El 25 de agosto de 1940 tuvo lugar un hecho que los jerarcas nazis, exultantes tras las sucesivas invasiones exitosas de Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Países Bajos y Francia, no esperaban: aviones de la Royal Air Force (RAF) británica bombardearon Berlín. El ataque fue más anecdótico que dañino, pero Hitler montó en cólera. ¿Cómo habían podido los británicos, a quienes pensaba acorralados en su isla por la Luftwaffe, atacar el corazón del III Reich sin oposición?
Como consecuencia de aquello, el dictador alemán tomó dos decisiones, una pasional y otra más cabal. La primera, concentrar los bombardeos de la Luftwaffe sobre objetivos civiles en represalia, ya que hasta ese momento se habían centrado en ataques estratégicos contra bases aéreas y zonas industriales. La segunda, construir una serie de fortalezas antiaéreas para defender Berlín que fuesen indestructibles, las Torres Flak (flak significa cañón antiaéreo en alemán).
Una obra maestra de la ingeniería militar
Para satisfacer los deseos de Hitler, los ingenieros alemanes idearon unas construcciones que se asemejaban en su arquitectura a castillos medievales, con cuatro gruesas torres en cada esquina unidas por recios muros y plagadas de baterías antiaéreas a distintos niveles. También hubo una tercera generación de estos edificios cuyo complejo completo era una sola torre gruesa. Con el objetivo de hacerlas realmente indestructibles, proyectaron que sus muros fuesen por completo de hormigón armado con un grosor de hasta 3,5 metros.
Las Torres Flak llegaron a tener una capacidad de fuego de 8.000 disparos por minuto, y los cañones antiaéreos instalados en ellas, entre los que se encontraban los célebres Flak de 88 mm, tenían un alcance máximo de 14 kilómetros. Asimismo, cada una de ellas tenía una antena de radar cuyo plato podía retraerse bajo una cúpula de acero y hormigón armado para protegerse.
Hitler puso tanto empeño en su construcción por el impacto psicológico que la había producido el bombardeo británico que la primera fortaleza de este tipo de Berlín estuvo terminada en apenas seis meses.
Las primeras Torres Flak fueron diseñadas para Berlín, pero pronto se extenderían también a Viena, Hamburgo, Stuttgart o Frankfurt, entre otras, según el National Geographic. En la capital de Alemania se edificaron tres fortalezas de este tipo, que formaban un triángulo que cubría con sus baterías el espacio aéreo del centro la ciudad. En la capital de Austria también se construyeron tres, mientras que en Hamburgo sólo dos y en el resto de ciudades una.
Fortalezas inexpugnables
La forma y los materiales de construcción consiguieron su objetivo. Las Torres Flak fueron un verdadero quebradero de cabeza para las fuerzas aéreas de los Aliados durante la contienda, puesto que ninguna de sus armas conseguía dañar la poderosa estructura de las fortalezas y su alta capacidad de fuego hacía difícil acercarse a ellas.
Por eso, tuvieron que optar por bombardeos desde grandes alturas para escapar de su fuego antiaéreo, lo que hacía que sus incursiones perdiesen mucha precisión, o lanzar ataques masivos que desbordasen la capacidad de defensa de las torres, aún a sabiendas de que muchos de los aviones que enviaban no regresarían jamás.
Asimismo, cuando las tropas soviéticas entraron en Berlín, las Torres Flak se convirtieron en auténticos castillos inexpugnables, en los que las tropas nazis se refugiaron y resistieron los intentos de asalto ruso sin demasiado esfuerzo. El Ejército Rojo bombardeó las fortalezas repetidamente con lo mejor de su artillería pesada, sin conseguir abrir una brecha en sus muros. Finalmente, optaron por el vieja táctica de asediar el complejo y esperar a que sus ocupantes se rindiesen cuando se les agotasen los víveres.
Además de como instalaciones militares, las torres también se usaron con fines civiles para refugiar a ciudadanos y proteger obras de arte. En su interior había capacidad a 10.000 personas no militares e incluso un hospital. Durante las últimas fases de la guerra, en las que Berlín era bombardeada sistemáticamente y se combatía calle por calle, en cada una de ellas se llegaron a refugiar hasta 30.000 civiles.
Casi indestructibles
Con el fin de la guerra y la rendición de Alemania, las torres, que seguían en pie y casi intactas, continuaron siendo un problema para los Aliados, que las consideraban un peligro en el caso improbable de que los alemanes se alzasen contra las tropas de ocupación o en el caso más probable de que la Guerra Fría se templase y unos u otros decidiesen capturarlas y volver a ponerlas en funcionamiento. Por ello, tanto británicos como soviéticos se propusieron demoler las fortalezas, y fracasaron estrepitosamente.
Los británicos decidieron que demolerían la de su sector y colocaron algo más de 22.000 kilos de explosivos en su interior. Cuando el humo de la explosión se disipó, la fortaleza seguía allí, impertérrita. En un segundo intento usaron 25.000 kilos y también fracasaron, y sólo en el tercero, con más de 35.000 kilos, consiguieron fracturar el edificio y que se hundiese levemente, pero no lograron derribarlo del todo.
Los soviéticos tuvieron una experiencia similar en su sector, y tras varios intentos infructuosos de demolerla con explosivos también lograron fracturarla parcialmente. Lo que quedó de la fortaleza fue cubierto con tierra y hoy día es una colina artificial en la que todavía se pueden observar algunos vestigios de la torre. La tercera de estas construcciones también fue demolida sólo en parte, y sus restos son visibles en la actualidad.
En Hamburgo y Viena, sin embargo, como no existía tanta tensión como en la dividida capital de Alemania, las construcciones no se tocaron y hoy día siguen en pie con distintos usos. En la ciudad alemana una de ella se ha reformado para acoger una discoteca y varios negocios de diversa índole.
Imagen 2 | San Andreas, imagen 3 | Vnbn , imagen 4 | Peter Olthof