Hiroo Onoda, la historia del soldado japonés que alargó la Segunda Guerra Mundial hasta 1974

La perseverancia de los soldados japoneses en la Segunda Guerra Mundial podría considerarse fanatismo. Una sociedad que creía en el trabajo duro, la lealtad absoluta y origen divino de su emperador, solo podía crear un tipo de soldado: el que luchaba hasta la última bala y moría matando. La rendición estaba siempre fuera de la mesa. No era una opción porque suponía una deshonra.

Y eso no se podía permitir. Era preferible morir.

La amenaza de una guerra interminable y con numerosas bajas americanas era algo que el Estado Mayor no podía permitir. De ahí que el argumento a favor del lanzamiento de dos bombas atómicas ganara puntos. Una vez se tomó la decisión, los acontecimientos se precipitaron.

El 6 de agosto de 1945, EEUU soltó la bomba de Hiroshima. El 9 de agosto, la Unión Soviética invadía Manchuria, rompiendo el pacto de neutralidad con Japón. Es mismo día, pocas horas después, Estados Unidos lanzaba la segunda bomba en Nagasaki (por increíble que parezca, hubo un hombre que sobrevivió a ambas bombas). El 15 de agosto, Japón anunció su rendición. El 2 de septiembre se firmó la Declaración de Potsdam. La Segunda Guerra Mundial había terminado para todos los países implicados. Excepto para el teniente Hiroo Onoda, oficial de inteligencia del ejército imperial.

Onoda nació el 19 de marzo de 1922. Con 17 años, fue a trabajar a la China ocupada por el ejército imperial. En 1942, con 20 años y tras la entrada de EEUU en la guerra, Onoda se alistó en el ejército. Ahí le entrenaron en técnicas de guerrilla e inteligencia militar. A finales de 1944 y con la guerra vislumbrando su fin en el frente de Europa, Onoda fue destinado a la isla filipina de Lubang.

Los oficiales al mando en la isla le ordenaron olvidarse de sus órdenes originales: destruir sus instalaciones marítimas y aéreas. En vez de eso, le obligaron a preparar la evacuación de la isla (curioso que no se organizara un motín contra los oficiales al mando). Las tropas americanas desembarcaron a finales de febrero de 1945, acabando con la resistencia de la isla. El mayor Yoshimi Taniguchi ordenó a Hiroo Onoda que permaneciera y luchara hasta el final. Sus últimas palabras fueron:

Puede que nos lleve tres años, incluso cinco, pero pase lo que pase volveremos a por ti.

De la selva a los rascacielos

Dicho y hecho. Un puñado de hombres sobrevivieron y permanecieron ocultos en la isla desde entonces. Su plan era llevar a cabo una guerra de guerrillas, tal y como habían entrenado a Onoda. El teniente estaba al mando de otros tres hombres, que lucharon junto a él en los años siguientes.

La guerra terminó en septiembre de 1945, momento en que comenzó un plan para dar a conocer el final de la contienda a grupos de soldados como el de Onoda, esparcidos por diferentes campañas. Pero Hiroo Onoda y su grupo siempre lo rechazaron: lo consideraban propaganda. Japón nunca se hubiera rendido ante EEUU. Para ellos, la guerra continuaba. Siguieron realizando actos de sabotaje en la isla y robaban comida de aldeas cercanas.

En sucesivos encuentros, mataron a alrededor de 30 aldeanos ya que los consideraban enemigos. Se organizaron patrullas para buscarlos, pero estos soldados las evitaban con éxito. Construyeron chozas de bambú y remendaban su uniforme constantemente. Del grupo de soldados a las órdenes de Hiroo Onoda, uno se rindió en 1950 a las fuerzas filipinas, cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial. El segundo fue abatido a tiros en 1954, nueves años después. Y el tercero murió también por disparos en... ¡1972!

Un estudiante llamado Norio Suzuki se propuso buscar a Onuda en la isla filipina en 1974. Tras encontrarlo, no logró convencerle de que volviera a casa. No hasta que se lo ordenaran sus superiores. Suzuki tuvo que rastrear al mayor Taniguchi y traerle de vuelta a Lobang. Ahí consiguieron convencerle de que depusiera las armas.

El presidente de Filipinas le otorgó un perdón presidencial por sus crímenes, al considerar que los había realizado creyendo estar en guerra. Onoda volvió a su Japón natal y fue recibido como un héroe. La perseverancia en el cumplimiento del deber era un valor que se estaba perdiendo en esta sociedad moderna. No fue la única realidad que se encontró el viejo teniente. Su país se había transformado en otra cosa irreconocible. Rascacielos, coches, televisores inundaban ciudades abarrotadas como Tokyo. Pero también vio cómo la sociedad se había corrompido: ahora era más materialista y superficial.

Tras vivir un tiempo en Brasil y casarse, Onoda volvió a Japón y creó una escuela de supervivencia para jóvenes, con la esperanza de transmitir sus valores. Acabó escribiendo una biografía sobre su experiencia en la guerra, titulada Sin rendición: mi guerra de 30 años. El teniendo Hiroo Onoda pasó el resto de su vida en Japón donde vivió en paz hasta fallecer en 2014 a los 91 años.

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