La ciencia ha ido poco a poco demostrando lo mezquinos que, en general, tendemos a ser. Diversos estudios demuestran que solemos escoger razonamientos rápidamente, sin medir demasiado su profundidad, sólo porque encajan en nuestro esquema de pensamiento y en nuestras intuiciones, muchas veces formadas por nuestras experiencias personales y no en la norma general y estadística de las cosas.
Hasta aquí todo normal. Pero la cosa cambia cuando se trata de analizar los razonamientos de los demás. En ese caso sí nos volvemos exquisitos y evaluamos mejor la profundidad de sus pensamientos. La paja en el ojo ajeno.
Y esto conecta muy bien con los descubrimientos de unos científicos cognitivos vinculados a Amazon Mechanical Turk. Fue aquí donde ellos sembraron la idea de la “pereza selectiva”, un mecanismo por el cual hacemos un mayor esfuerzo mental en desmontar los razonamientos de los demás sobre todo si no están en sintonía con nuestras propias ideas. Algo que, en el fondo, no sorprenderá a nadie.
En su experimento ordenaron a 237 voluntarios que eligiesen una de las cuatro posibles respuestas de unos complicados ejercicios de silogismos entimemáticos. De ese tipo de problemas en los que las cuatro soluciones propuestas son muy similares entre sí. Después a los voluntarios les tocaba analizar la solución que habían marcado otros participantes. Ver qué tal lo habían hecho diciéndoles cosas como “Sandra ha marcado correcta la respuesta C y tú aquí dijiste que era la A”.
Lo que hicieron los investigadores entonces es mentirles: a veces les decían correctamente cuál era la respuesta que el voluntario había dado, pero en otras les daban una distinta. De esa forma había preguntas en las que tenían que juzgar el ejercicio de alguien que había dado la misma respuesta que ellos… pero pensando que la respuesta que habían dado ellos mismos anteriormente era otra cosa distinta.
Y sí, un 58% de los participantes supo señalarle a los evaluadores que les estaban confundiendo, que ellos habían dicho antes una y no otra cosa. Pero hubo un 42% de participantes que no sólo no se dieron cuenta, sino que afirmaron hasta en un 60% de las ocasiones que los exámenes que estaban evaluando daban respuestas equivocadas.
Es decir, que estaban rechazando sus propios argumentos anteriores bien porque habían cambiado de idea por el camino o más posiblemente porque ahora, analizando la respuesta de otra persona, habían meditado el problema más profundamente sólo para llevarle la contraria al examinado.
Lo aprendido por este experimento puede también tener un lado positivo: está claro que somos mucho más críticos con los argumentos presentados cuando buscamos su invalidez que cuando sólo intentamos reforzar nuestra visión del mundo. Así que, a modo de prevención y autocrítica, cuando estemos mentalmente formando una idea podemos simular una pequeña ficción: ¿qué pensaríamos de esto si nos lo dijera esa persona que nos cae tan mal? Tal vez de esta forma seamos más cautos a la hora de abrazar un nuevo razonamiento como propio.
Sócrates aprueba este mensaje.
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