Estudiando el cerebro de los perros, un neurocientífico ha descubierto que nos quieren más
La comida es la mejor forma de llegar al corazón de alguien. Es evidente que necesitamos alimentarnos por una cuestión biológica, pero la comida puede despertar sentimientos muy profundos, como recuerdos de la infancia o de un ser querido. Con los animales ocurre algo parecido: el alimento es la mejor forma de ganarnos su confianza y, en el caso de los perros, la herramienta más efectiva que tenemos durante su educación.
Pero… ¿y si resulta que los perros aprecian algo que podemos proporcionar y que es más poderoso que un premio con forma de comida? Resulta que existe y es, básicamente, nuestros elogios.
¿Amor o comida? Si vives con un perro o un gato, seguramente te habrás preguntado si el amor que te profesa tiene que ver con tu función como proveedor de alimento o si, genuinamente, siente algo por ti. También puede que te hayas preguntado qué ocurriría si tuviera que elegir entre tú o su comida. Pues bien, es algo que el neurocientífico Gregory S. Berns también se ha preguntado.
Berns lleva años investigando el cerebro de los perros con equipos de resonancia magnética y ha llegado a interesantes conclusiones sobre el funcionamiento del mismo y su capacidad para memorizar. Hace unos años contó que su perro Newton murió y lo que se preguntaba era si él le amaba o si la relación se debía a la comida.
Cairo y la misión contra Bin Laden. Como neurocientífico, Berns había trabajado con sistemas de resonancia magnética y sabía perfectamente que era una herramienta que ayudaba a comprender el funcionamiento del cerebro, con una parte concreta que era la que le interesaba: la parte involucrada en los procesos emocionales. El problema era cómo meter a un perro, con su agudizadísimo sentido del oído, en una máquina en la que tiene que estarse muy quieto y que hace bastante ruido.
Fue entonces cuando conoció el caso de Cairo, un pastor belga malinois que intervino en la misión en la que se acabó con la vida de Bin Laden. Cairo saltó desde un Black Hawk norteamericano y Gregory pensó que si se podían entrenar perros para estar en un ambiente tan ruidoso, se podría conseguir que entraran en una máquina de resonancia magnética.
Primeras pruebas. Para ello, trabajó con un enterrador de perros y construyó un simulador de resonancia magnética en su sótano para poder hacer pruebas con Callie, un terrier que se había convertido en su nuevo perro. Tras una práctica diaria durante tres meses y voluntarios locales, Gregory sabía que podía conseguirlo. Aclara que no sedaban a los perros y que si en algún momento se movían o querían irse, podían hacerlo.
Una de las primeras pruebas fue un entrenamiento simple que se hace con humanos y primates. Se entrenó a los perros para que pincharan con la nariz un objetivo cada vez que escucharan un silbido. Por el contrario, si el entrenador levantaba los brazos en cruz, el perro sabía que no debía ir. Una complicación era si escuchaban el silbido y los brazos seguían levantados, ya que significaba que no podían ir a tocar el objetivo.
En las pruebas con el escáner, Gregory observó que los perros que tenían más actividad en una parte del lóbulo prefrontal que se activaba durante estas pruebas rendían mejor en las mismas
El experimento. Todo esto era un entrenamiento para el estudio que interesaba a Gregory desde el principio: si lo que impulsa el amor canino es la comida o nosotros. Este experimento consistió en dar salchichas a los perros parte del tiempo y elogios la otra parte. En el escáner compararon sus respuestas observando la parte del cerebro en la que procesan las recompensas y una gran cantidad de sujetos respondieron por igual a los elogios y a la comida. No era concluyente.
Sin embargo, descubrió algo interesante: alrededor del 20% tenía respuestas más fuertes a los elogios que a la comida, por lo que dedujeron que la mayoría de los perros nos quieren tanto, al menos, como a la comida. Eso es un descubrimiento muy revelador y que se puede observar cuando entrenamos a un perro y dejamos de darle comida para pasar, simplemente, a los elogios, pero nunca se había estudiado de manera tan profunda.
Resultado satisfactorio. Por tanto, la próxima vez que tu perro haga algo bien y no tengas una recompensa en forma de comida, recuerda que tus alabanzas les gustan tanto como una chuche. Ahora bien, Gregory ha seguido realizando estos estudios con perros y algo que aprendió con otras pruebas es que los perros están programados desde su nacimiento para procesar las caras, ya que tienen partes del cerebro que se activan de una forma llamativa cuando nos miran.
Además, también halló que los perros que eran candidatos perfectos como perros de asistencia eran los que tenían más actividad en los receptores de dopamina en el cerebro y menos en las partes asociadas con el miedo y la ansiedad.
Son conclusiones muy interesantes y ahora ya sabes que si eres de los que ve a tu perro tumbado en el sofá y descansando tranquilamente y le dices un “muy bien” mientras le das unas palmaditas, es tan bueno (o, incluso, mejor) que si le dieras una salchichita.
Imágenes | BBC Earth, Emory University
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