El proyecto cuenta con la colaboración de Boeing y busca reducir las emisiones drásticamente
Alas más aerodinámicas pueden reducir el consumo entre un 8% y un 10%
Hace tiempo ya que las preocupaciones de las aerolíneas no se limitan a la rentabilidad de las rutas, las estrategias de marketing o la búsqueda de aviones más confortables. A todos esos factores se suma otro, crucial y que ya se ha colado en el debate público: su huella medioambiental. Y no es una preocupación menor. Francia quiere eliminar los vuelos cortos en busca de un modelo más sostenible y aquí mismo, en España, la patronal ha querido adelantarse advirtiendo de que una medida similar sería “un tiro en el pie” por el daño que causaría al turismo.
El sector tantea ya diferentes opciones en un intento por reducir sus emisiones. Y es en ese empeño en el que Boeing y la NASA quieren dar un paso clave.
Sumar fuerzas para un objetivo común. Eso es lo que han decidido hacer básicamente la NASA y Boeing, que trabajan juntas con un propósito ambicioso: "Construir, probar y hacer volar un avión de demostración a escala real y validar tecnologías destinadas a reducir emisiones". Todo con una inversión notable. Además de su experiencia e instalaciones, a lo largo de siete años la agencia destinará 425 millones de dólares. La multinacional y sus socios, 725.
Una iniciativa con un marco más amplio. Efectivamente, la iniciativa es interesante, pero se enmarca en un contexto mucho más amplio y generalizado en el sector: la búsqueda de una mayor eficiencia en la aviación que reduzca su huella contaminante. La NASA y Boeing han decidido centrarse en el diseño, pero otras compañías ha apostado por los aviones eléctricos, el hidrógeno, recubrimientos especiales inspirados en la piel de los tiburones que reducen la fricción y otras variaciones en el diseño que buscan exactamente lo mismo, más eficiencia.
Otras estrategias se centran en compensar las emisiones, una fórmula que no es incompatible con la apuesta por soluciones como el combustible aéreo sostenible (SAF). Hace poco Airbus planteaba por ejemplo el uso de ventiladores para filtrar CO2 del aire para luego almacenarlo "de forma segura y permanente" en depósitos geológicos. El objetivo, de nuevo: reducir un impacto ambiental que, como se ha visto en Francia, puede acarrear consecuencias inmediatas para el sector.
¿Qué buscan la NASA y Boeing? Su foco se centra en los aviones de fuselaje estrecho, también conocidos como “de pasillo único” o directamente como de línea regional. Y es así porque su uso intensivo les lleva a generar casi la mitad de las emisiones achacables a la aviación. Lo que plantean la NASA y Boeing es facilitar una nueva generación de estas aeronaves, más sostenible.
“El objetivo es que la tecnología usada en el avión, combinada con otros avances en sistemas de propulsión, materiales y arquitectura de sistemas, reduzca el consumo de combustible y las emisiones hasta un 30% con respecto a los aviones de pasillo único más eficientes, dependiendo de la misión”, detalla la agencia.
Cuando la clave está en las alas. Lo que han puesto sobre la mesa es una propuesta en la que Boeing y la NASA llevan ya tiempo trabajando: el Transonic Truss-Braced Wing (TTBW), un avión que destacaría por sus alas, delgadas, largas y arriostradas. Para estabilizarlas se emplean puntales diagonales. El diseño logra que la nave sea más liviana y presente menor resistencia al aire, lo que deriva a su vez en una menor quema de combustible. En concreto, y según los datos aportados por la NASA, consumiría entre un 8 y 10% menos que un avión que emplease una tecnología similar con un diseño de alas tradicional.
La NASA y Boeing llevan ya un tiempo estudiando cómo mejorar el diseño. En 2019, por ejemplo, la empresa anunciaba una mejora en el TTBW que permitía a los aviones alcanzar mayor altura y mayores velocidades durante sus operaciones. De extremo a extremo, las alas ultraligeras de la nave medían por entonces 51,8 metros, una envergadura que lograban gracias a una armadura especial.
A por las pruebas de vuelo. Boeing señala que liderará y desarrollará las pruebas de vuelo de un avión TTBW para demostrar sus posibilidades. “Cuando se combina con los avances esperados en los sistemas de propulsión, los materiales y la arquitectura de los sistemas, un avión de pasillo único con una configuración TTBW podría reducir el consumo de combustible y las emisiones hasta en un 30%”, destaca la compañía estadounidense, que recuerda que el concepto de fuselaje TTBW responde a más de una década de trabajo.
¿Y el calendario? La inversión de la NASA se prolongará siete años. El cronograma que ha avanzado prevé que las pruebas del proyecto se completen ya a finales de esta década para que las tecnologías y diseños resultantes del proyecto puedan ayudar a la industria en el desarrollo de la próxima generación de aviones regionales, ya de cara a la de 2030. Como telón de fondo, recuerda Bob Pearce, de la NASA, está el objetivo de lograr cero emisiones neta de carbono para 2050.
Por lo pronto, Bloomberg publicaba esta misma semana que Boeing ya estaría estudiando si podría incorporar a su flota el nuevo avión que desarrolla de la mano de la NASA. Su tamaño, abunda, podría convertirlo en un sucesor de 737 Max, un avión de entre 35 y casi 44 metros de largo y una envergadura de 35,9 m.
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