A finales de la década de 1960, cuando la relación entre China y la URSS estaba más tensa que la cuerda de un violín, el gobierno de Mao Zedong tomó una decisión, muy en la línea de la Guerra Fría: había que prepararse para un ataque nuclear. Hasta ahí la cosa tiene poco de sorprendente. En el 69 ambas potencias comunistas habían chocado en Zhenbao y China quería estar lista para el peor de los escenarios. Lo curioso es cómo abordó el reto. Su Gobierno decidió construir una enorme ciudad subterránea bajo Pekín, una red de galerías y bunkers capaz de acoger a la mitad de la población de la ciudad si era necesario. Hoy Dìxià Chéng es una urbe olvidada bajo la piel de la capital.
La vasta red de túneles se construyó durante los años 70 gracias en gran medida al trabajo de 300.000 vecinos, serpentea 30 kilómetros a una profundidad de entre ocho y 18 metros y cubre un área de 85 km2. A lo largo de su trazado se reparte un millar de estructuras antiaéreas con un diseño pensado para acoger a miles de personas. Según el Centro de Información de Internet de China, la ciudad subterránea se equipó con espacios para tiendas, restaurantes, clínicas, escuelas, teatros, fábricas, almacenes para grano y aceite, barberías... Más de 2.300 conductos de ventilación, escotillas y 70 espacios para excavar pozos garantizaban la supervivencia bajo tierra.
Un universo a metros de profundidad
Por fortuna Dìxià Chéng —también apodada "Gran Muralla Subterránea" por sus dimensiones— nunca llegó a utilizarse, pero el plan de las autoridades era que en caso de ataque pudiese acoger a más o menos el 40% de la población de la capital mientras el resto se refugiaba en las colinas, fuera de la ciudad. Aunque el Centro de Información explica que no se sabe exactamente cómo se reparten los túneles, se cree que unen las principales áreas del centro de Pekín.
La vieja ciudad subterránea estuvo prácticamente olvidada por los vecinos durante más de dos décadas, hasta que se recuperó, al menos en parte, en 2000 y se sumó a la oferta turística de Pekín. Para 2008, sin embargo —a las puertas de los Juegos Olímpicos que se celebraron ese mismo año—, el acceso estaba vetado a los visitantes. "Es como si estuvieran tratando de enterrar este lugar antes de los juegos", explicaba un vecino a la CNN. Webs orientadas a los turistas, como Beijing-visitor, Trip.com, Tripadvisor o Atlas Obscura recogen reseñas que apuntan que sigue vetado a los curiosos. En algunas se desliza que se están realizando "trabajos de restauración".
¿Significa eso que los túneles están vacíos? No exactamente. O al menos así era hasta hace no mucho. En 2017 National Geographic publicó un reportaje en el que asegura que al caer la noche más de un millón de personas, sobre todo trabajadores inmigrantes y estudiantes procedentes de las áreas rurales, tienen su hogar en el "universo subterráneo" de Pekín, donde calcula que hay unos 10.000 búnkeres heredados de la Guerra Fría. Los accesos son relativamente fáciles de localizar, pero acceder resulta más difícil, especialmente para los visitantes extranjeros.
En 2020 las autoridades de Pekín prohibieron utilizar los antiguos refugios nucleares como residencias por no cumplir con las condiciones mínimas, pero los espacios siguieron alojando a vecinos que encuentran dificultades a la hora de encontrar vivienda y pagar los alquileres de la capital. Diferentes medios internacionales se han hecho eco también a lo largo de los últimos años de la comunidad que todavía habita bajo tierra, bautizada como la "tribu de las ratas" o shuzu.
Imágenes | Alex Lee/China Travel Compass (Flickr) y Wikimedia
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