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El gran problema de la privacidad no es la encuesta del INE, sino que no nos importan el resto de escándalos similares

El pasado 29 de octubre se daba a conocer que el Instituto Nacional de Estadística (INE), gracias a un pacto con las tres grandes operadoras, iba a usar (y está usando) los datos de localización de los móviles de los españoles para saber dónde viven, trabajan y cómo se mueve la población. La polémica, por supuesto, estaba servida, a pesar de que el INE afirmó que los datos se anonimizarían y no se asociarían a titulares de la líneas.

Como no podría ser de otra manera, los usuarios pueden darse de baja de este sistema para evitar el rastreo, un rastreo que comenzó el 18 de noviembre y que se ejecutará en cuatro fases. A pesar de las reiteradas garantías de anonimato por parte del INE, no han sido pocos los usuarios que, en las redes sociales, se han puesto en pie de guerra contra la institución llegando a calificarlo de espionaje. Quizá porque, como afirma el abogado David Maeztu, "los datos de tráfico y localización y los datos que identifican a su titular (que son categorías de datos diferentes) sólo pueden cederse para los fines de la ley y sólo a ciertos autorizados, entre los que no está el INE".

Sin embargo, llama la atención que se ponga tanto foco en un estudio anónimo del INE a la par que instalamos aplicaciones como FaceApp, dándole todos los permisos que necesite, para ver cómo nos aplica un filtro que nos hace parecer viejos, mujer u hombre. Y es solo un ejemplo.

Privacidad sí, pero de vez en cuando

El estudio del INE ha generado debate, más aún tras la llegada del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR, por sus siglas en inglés), pero no ha sido el único ¿escándalo? relacionado con la privacidad de los usuarios. Las redes sociales como Instagram, Facebook o Twitter pueden acceder a una enorme cantidad de datos generados en nuestro móvil que cedemos de forma voluntaria a cambio de poder subir historias o fotos a nuestro perfil, y van mucho más allá que la ubicación. Por poner un ejemplo, un requisito para subir historias a Instagram es darle acceso a la memoria del teléfono, la cámara y el micrófono de nuestro móvil.

La mayoría de plataformas gratuitas ofrecen sus servicios a cambio de una moneda: los datos del usuario

Cabría pensar que, vistas las polémicas generadas en torno a Facebook, Google o Amazon, siendo una de las más recientes la relacionada con los altavoces y los humanos que escuchaban fragmentos de nuestras conversaciones, los usuarios dejásemos de usar los dispositivos y servicios. De la misma forma, cabría esperar que tras el caso Cambridge Analytica la gente dejase de usar Facebook o Instagram, pero nada más lejos de la realidad, porque Facebook sigue batiendo récords de ingresos y usuarios activos ese mismo año.

Podríamos seguir revisando casos como estos, como la investigación criminal contra Facebook por haber compartido datos personales con más de 150 empresas, la base de datos de Facebook con 540 millones de datos de usuarios alojada en un servidor sin cifrar, los dos estudios que acusaban a varias televisiones inteligentes de filtrar datos privados a empresas de servicios, las 1.300 aplicaciones de Android que recopilaban datos a pesar de negarle los permisos, las apps gratuitas que robaban fotos de los usuarios de Android, etc.

Y es que al menos en el caso español y según un estudio de Karpersky, un 41% de los usuarios españoles estaría dispuesto a abandonar las redes sociales si así se garantizase su privacidad, aunque la otra cara de la moneda es que el 87% las usa. De la misma forma, solo el 17% de los españoles estaría dispuesto a dejar su smartphone para garantizar su privacidad, una cifra que se antoja baja si partimos de la base de que el 92% de la población española tiene un smartphone. Mención especial merece el 12% de españoles que reconoce haber cedido su información personal para acceder a los típicos test tipo "¿A qué famoso te pareces?".

En pocas palabras, la polémica en torno al estudio del INE deja ver una cosa: parece que la privacidad nos importa cuando sabemos que puede estar siendo vulnerada de alguna forma, cuando se nos informa sobre el proceso, cuando somos conscientes. Sin embargo, no parece que tengamos problema al darle permiso a una aplicación o servicio para que acceda a cada rincón de nuestro móvil, tampoco parece que nos interese demasiado echarle un vistazo a los Términos y Condiciones de las apps o servicios y a su política de privacidad. Siguiente, siguiente, aceptar, aceptar.

La clave está en el valor, pero también en los amigos

¿Y por qué algunas cosas nos importan y otras no? Una de las respuestas está en el valor que los servicios ofrecen, y ahí hay cierto factor subjetivo que depende sola y exclusivamente del criterio de cada usuario. ¿Por qué usamos Facebook y no Mastodon, que se presupone más privada? ¿Por qué WhatsApp, que es de Facebook, y no Signal? ¿Por qué Google y no DuckDuckGo? Por el valor, por lo que nos ofrecen a cambio de esa moneda que pagamos en forma de datos.

En ese sentido, Instagram es uno de los mejores ejemplos. Sabemos que las fotos se suben a los servidores de Facebook, que nuestro uso de la app y de otros servicios se usa para mostrarnos publicidad segmentada y que, de alguna forma, corres el riesgo de que las fotos que subes a tu perfil acaben descargadas en el móvil de otro usuario sin que tengas la más mínima idea de que eso ha sucedido, pero a cambio puedes comunicarte con tus conocidos, compartir tu vida, guardar fotos o, simplemente, estar al día de tus círculos. Hacia qué lado se incline la balanza, privacidad vs funciones, es algo que depende del usuario.

Hacia qué lado se incline la balanza, privacidad vs funciones, es algo que depende del usuario

¿Dónde está el problema? En el factor "dónde están mis amigos", en el efecto de red. A nadie le gusta hablar contra una pared en una red social donde no hay gente, o usar una app muy privada, pero también muy minoritaria, como podría ser Signal. Los usuarios atraen a los usuarios, y de lanzar funciones atractivas para retener a los mismos saben mucho las grandes empresas tecnológicas. De nuevo, el ejemplo más sencillo es Instagram con las historias, los mensajes directos, los streaming en vivo; o Facebook, que permite desde montar una tienda a vender productos de segunda mano o seguir a streamers de videojuegos desde la plataforma.

Tenemos así un bucle infinito: no quiero Facebook/Instagram porque no es privado, me voy a Mastodon, no hay gente, no tiene funciones que sí tengo en Facebook, vuelvo a Facebook/Instagram. Salir del bucle es algo que se debe elegir siendo consciente de que supone un sacrificio, principalmente, en términos de rendimiento, funciones, sincronización, es decir, comodidad. Y ese es el debate de fondo: elegir la comodidad o la privacidad.

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