia de su socio norteamericano: "50.000 millones de dólares son un buen punto de partida", apuntó Chang en una clara alusión al presupuesto que maneja el programa 'CHIPS and Science Act'. Pero esto no fue en absoluto todo lo que dijo este ingeniero mecánico formado en el MIT y Stanford, que son dos de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos.
Chang también aseguró que agradece el apoyo económico del Gobierno estadounidense, pero no perdió la oportunidad de insinuar con bastante claridad que el dinero no colocará por las buenas a Estados Unidos en una posición de liderazgo mundial en esta industria. Según él son necesarios otros ingredientes que también son fundamentales en esta receta, y uno de los más importantes es el talento y la dedicación de las personas que hacen posible la fabricación de los chips de alta integración.
Probablemente tiene razón, pero en este contexto no podemos pasar por alto que ASML es la empresa que proporciona a TSMC los equipos de fotolitografía de ultravioleta extremo (UVE) que está utilizando en sus nodos más avanzados. Y también a Samsung. Y a Intel. Y no es una compañía taiwanesa. Es de Países Bajos.
Es evidente que por sí sola ninguna potencia industrial puede ejercer una posición de liderazgo en esta industria. Las sinergias no permiten ni a Taiwán ni a Estados Unidos ser totalmente independientes de Europa o Japón, lo que nos coloca ante una realidad inapelable: la industria de los chips se comporta como una sartén con muchos mangos, y no la tienen bien agarrada solo Estados Unidos y Taiwán.
Imagen de portada: TSMC
Más información: Politico
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