"Piensa global, actúa local" ha funcionado como imperativo político durante las últimas décadas. La idea tras el eslogan era simple: los retos globales se abordan desde perspectivas municipales o regionales, a partir de actitudes que imprimen un cambio en casa, en nuestra vida diaria. Es algo que ha permeado especialmente en el discurso medioambiental, y que ha tenido traducción en un impulso de los productos de "proximidad".
Es decir, come "local" por el bien "global". ¿Es una idea efectiva?
No mucho. Lo ilustra este estupendo artículo de Hannah Ritchie en Our World in Data. Tomando como referencia este estudio sobre la huella ecológica de más de 38.000 explotaciones agrarias en todo el mundo, llega a una rotunda conclusión: es preferible dejar de lado las carnes rojas a consumirlas "localmente". Mejor una nuez transportada desde Madagascar que un filete producido en el pueblo de al lado.
¿Por qué? El trabajo computa las emisiones atribuibles a cada eslabón en la cadena de producción, desde el cultivo hasta los fertilizantes, pasando por el procesado, el envasado o la venta en el supermercado. En general, el transporte tiene un impacto marginal en el volumen total de emisiones de cada producto, por debajo del 1%. El uso extensivo de tierra y la emisión de gases como el metano tienen un rol más relevante.
Responsables. Así, por más que desterráramos el transporte de la ecuación, la producción de carne de vacuno seguiría teniendo una huella medioambiental muy superior al resto de alimentos. También la de bovino. La explicación es simple: la conversión de bosques o espacios naturales en zonas de pasto o dedicadas al cultivo de piensos, principales usos de la Tierra, tiene un impacto ecológico muy alto. El 27% de la superficie del planeta se dedica a ello.
A sumar a la emisión de metano natural a los rumiantes, factor que reduce sustancialmente la huella de otras producciones cárnicas, como la aviar o la porcina. Al otro extremo de la tabla, los árboles frutales o los cultivos cerealísticos tienen un impacto entre 15 y 50 veces inferior. En esa reducción, el transporte apenas tiene importancia.
Contrastes. La idea de "local vs. importado" ni siquiera es precisa en los productos vegetales. Otros estudios han indicado cómo los países nórdicos pueden reducir su huella medioambiental de forma más eficiente consumiendo tomates y lechugas españolas durante el invierno, aunque se produzcan a miles de kilómetros de distancia, antes que verduras producidos en invernaderos locales, de altas emisiones.
Desigual. Es algo que la OMS y las organizaciones medioambientales llevan advirtiendo cierto tiempo: reducir nuestro consumo mundial de carne es recomendable, en especial de vacuno y bovino. Los países desarrollados tienen aquí la mayor parte de responsabilidad. El español medio consume en torno a 46 kilos de carne al año, lejos de los 100 kilos atribuibles al australiano, pero también de los 5 kilos del indio.
Tendencia. Dos tendencias operan de forma opuesta: por un lado, el consumo de carne sigue yendo al alza en todo el mundo; por otro, el veganismo y el vegetarianismo han ganado numerosos adeptos. Ya representan en torno al 5% o 6% en países como Estados Unidos, muy carnívoro, o Israel. Los motivos son tanto ideológicos como de cambios estructurales muy arraigados en el largo plazo (cada vez somos más urbanos, nuestra relación con los animales ha cambiado).
Si quieres reducir la huella medioambiental de tu plato, el camino más efectivo es ese: alejarte de la carne roja. No tanto el producto "local".
Imagen: Maarten Brakkee/Unsplash
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