Todo parece de color de rosa cuando nuestros gobernantes nos hablan del TTIP (Transatlantic Trade and Ivestment Partnership), un acuerdo entre la Unión Europea y Estados Unidos que pretende abrir las fronteras en el ámbito del comercio de todo tipo de mercancías. Y sin embargo hay muchas sombras en un pacto que entre otras cosas da más poder a los grandes imperios comerciales y menos a los propios gobiernos.
Las voces en contra de este acuerdo llevan tiempo escuchándose, y si hay un símbolo de esa lucha anti-TTIP, ese es el de los ya célebres chlorhühnchen, los pollos tratados con cloro que son la norma en las exportaciones Estados Unidos. En Alemania están que trinan: no quieren ni verlos en pintura en un debate que se extiende a todo el mercado alimentario. Las normas de etiquetado estadounidenses no son tan estrictas, dicen los expertos, y aunque no se ha demostrado que existan riesgos para la salud, las suspicacias aparecen por doquier.
Mejor prevenir que curar
En Estados Unidos la práctica habitual en la producción de carne de pollo es la de sumergir a los pollos en un baño de agua caliente en el que hay cloro (o dióxido de cloro) diluido con un objetivo claro: desinfectar estos pollos para eliminar los gérmenes que puedan tener.
El uso del agua con cloro diluido, explican organismos como el National Chicken Council (NCC) de los Estados Unidos, garantiza que se mata o inhibe el crecimiento de bacterias y patógenos como la salmonela en estos animales. El uso del ácido hipocloroso se hace de forma muy diluida según este organismo, y en el agua caliente que se utiliza "raramente se exceden las tres partes por millón", una proporción mínima que según ellos "es la forma más afectiva para reducir y controlar el nivel de contaminación microbiológica".
El procedimiento está prohibido en la Unión Europea, entre otras cosas porque incluso en pequeños niveles el cloro en el agua puede interactuar con diversos componentes orgánicos para crear productos colaterales. Ese cloro puede reaccionar con sustancias químicas orgánicas que permanecen en el agua y formar un grupo de componentes químicos llamados Disinfection By-Products (DBPs) o trihalometanos (THMs), y según ciertos estudios pueden estar asociados "con 10.000 o más cánceres de recto o de vejiga al año en Estados Unidos, y también están vinculados al cáncer de páncreas y causar defectos de nacimiento".
Los países de la Unión Europa han tenido vetados este tipo de tratamientos químicos, y en lugar de eso los tratamientos son preventivos, desde que los animales están en las granjas y criaderos. En el caso de los pollos, por ejemplo, la regulación de higiene incluye el uso de ropa y calzado específico por parte de los trabajadores, algo a lo que se suman unas condiciones de transporte específicas y unas prácticas higiénicas de sacrificio y procesado.
Según [un estudio](broiler meat) de la European Food Safety Authority (EFSA), "se espera que los beneficios para la salud pública al controlar los patógenos en la producción primaria sean mayores que los de hacerlo más adelante en esa cadena ya que las bacterias también puede pasar de las granjas a los seres humanos por otras vías adicionales a la carne de pollo".
Los pollos tratados con cloro, la última frontera
En Quartz explicaban como en Alemania precisamente esos tratamientos de cloro para el pollo están siendo uno de los obstáculos para que un país que en su mayoría apoya los tratados esté en contra en este tema concreto. La propia canciller alemana Angela Merkel, favorable a los acuerdos, ha declarado abiertamente que no tiene ninguna intención de comerse un pollo con patatas que provenga de los Estados Unidos. A mí que me pongan un poco de codillo con chucrut, pensará.
Y eso a pesar de los estudios que niegan que haya riesgo alguno para la salud -aunque provengan de un organismo que mira más por los beneficios económicos-. Estudios que por supuesto se pueden contrastar con otros que afirman lo contrario y que de hecho tienen sitio web propio y muy descriptivo en su propio dominio: ChlorineKills.
Lo cierto es que la confianza de los consumidores europeos en los productos alimenticios de Estados Unidos es uno de los obstáculos a los que se enfrentan los ambiciosos tratados de libre comercio que tantas ventajas parecen prometer a nivel económico. Los pollos bañados en cloro son tan solo el símbolo de una lucha que podría no tener final feliz para los consumidores.
El citado estudio de del Instituto para la Investigación Económica de Colonia (Alemania) era defendido por su director, Michael Hütner, que indicaba que "no hay pruebas científicas de que los pollos desinfectados con cloro puedan ser un riesgo para la salud". En lugar de prohibir ese comercio, afirma él, "habría que desmantelar esas barreras al comercio y en lugar de eso, etiquetar los productos de forma clara". Eso permitiría a los consumidores poder elegir ("con" o "sin clorina", por ejemplo).
Un estudio realizado por la Universidad de Maryland en 2009 revela que la eficacia del cloro "depende en gran medida de la concentración" que se use en la disolución, y explican que el uso de una proporción de 50 partes por millón -bastante más alta que las 3 partes de las que hablan los responsables del NCC- ha demostrado ser un modo efectivo de reducir la contaminación microbial.
Para los investigadores la potencial aparición de DBPs con esas proporciones "es insignificante, sobre todo después de cocinarlos", lo que deja la conclusión de que este método "no causa riesgos significativos de cáncer o de otras enfermedades". De hecho, acaban diciendo, "es importante enfatizar que las ventajas en salud pública [...] al usar cloro en el procesado del pollo compensa de sobra los riesgos de cáncer".
Estados Unidos y el "que viva la pepa" de sus agricultores y ganaderos
En ElDiario.es el sociólogo y experto en alimentación Ramón Soria explicaba cómo hay sustancias que se utilizan en Estados Unidos para el tratamiento de los alimentos que están prohibidas en Europa. Soria explicaba cómo el cloro "camufla el porcentaje de bacterias que existen en el pollo". En Europa eso está prohibido para, afirma "evitar el fraude de que te vendan pollos enfermos".
Este tipo de prácticas son muy comunes en Estados Unidos, donde utilizan diversos tipos de engordantes para que los cerdos crezcan y engorden un 15% más rápido de lo que lo hacen en España y Europa, o el arsénico orgánico -no confundir con el arsénico a secas, que es tóxico- para que su carne parezca más rosada y apetecible.
Este tipo de prácticas no están permitidas en la Unión Europea, pero el pacto de libre comercio que defiende el TTIP permitiría que este tipo de productos llegasen a nuestros mercados con un único etiquetado global que haría que no supiésemos qué carne estamos comiendo y qué tratamiento se ha seguido para que llegue al mercado de esa forma.
El estudio publicado por el World Trade Institute y que analiza el impacto económico del TTIP, afirma Soria, no recoge ni una sola frase en la que se explique por qué el tratado es ventajoso para la agricultura y ganadería europeas.
En el Capítulo 7 de dicho documento se habla de la preocupación de los consumidores europeos sobre ese etiquetado, y se indica que los negociadores "han manifestado repetidamente que la TTIP trata de hacer que las regulaciones sean más compatibles, y no tiene como objetivo ir a por el mínimo común denominador". En ese estudio sí se indica por ejemplo que "las autoridades de los Estados Unidos siempre han rechazado el etiquetado de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), y en particular, su inclusión en los tratados de comercio".
Diferencias radicales entre la UE y EE.UU.
La regulación estadounidense es mucho más laxa en este sentido, y el 75% de todos los alimentos procesados que acaban en los supermercados de los EE.UU. contienen ingredientes genéticamente modificados. En el viejo continente ocurre justo lo contrario, y prácticamente no hay comida con este tipo de ingredientes. Esa regulación también es menor en temas como el uso de pesticidas o el de las hormonas para el ganado vacuno que se han restringido en Europa por su vínculo con el cáncer.
El impacto de esas sustancias en el medioambiente es otro de los puntos en los que la regulación es absolutamente opuesta en Europa y Estados Unidos. En la Unión Europea una compañía tiene que demostrar que una sustancia es segura antes de poder ser usada en estos procesos alimentarios.
En Estados Unidos ocurre lo contrario: puedes usar cualquier sustancia hasta que se demuestre que no es segura. El dato numérico -aunque sea en el campo de los cosméticos- es aplastante: la Unión Europea ha prohibido el uso de 1.000 sustancias químicas en este segmento. ¿La FDA de los Estados Unidos?
Nueve. 9.
Puede que la solución, apuntan algunos, esté en el correcto etiquetado de este y otros productos alimentarios para que sea el consumidor el que en último término decida qué tipo de producto quiere comprar. La European Consumer Organisation (BEUC, por sus siglas en francés) debatía sobre esta opción pero ofrecía sus dudas sobre otro de los potenciales efectos del tratado: el uso del etiquetado electrónico (e-labelling) que complicaría el proceso en último término aunque en ciertos apartados tenga ventajas.
Este organismo aboga por un sistema de etiquetado mucho más riguroso con el que se pueda garantizar la trazabilidad de todos estos alimentos de forma que en todo momento el consumidor pueda estar informado del origen y tratamiento que se ha realizado en cada producto. De hecho la BEUC ve esto como una oportunidad de mejora: "el TTIP es una gran oportunidad para todas las partes para optimizar el intercambio de información a la hora de identificar rápidamente fuentes de contaminación alimentaria. Un sistema de alertas alimentarias podría hacer nuestros alimentos más seguros en ambos lados del Atlántico".
En El Blog Salmón | TTIP, el acuerdo de libre comercio más polémico de la historia
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