En plena ola de calor, los bosques antaño inmaculados del Ártico son ahora pasto de las llamas

El drama del Ártico podría resumirse en las noticias encadenadas del último medio año: si en invierno escribíamos sobre una ola de calor extraordinaria que igualaba las antaño extremas temperaturas del norte con las del corazón continental europeo, en verano lo hacemos sobre una terrible ola de calor también extraordinaria que está provocando una descorazonadora sequía y el incendio de millones de hectáreas. Al margen de la estación, para el Ártico sólo hay una realidad: demasiado calor.

¿Qué pasa? Que toda Europa está sufriendo temperaturas altísimas. Por lo alto. Sitios tan improbables al calor veraniego como Kvikkjokk, en Suecia, o Utsjoki, en Finlandia (ambas situadas en las regiones más norteñas de sus respectivos países), han registrado temperaturas por encima de los 30 ºC durante las últimas semanas. Son cifras comparables a las disfrutadas en países de clima más cálido como España o Italia. Y son rarísimas: Helsinki alcanzó los 30 ºC hace algunos días por primera vez en ocho años. Es un verano de preocupante uniformidad en Europa.

¿Por qué? Porque eran espacios totalmente ajenos a temperaturas semejantes (están entre 2 ºC y ¡8 ºC! por encima de su media de los últimos quince años). La situación ha provocado que la totalidad del continente se sumerja en una sequía desesperante para los agricultores, y dramática para los bosques. Suecia vive hoy un estado de alerta permanente a causa de los fuegos: hay más de 50 declarados a lo largo y ancho del país (el más boscoso de Europa), con alrededor de una decena consumiendo hectáreas más allá del Círculo Polar.

¿Es raro? Muchísimo. Las autoridades europeas temen que el desolador panorama veraniego en espacios tradicionalmente fríos sea la nueva norma. Ha sucedido en otros puntos muy septentrionales, como Alaska o el norte de Canadá, además de rincones remotos de Siberia. Y es consistente con los preocupantes fuegos que asolaron el arco mediterráneo en meses tan tardíos como octubre o noviembre. La temporada de incendios se ha ampliado, y también sus regiones.

¿Y la sequía? La emergencia es indicativa de profundos procesos climáticos que están alterando el equilibrio tradicional del Ártico. Para los ciudadanos de a pie, nada lo ejemplifica mejor como la sequía: los campesinos suecos no recuerdan una lluvia desde mayo, y creen que la cosecha de este verano estará a un 50% de su rendimiento (el nivel más bajo del último cuarto de siglo). Alemania o Francia esperan recoger 3.000 millones de toneladas menos que el curso pasado.

Es una situación calcada a la vivida en el sur en 2017, cuando la sequía se llevó por delante la cosecha en la península ibérica y secó la mayoría de sus embalses.

¿Soluciones? Ante la sequía, escasas: esperar a que llueva, como finalmente sucedió en España. Ante los fuegos, Suecia ha reclamado ayuda de sus socios comunitarios para controlar las llamas. Su caso es muy problemático por una sucesión de factores: extrema sequedad, altísimas temperaturas que propagan los focos y una masa forestal gigantesca y muy poco habitada difícil de controlar y proteger. Pero ante todo, un Ártico en estado de catársis que cambia amarchas forzadas.

Imagen: NASA

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