Chicago. La tercera ciudad más grande de Estados Unidos, situada en el estado de Illinois, es conocida mundialmente por su vibrante paisaje moderno. Desde cualquier parte de esta inmensa metrópoli es casi imposible perder de vista sus imponentes rascacielos, entre los que se encuentran el John Hancock Center y el Chicago Tribune, e ignorar la riqueza de sus espacios verdes salpicados de árboles.
Uno de los elementos que indudablemente forman parte del ADN de esta ciudad es el Río Chicago. Estamos hablando de un caudal de agua de más de 200 kilómetros que fluye en dirección suroeste hacia Mississippi. Pero hubo un tiempo en el que este río desaguaba en el enorme Lago Michigan. El proyecto de su cambio de dirección ha sido nombrado “una de las siete maravillas de la ingeniería estadounidense”.
La solución, el cambio de dirección
A finales del siglo XIX, Chicago era una de las urbes que más rápido crecía en el mundo, pero a medida que el número de habitantes aumentaba vertiginosamente, una amenaza se vislumbraba en el horizonte. Las aguas residuales navegaban libremente y sin tratar hasta el Lago Michigan, la principal fuente de agua potable de la ciudad, lo que se tradujo en el inicio de una serie de serios problemas sanitarios.
En 1854, según la Enciclopedia de Chicago, más de 1.400 personas murieron de cólera, mientras que otras enfermedades enfermedad infecto-contagiosas, como la fiebre tifoidea, también ponían en riesgo la salud de millones de otras personas. Décadas más tarde, en 1885, una fuerte tormenta imprimió sobre las autoridades la necesidad de resolver lo antes posible aquella situación que parecía salirse de control.
Producto de aquel evento climático, el río descargó grandes cantidades de agua contaminada y amenazó el abastecimiento de agua potable a la ciudad. Así, en 1889, la Asamblea General de Illinois creó el Distrito Sanitario de Chicago (ahora renombrado como Distrito Metropolitano de Recuperación de Agua) con el propósito de “proteger la salud y la seguridad de los ciudadanos y de las vías fluviales”.
Una de las ideas que surgió de la recientemente creada organización era cambiar definitivamente el flujo del Río Chicago. Se trataba de una solución a mediano plazo que demandaría años de trabajo, millones de dólares de inversión y que, además, debería resistir una avalancha de críticas. Para algunos el proyecto era viable, pero arriesgado, pero para otros una idea absurda que no debería seguir adelante.
De acuerdo a los datos de Chicago Water Walk, miles de trabajadores empezaron a construir un enorme canal de más de 40 kilómetros de largo que se conectaría con el río Des Plaines, lo que llevaría las aguas residuales de la ciudad en sentido a Mississippi. Como el canal había sido diseñado para hacerse más profundo a medida que avanzaba hacia el oeste, la mayor parte del trabajo la haría la fuerza de gravedad.
Ya en el nuevo siglo, en 1900, una pala mecánica liberó el sistema de contención de la última represa que separaba el Río Chicago del nuevo canal. Finalmente, el río empezó a alimentarse del agua del lago Michigan en lugar de depositarla en él. Aquel ambicioso y audaz plan había dado resultado, convirtiéndose en una de las hazañas de la época (que no deja de sorprender en la actualidad).
Con el paso de los años, Chicago continuó trabajando en su sistema de saneamiento y depuración. En 1948 fue inaugurado el Canal de Illinois y Michigan que complementaba la misión del canal construido anteriormente y que más tarde fue designada como un área de Patrimonio Nacional. Además, el Río ha sido sometido en varias ocasiones a exhaustivas tareas de limpieza.
Imágenes: David B. Gleason | Distrito Metropolitano de Recuperación de Agua | ScottMLiebenson
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