La delirante historia de Sealand, la antigua plataforma flotante convertida en micronación independiente y habitada

Hay países fraguados en torno a conquistas, alianzas dinásticas, guerras, por puro capricho de la geografía, un sentimiento de pertenencia arraigado en una cultura, idioma e historia compartidos o incluso en base a algo tan prosaico como intereses y enemigos comunes. Y luego está el Principado de Sealand, una nación nacida directamente del amor de un hombre por la radiodifusión pirata.

Eso y una buena dosis de morro.

Y de amor.

Y de improvisación en tiempos de guerra.

Y de pesca de berberecho.

Y de mercenarios.

En la génesis de Sealand está todo eso y otros cuantos ingredientes más que bien darían para una tragicomedia política, una peli que a fuerza de ceñirse a la realidad y los hechos verídicos acabaría resultando delirantemente inverosímil. Un híbrido chusco entre 'Braveheart' y 'Waterworld'.

De avanzadilla de defensa a micronación

Veamos, resumiendo: Sealand es una antigua fortaleza construida por Reino Unido en el Mar del Norte que en 1960 se declaró un estado independiente y ostenta desde entonces y con toda pompa el autodesignado título de micronación más pequeña del mundo. Mimbres tiene para ello, desde luego: con sus 500 m2, a su lado el Vaticano o Liechtenstein son auténticos mega países.

Sealand tiene su propia familia real, moneda, aristocracia —al menos hasta hace no mucho podías sumarte al selecto club de nobles del Principado por unos 40 euros—, sellos y franqueo para enviar cartas que difícilmente llegarán a lugar alguno si no es con ayuda de un bote… Ah, y un himno digno de la URSS que parece fundir el tema de 'Jurassic Park' y la marcha imperial de 'Star Wars'.

¿Cómo es todo eso posible?

Para entenderlo hay que remontarse a los años 40, a la Segunda Guerra Mundial, cuando Reino Unido decidió levantar fortalezas para proteger sus costas. Con los bombarderos nazis zumbando sobre Londres y otras ciudades británicas la prioridad absoluta era blindar el litoral del país y crear bases marinas donde fijar artillería antiaérea. Lo de cómo de apropiado era el lugar en el que se instalaban aquellas torres… Eso era lo de menos, minucias para tiempos de paz.

Resultado: Reino Unido desplegó sus famosas fortalezas Maunsell por los estuarios de los ríos Támesis y Mersey y al menos una de ellas, la HM Fort Roughs, una plataforma alzada sobre dos enormes pilares de hormigón, se ancló en aguas internacionales, fuera de los límites territoriales de Gran Bretaña. En los 40 las Maunsell prestaron un servicio valioso; pero finiquitada la guerra y con el paso de los años acabaron convirtiéndose en enormes armatostes, un incordio para la navegación, grandes moles herrumbrosas que harían salivar a cualquier apasionado del steampunk.

Hubo quien vio en la silueta solitaria y oxidada de HM Fort Roughs algo más. Amplia, aislada, en aguas internacionales pero al mismo tiempo a escasos 13 kilómetros de la costa de Suffolk, aquella vieja plataforma no tardó en presentarse como El Dorado para los piratas radiofónicos.

Hoy puede sonar extraño, pero en los 60 la BBC tenía el monopolio de la radio en Reino Unido y quienes querían romper con su monocromática programación y disfrutar de la nueva música popular que llegaba de EEUU se veían obligados a echar mano de emisoras piratas, como Radio Caroline o London, que llegaban a emitir desde barcos. Tan grave fue su competencia que en 1967 el Gobierno acabó aprobando una ley de delitos marítimos para ilegalizar las emisiones piratas desde el mar.

En ese contexto HM Fort Roughs y sus “aguas libertarias” eran casi el paraíso.

Lo vieron varios piratas. Y lo vio Paddy Roy Bates, personaje tan pintoresco como inteligente. Unos cuantos años antes, a principios de los años 60, Bates, un exoficial del ejército británico reconvertido en pescador, había lanzado su propia emisora pirata, Radio Essex. Para emitir había instalado todo su equipo en una vieja fortaleza naval abandonada, Knock John; pero el Gobierno inglés no tardó en hacer valer su dominio y obligó a Bates a recoger sus bártulos y desalojarla.

"¿Qué hacer entonces?", debió de pensó Bates.

Sobre la mesa tenía dos opciones. Dejarlo pasar, olvidarsed e Radio Essex y seguir con su plácida existencia como veterano de guerra y pescador o buscar un nuevo lugar en el que instalarse. Optó por la última, claro, y no vio mejor candidata para sus planes que otra fortaleza marina, más alejada de la costa que Knock John, lo suficiente como para escaparse del control británico: Fort Roughs.

Allí se plató la víspera de Navidad de 1966 y tomó el control de la plataforma desde la que los soldados británicos habían observado Europa en los 40. Bates no tardó sin embargo en hacerse una pregunta: aquello de las radios piratas estaba muy bien, pero… ¿Por qué no aprovechar la tesitura, la peculiar condición de la vieja fortaleza militar, y declararla como estado independiente?

Dicho y hecho.

Igual que si de un parto se tratara, nueve meses después —el 2 de septiembre de 1967— Bates izaba la bandera de Sealand en una ceremonia con tanta pompa como delirio, flanqueado por su familia y amigos. Había nacido una nueva micronación en los mares del mundo. La fecha no fue casual. Bates escogió el cumpleaños de su mujer, Joan. Hay quien en esos casos regala flores, bombones o un suéter y quien, como Bates, entrega a su esposa un título de Princesa.

Lo normal, lo esperable en 1967, hubiese sido que aquel exabrupto independentista protagonizado por un exoficial y una vieja plataforma de ultramar que no alcanzaba el tamaño de un campo de fútbol se hubiese quedado en eso, una anécdota curiosa en las páginas de la prensa local de Suffolk; pero si por algo destacaba Paddy además de por su determinación, era por su inteligencia.

El viejo radioaficionado supo interpretar a su favor la legislación y se atrincheró en aquel pedazo de hierro herrumbroso situado en el Mar del Norte, a 13 kilómetros de la costa, del que se autoproclamó soberano. A mediados de los 70 redactó incluso una Constitución y adoptó su propia moneda oficial. Ningún estado reconocía su peculiar micronación, claro; pero —como explica con orgullo el príncipe Michel, hijo de Paddy— lo cierto es que tampoco ellos habían pedido reconocimiento alguno.

En sus buenos años en Sealand llegaron a vivir medio centenar de personas y la plataforma se convirtió en una suerte de símbolo, un epítome del rechazo a la autoridad británica. El lema adoptado por Sealand lo dejaba claro ya como tarjeta de presentación: “E Mare, Libertas” (Del mar, libertad).

Eso de puertas afuera. Dentro de la vieja HM Fort Roughs la cosa era bastante menos épica. “No funcionaba nada. Comenzamos con velas y luego pasamos a lámparas contra huracanes y generadores de bombeo”, recordaba años después Michel a... —¡Ironía!— la BBC.

Quizás si la fortaleza estuviese en un punto menos estratégico, menos atractivo y sobre todo céntrico, su historia hubiese pasado inadvertida. Al fin y al cabo, para librarse de aquella peculiar micronación el Gobierno no tenía más que esperar a que la plataforma y su dinastía envejeciesen. Sin más. El caso es que su enclave, en pleno Mar del Norte, a las puertas de Reino Unido, no pasó desapercibido y empezó a escamar a las autoridades. En algún documento clasificado los altos mandos del país llegaron a tacharla como una “Cuba frente a la costa este de Inglaterra”.

Pasaportes, sellos, himnos, banderas y casas reales aparte, en lo que sí se parece Sealand a otras naciones es en que su historia está salpicada de enfrentamientos y algún que otro episodio violento. En su web oficial se relata cómo poco después de proclamarse el Principado, el ejército británico sobrevoló la zona y se dedicó a destruir otras bases similares en aguas internacionales. En una ocasión —aseguran desde Sealand— llegaron a darse incluso disparos de advertencia.

Michael Bates, de Sealand.

El episodio más curioso se dio sin embargo unos cuantos años después, en 1978, cuando un abogado alemán contrató a un grupo de mercenarios para tomar la plataforma aprovechando que Paddy y Joan estaban en Inglaterra. El letrado en cuestión había conseguido uno de los pasaportes expedidos por Sealand, así que aquello se presentó como una especie de golpe de Estado.

¿El problema? El abordaje fue un desastre y el aspirante a primer ministro acabó convirtiéndose en prisionero de Michel y sus amigos, pertrechados en la plataforma con ametralladoras, y acusado de alta traición. El bueno del abogado estuvo detenido semanas bajo una fianza de 35.000 dólares y su liberación requirió la intervención de un diplomático germano, lo que para Paddy y los suyos fue mejor que cualquier victoria militar: en aquellas reuniones con gente de Estado de la República Federal Alemana (RFA) vio al fin una especie de reconocimiento oficial a su estatus.

Se pudiese o no interpretar lo sucedido como un reconocimiento de facto, a Paddy y sus súbditos le sirvió de más bien poco. En 1987 Reino Unido amplió su franja marina lo suficiente como para dejar Sealand dentro del territorio nacional. Aquello pudo ser el mazazo definitivo a las aspiraciones de la plataforma, pero el Principado del Mar del Norte no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y siguió a lo suyo, ejerciendo como la micronación más pequeña del mundo y ampliando su base de ciudadanos... e incluso su peculiar lista de aristócratas, todo a golpe de microdonación.

En 2007 la familia llegó a poner a la venta la nación sin demasiado éxito por unos 750 millones de euros y en 2012 izó a media hasta la bandera por el fallecimiento de Paddy. Desde entonces el trono está en manos de su hijo, Michael I, quien al menos en 2020 compaginaba su labor como soberano del Principado de Sealand con una empresa de exportación de berberechos. En febrero estaba embarcado en el rodaje de un documental para contar la historia de su peculiar "patria chica".

"Nuestra historia todavía apasiona a la gente", explica orgulloso el rey. Tan satisfecho se muestra de su historia, que en mayo incluso echó mano de las redes sociales para felicitar a Carlos III por su coronación como monarca de Reino Unido, felicitación que envió "de una Familia Real a otra".

Al menos en 2017 Sealand acogía a dos personas de forma permanente. Curiosamente Michael I tenía su residía en la costa. Por lo pronto, y quizás en un nuevo capítulo de la peculiar historia de la micronación, ha empezado a interesarse ahora por las criptomonedas y los NFT.

Imágenes: Richard Lazenby, Ryan Lackey y EL SARO 92 (Wikipedia)

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