Por lo que sabemos del COVID-19, el peligro no está tanto en la gente de la calle viendo luces de navidad como en casi todo lo demás

28 de noviembre. Calle Preciados, Madrid. Miles de personas "abarrotan" el centro de la ciudad "a pesar de las recomendaciones de mantener la distancia de seguridad y evitar aglomeraciones". Gran Vía, Callao y el resto de las calles adyacentes están, según decían en RTVE, con "un ambientazo impresionante". No fue el único lugar: ciudades como Barcelona o Málaga han sufrido aglomeraciones similares y otras, como Córdoba o Valladolid, decidieron mantener en secreto el día de iluminado para evitar este tipo de concentraciones.

Y, hoy miércoles 2 de diciembre, Vigo, la ciudad que se ha convertido en sinónimo de alumbrado navideño, encenderá las suyas. Pese a que el ayuntamiento ha hecho un llamamiento para que la población no se acerque al centro de la ciudad, nadie sabe muy bien qué pasará ni en el acto de inauguración, ni en las próximas semanas.

Y, por lo que parece este asunto, amenaza con convertirse en uno de los temas de las Navidades. Pero ¿hasta qué punto esto es un problema? ¿De verdad tiene sentido centrar el debate en este tipo de situaciones pese a ser, sobre el papel, una de las cosas menos peligrosas (en términos de contagio) que vamos a ver en las próximas semanas?

¿Cómo se contagia el COVID-19?

Volodymyr Hryshchenko

Cualquier valoración del riesgo está íntimamente relacionado con cómo se contagia el virus y lo cierto es que pese a que expertos y autoridades llevan meses discutiendo sobre este punto hay un consenso generalizado que dibuja unas pautas claras a seguir. Por una parte, la OMS y la gran mayoría de agencias sanitarias señalaban que la principal vía de transmisión eran las gotitas de flujo respiratorio que emitíamos al hablar, respirar o gritar. Es decir, que el comportamiento del virus (metafóricamente) se asemejaba a que cada infectado llevara un pulverizador de agua en la mano.

Por contra, un amplio número de científicos pedía que empezaran a tomarse medidas porque la vía de los aerosoles (partículas suspendidas en el aire capaces de pasar más tiempo que las gotículas) parecía cada vez más predominante. En este caso y también haciendo uso de una metáfora, el comportamiento del virus sería parecido al del humo si cada infectado llevara un cigarrillo.

Aunque pueda parecer que hay diferencias importantes entre esos escenarios, probablemente el SARS-CoV-2 se encuentra en un punto intermedio de los dos. Y, por eso mismo, al final todos coinciden en un cuerpo de recomendaciones coherente y fácil de recordar: "las seis emes"

  • Usar la Mascarilla todo el tiempo posible
  • Lavarse las Manos frecuentemente
  • Mantener los dos Metros de distancia de seguridad (o todo lo que sea posible)
  • Mantener ventanas y puertas abiertas para garantizar la ventilación maximizar ventilación y pasar todas las actividades que se puedan al aire libre
  • Minimizar número de contactos y que preferiblemente sean los mismos
  • Y no Moverse si se tienen síntomas, se tiene un diagnóstico o se ha tenido un contacto de riesgo.

Este es el ABC de medidas y precauciones que mejor funcionan a nivel individual. Y, en este punto de la pandemia, las autoridades ni siquiera piden que se cumplan a rajatabla, sino que seamos responsables y, en la medida de lo posible, adaptemos nuestro comportamiento de cara a poder cumplirlas lo mejor posible.

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El problema de las aglomeraciones

Si nos fijamos, en la "cuarta eme" aparece "pasar todas las actividades que se puedan al aire libre". ¿Por qué? Porque al aire libre no sólo es más fácil guardar las distancias, sino que la ventilación natural representa una ayuda excepcional para que los aerosoles se diluyan y se vuelvan inofensivos.

Es decir, por lo que sabemos del COVID-19, el peligro no está tanto en la gente de la calle viendo luces de navidad como en casi todas las demás tradiciones que solemos realizar en Navidad. El frío nos invita a buscar lugares cerrados y mal ventilados; las celebraciones, a maximizar el número de contactos; el alcohol, a ser imprudentes; los villancicos, a emitir una mayor cantidad de aerosoles y gotículas; y las muestras de cariño, a descuidar las distancias de seguridad. Es, como todo el mundo en su foro interno presiente, una bomba de relojería.

¿Tiene sentido, entonces, generar un clima social y mediático contra las actividades al aire libre? Lo cierto es que no. Es una forma de gestionar la ansiedad, es cierto; pero una especialmente problemática. No porque las aglomeraciones no puedan ser peligrosas, sino porque la alternativa lo es aún más. De hecho, en los lugares públicos (si se realiza una buena gestión) pueden controlarse aforos e introducirse medidas que minimicen la exposición: en las casas particulares esto es virtualmente imposible. Y ese es un argumento excelente para salir a la calle y disfrutar de la Navidad.

Imagen | Jyrki Sorjonen

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