Era cuestión de tiempo que Viktor Orbán perdiera todos sus apoyos en el seno del Parlamento Europeo, pero la cuestión parecía alargarse en el tiempo de forma indefinida. Al fin, Hungría, el país que con menos reparos ha girado hacia al autoritarismo en el seno de la Unión Europea, ha sido públicamente reprendida por sus socios. La cámara europea ha votado a favor de iniciar los procedimientos sancionadores que podrían derivar en el temible Artículo 7 del Tratado de Lisboa.
¿Qué significa? A nivel práctico, que Hungría inicia el mismo camino de Polonia. El voto representa una puerta abierta hacia la activación del Artículo 7, mecanismo que permite a las instituciones europeas vetar de influencia, palabra y poder de decisión a un estado miembro de la Unión. Es un botón rojo, una medida casi desesperada que evidencia el fracaso de las negociaciones internas y, sobre todo, el aislamiento del estado que sufre la reprimenda. Una cicatriz gigantesca.
Eso sí, se trata también de una medida cosmética, política. El Parlamento señala el camino, pero es la Comisión Europea quien debe activar de forma definitiva el Artículo 7 (que sí llevaría a una suspensión efectiva de los derechos de voto de Hungría). Le ha sucedido a Polonia, pero es aún incierto si Orbán y su gobierno iniciarán su mismo camino. Por el momento, Europa, y muy especialmente el Partido Popular Europeo, le han dejado solo.
¿Quiénes? Los conservadores continentales, la principal fuerza de la cámara. Hasta ahora, Orbán había esquivado cualquier aislamiento mediático y político gracias al apoyo velado de la mayor parte de sus aliados. Su partido, Fidesz, va a ser expulsado del PPE, y la mayor parte de formaciones populares han alzado la voz contra sus políticas migratorias y sus maneras autoritarias. Hay excepciones, las menos, como el PP, que ha decidido abstenerse (con tres votos en contra).
Orbán había sido intocable porque el resto de estados y de partidos conservadores no habían tenido interés en iniciar una disputa que podría romper un poco más a Europa. Ahora sí.
¿Por qué? Formalmente, por las políticas contra la migración o los refugiados que Hungría ha impulsado con entusiasmo desde 2015. Orbán tuvo ayer una última oportunidad de frenar el voto parlamentario, pero no la aprovechó: se cercioró en las decisiones de su gobierno, en la mano dura contra la migración ilegal y en el carácter amenazante del Islam para Europa y sus cimientos civilizatorios. Nada que no supiéramos. Pero fue una declaración muy explícita: Orbán prefería no amedrentarse ante sus socios y sufrir su castigo en Bruselas a perder votantes en Hungría.
¿Es bueno o malo? Depende de la perspectiva con la que cada uno desee mirarlo. Por un lado, es positivo que los estados miembros y el PPE hayan, al fin, reprochado a Orbán sus políticas. Que lo hayan defenestrado. Por otro, es negativo porque simboliza que la Unión Europea se sigue rompiendo otro poquito más por dentro, paso a paso. La decisión, calificada desde el gobierno húngaro de "fraude", aleja a Orbán y a sus simpatizantes del proyecto europeísta.
No son pocos: Rumanía o Eslovaquia han coqueteado con retóricas similares. Orbán era un referente para muchos euroescépticos que interpretaban en él un defensor de las esencias nacionales y culturales de su pequeño estado frente al aparato burocrático de Bruselas o la perversión migratoria. Para Salvini, Le Pen o Wildeers, entre otros eurófobos de Europa Occidental, su figura alcanza ahora el martirio. Es agrandar la grieta interna, pero era inevitable.
¿Y Polonia? Decíamos que Hungría se sumaba a Polonia. El país está en el desfiladero del Artículo 7 por motivos diferentes al país magiar: sus reformas constitucionales para hipotecar el poder judicial al político han convertido a Prawo i Sprawiedliwość, en un apestado comunitario. Hoy mismo el presidente del país, Andrzej Duda, ha declarado que Polonia tiene poco que ver con la "comunidad imaginaria" de la UE, con poca "relevancia" para los polacos.
Es una declaración de intenciones, como la del Parlamento Europeo. En esencia, Bruselas y la mayoría de estados miembros le han dicho a Hungría y Polonia que sus políticas no se ajustan al espíritu de la Unión, que están yendo en contra de sus fundamentos. Es una posición obligatoria, pero que revela su incapacidad última para afianzar a estados de última incorporación en el proyecto. El castigo, para Europa, es un símbolo de su fracaso. He ahí la paradoja.
Imagen: PPE/Flickr
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