Toros hipertróficos y pollos sin plumas: así se ha saltado la humanidad la selección natural

Saltar del pedigree al quiltro parece ser la única solución para sensibilizarnos con el estado de salud del bulldog inglés. La genética no da más de sí, y las múltiples enfermedades e inconvenientes sufridos por la raza han llegado a un punto de no retorno, dice el estudio aparecido en Canine Genetics and Epidemiology. En otras palabras, se empieza a demostrar que lo de jugar a ser dioses con las variedades de perros nos ha salido regular. ¿Pero hasta qué punto hemos intervenido nosotros en el salto del lobo al bulldog? ¿Cómo hemos cambiado a nuestros animales mediante la selección genética?

La humanidad mató a la selección natural

El caso del zorro rojo de Dmitry Belyaev, que comentábamos hace unos días al abordar el tema de la domesticación, suele ser el punto de partida ideal para acercarse a la idea de hasta qué punto la mano del hombre puede modificar una raza. Ni es fácil ni rápido, y los intentos posteriores de replicar el experimento destinado a convertir animales salvajes en dóciles mascotas no ha tenido el mismo éxito.

Obra de la casualidad (ejemplares con mutaciones que nacen en el momento y sitio adecuado) o predisposición de la raza para alcanzar esa meta podrían ser dos de los factores clave, pero ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo al hablar del caso primigenio de la selección genética: el perro.

De hecho la duda llega hasta ese preciso punto, la falta de pruebas sobre la importancia de la mano del hombre en la domesticación del lobo que, posteriormente, acabaría derivando en infinidad de razas de distintas formas, tamaños y colores. La historia la conocemos todos, es la de fieras acercándose a asentamientos humanos en busca de carroña y quedándose allí por tener más predisposición a entablar una relación en la que ambas partes salían beneficiadas.

Los primeros perros aseguraban su ración diaria de comida y los humanos ganaban una herramienta más para cuidar el ganado y la casa. Así, la selección natural dejaba de ser importante para una raza que, con el paso de los años y dentro de un periodo que lleva unos 40.000 a sus espaldas, iría ganando en cambios y mutaciones fruto de la aleatoriedad que le habrían comportado serios problemas en la vida salvaje.

¿Cómo se crea una raza?

De las variedades nacidas de esa selección arbitraria bajo la tutela del hombre, además de las camadas surgidas de seguir emparentándose con lobos de distintas regiones, nace un abanico de razas que posteriormente utilizaría el hombre (ahora ya sí, oficialmente documentado) para dar forma a sus necesidades.

Curioso es el caso del Dóberman, nacido alrededor de 1890 de la mano de un recaudador de impuestos llamado Karl Friedrich Louis Dobermann, cuyos peligrosos paseos con grandes sumas de dinero por bosques plagados de bandidos, le invitaron a intentar crear una raza de canes tan impávidos y fieros como leales y obedientes.

Las distintas mezclas de perros como el pastor alemán, el pointer, el bas rouge, el pinscher o el rottweiler, acaban dando vida al Dóberman tras cuarenta años de cría selectiva, pero es en el proceso de selección genética posterior, comandado por Goswin Tischler & Otto Goeller, donde la imagen del perro que todos tenemos en mente empieza a radicalizarse, dando forma a un aspecto cada vez más característico.

Es en esa búsqueda de constante pureza, remarcando cada vez más las facciones, musculatura y estructura ósea de una raza, mientras se mezclan primas con sobrinos como si no hubiese un mañana, donde nace precisamente el problema del bulldog inglés y de otras razas similares. Al final, las mutaciones que hacen de ellos animales con unas características muy concretas, son también las que limitan la mejoría de su salud. Dicho de otro modo, o iguales y condenados o mezclados y con esperanza.

Problemas morales y dudosa eficiencia

Con el perro la humanidad descubre hasta qué punto es capaz de modificar los animales de su entorno a su antojo, y el resultado acaba consiguiendo que, en ese barrer para casa en el que entran desde pollos sin plumas hasta vacas hipertróficas, los animales se distancien de una forma impresionante de lo que la selección natural tenía preparados para ellos.

Los cerdos, sin pelo y con problemas epidérmicos que imposibilitan que vuelva a una situación similar a la de los jabalíes que antaño les dieron la vida, o los salmones modificados que escapan de sus jaulas y alteran la selección natural de las especies autóctonas, son sólo algunos ejemplos de cómo nuestra industria alimentaria ha llegado a modificar algunas especies hasta puntos que comportarían serios problemas ante un tribunal formado por animales de granja.

Imagen | FaceMePLS

Sin embargo es en especies como la del ganado belgian blue donde el experimento de la selección genética mediante cruzas se vuelve complicado. El aspecto impresiona, sí, al fin y al cabo hablamos de toros capaces de nacer con el doble de fibras musculares respecto a un ternero convencional, lo que deriva en más carne magra.

A priori sería el negocio perfecto para cualquier ganadero, más y mejores cortes de carne con menos grasa suponen un filón para el mayorista, pero sus ventajas son, a su vez, su mayor problema. También una prueba más de lo que haría con esta raza la selección natural si la mano del hombre no estuviese al acecho.

Una dieta específica y la programación de cesáreas por imposibilitar sus músculos un parto natural, plantea serias dudas sobre si, a la larga, su eficiencia económica es un mero espejismo. Lo del problema moral que conlleva ya se responde solo al hablar de vacas que no pueden dar a luz por sí mismas.

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