¿Os acordáis de aquella empresa finlandesa que hacía teléfonos? Se llamaba Nokia, y aunque el formato estándar era el de contar con una pequeña pantalla unida a un teclado físico, sus diseñadores pronto salieron de su zona de confort. Las creaciones de Nokia eran una locura y una vez tras otras nos demostraban que los teléfonos podían tener formas extrañas y maravillosas.
Esa valentía y originalidad se han ido perdiendo con el paso del tiempo. Desde que el iPhone apareciera en 2007 ha habido pocas revoluciones en el ámbito del diseño de smartphones. Un móvil es básicamente un rectángulo en el que la pantalla táctil domina todo el frontal y en el que solo algunas pequeñas variaciones en materiales y curvas pueden dar cierta diferenciación. El aburrimiento se ha asentado, y lo peor de todo es que si alguien demuestra una mínima valentía suele acabar pagándolo con un recibimiento frío y unas ventas ridículas.
En Nokia estaban muy locos
Lo que se vivió en la era pre-iPhone fue, insistimos, una verdadera locura. Los diseños que llegaban al terreno de los móviles -algunos de ellos comenzaban ya a autodenominarse smartphones- no paraban de explorar conceptos que en muchos casos podían parecer ridículos, pero que para algunos usuarios eran la cristalización de un sueño.
Ocurrió, como se ve en la imagen, con dispositivos como los Nokia 3250 Express Music, los 7280, los 3650 o unos espectaculares Nokia 7600. Hoy esos modelos no tendrían cabida en un mercado que se centra en un formato que funciona. El rectángulo clásico nos permite leer y escribir en modo retrato y nos da juego para capturar y reproducir contenidos multimedia y fotografías en modo apaisado.
Pocos han intentado ir más allá de esa idea, y aunque constantemente hablamos de la relevancia que tiene el diseño en estos móviles y de cómo empresas como Apple se han venido diferenciando en este apartado, ese esfuerzo por innovar en el diseño es una mueca de lo que Nokia y otros fabricantes hacían hace más de una década.
Quien arriesga sale escaldado
Desde que el iPhone hiciera acto de aparición todos asumimos que al formato de los smartphones ya no había que darle muchas vueltas. Lo único que empezó a cambiar fueron los tamaños de las pantallas -qué tiempos aquellos en los que asistíamos asombrados al lanzamiento del Galaxy Note original- y los materiales con los que los fabricantes ofrecían sus dispositivos.
No había mucho más con lo que jugar. Estaba la posición de los altavoces, o de las cámaras, o de la botonera, o del más reciente sensor de huella dactilar. Estaba la absurda batalla por lograr el dispositivo más fino del mercado, y también algún que otro debate sobre cuánta curvatura deberían tener las esquinas y los bordes para lograr el mejor agarre.
No salíamos de ahí, y los fabricantes hacían lo que podían. La mayoría no innovaba ni innova: se ajustan a la norma establecida y con sus pequeñas variaciones acaban lanzando una y otra vez un "me too". Un rectángulo que como mucho estará construido en metal y que tendrá color rosa dorado o -lo más de lo más- jet black. ¿Es eso innovación en diseño? ¿De verdad hay equipos en los que diseñadores de talento solo pueden llegar a eso?
Por supuesto que no: a veces aparecen pequeñas y maravillosas locuras. Lo malo es que todas ellas acaban siendo castigadas sin piedad por la industria y los usuarios. LG es probablemente una de las más afectadas por esa ironía. Ser original no le está sirviendo de nada a una firma que una y otra vez se esfuerza por sorprendernos.
Hay muchos más ejemplos en los que innovar no les salió a cuenta a quienes lo intentaron. Está por ejemplo Runcible, ese ¿absurdo? móvil redondo que quedó casi en una anécdota, pero también el prodigioso Yotaphone que aun teniendo ese conocido aspecto rectangular tenía la osadía de contar con una pantalla "normal" en un lado y una fantástica pantalla de tinta electrónica en el otro.
Hay quien ha intentado recuperar formatos que funcionaban hace años. Los teléfonos de concha han tratado de volver por sus fueros, pero ejemplos recientes como el Samsung Galaxy Folder 2 o el LG Wine Smart parecen meras anécdotas salvo para nichos de mercado muy específicos. Lo mismo podríamos decir de ese teclado físico que antes era imprescindible: la otrora todopoderosa BlackBerry defendió ese paradigma hasta hace bien poco con sus Priv, pero ni por esas: ha tenido que abandonar la fabricación propia de dispositivos, y ahora será difícil que veamos esa opción en smartphones.
Otros conceptos también fracasaron: Asus y su concepto Padfone no triunfó, como tampoco lo hicieron los LG G Flex o ese singular BlackBerry Passport que nos ofrecía un teléfono más "cuadradote" que nunca.
Vimos diversos intentos que intentaron sacar más partido del concepto de móvil fotográfico: la cámara rotatoria de los Oppo N1 no fue a ningún lado, como tampoco lo hizo aquel concepto genial de los Nokia Lumia 1020 con su sensor de 41 Mpíxeles. Qué lástima que Microsoft nunca recogiera ese testigo. Tampoco lograron mucho las "cámaras con funciones de móvil", de las que la Panasonic Lumix CM1 es probablemente una de las referentes.
Hay (algo de) espacio para innovar
Y sin embargo, algunas ideas sí logran transformar (un poco la industria). Nadie prestaba demasiada atención a la parte posterior del teléfono hasta que fabricantes como LG ofrecieron una curiosa botonera allí. El LG G2 fue uno de los primeros en demostrar que la forma en la que cogemos el teléfono podía aprovecharse para algo más. Puede que aquella botonera no acabara triunfando, pero sí se aplicó la idea a los actuales sensores de huella dactilar que utilizan esta posición tanto o más que la que los coloca como botón de inicio en el frontal.
Lo mismo ocurrió con avances como la doble cámara que inauguró aquel prometedor HTC One M8 sin saber que dos años después ese concepto acabaría siendo el nuevo argumento de la industria móvil en materia de fotografía móvil. Podríamos decir algo parecido de aquellos iPhone 5S que demostraron que el sensor de huella dactilar era muy interesante.
Probablemente uno de los pocos aspectos diferenciales que hemos visto en los últimos tiempos en cuanto a diseño haya sido el de la curvatura de las pantallas de los Samsung Galaxy Edge, que desde que aparecieron en escena nos sorprendieron mientras nos hacían preguntarnos si esa curvatura servía realmente para algo. Puede que a nivel práctico la cosa no esté tan clara, pero es evidente que si hay un dispositivo (algo) rompedor en diseño en estos tiempos ese es el Samsung Galaxy S7 Edge, que por supuesto hereda la experiencia de sus predecesores en este campo.
Más prometedor a nivel práctico parecían los Sony Xperia Z, los primeros terminales de una gran firma que prometían resistencia al agua y al polvo. De repente a todos nos apetecía darnos un chapuzón con el móvil a cuestas, aunque pronto se comprobó que resistencia al agua no era sinónimo de "sumergible". La característica ha sido luego utilizada en dispositivos de Samsung, pero ha sido Apple la última en aprovechar ese reclamo para sus recientes iPhone 7 y iPhone 7 Plus.
Todos estos ejemplos demuestran que arriesgar en diseño puede tener su recompensa, aunque a menudo esta se convierta en tendencia genérica en el mercado y no en una ventaja competitiva para un fabricante en particular. Mucho nos tememos que será difícil que veamos grandes revoluciones en este sentido, así que nada de volver a la maravillosa locura de aquella Nokia de hace dos décadas. Qué lástima. ¿O no?
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