Durante décadas se ha usado a bebés electrónicos para prevenir embarazos adolescentes. Su efecto es el contrario

La empresa estadounidense Realityworks empezó a fabricar a principio de los años 90 un sofisticado simulador infantil. Se trata de muñecos de bebés recién nacidos que imitan casi a la perfección a su equivalente humano: se babean, se vomitan, lloran, hacen sus necesidades y hay que alimentarlos a todas horas. A día de hoy están tan perfeccionados que valen una pasta, más de 1.000 dólares la unidad.

Su invento se vendió como la herramienta perfecta para evitar los embarazos adolescentes no deseados, desde hace décadas un problema tan acuciante que hasta sirve como argumento para reality shows de MTV. Pero Realityworks había llegado para revertir la tendencia: toda chica que cuidara de uno aprendería, en cuestión de meses, la insoportable carga que supone cuidar a uno de verdad, así que mejor pensarse dos veces el quedarse encinta. Desde su invención, seis millones de estudiantes de 17.000 escuelas en 91 países en todo el mundo utilizan sus muñecos como tareas obligatorias de sus programas de educación sexual. Son omnipresentes en los institutos estadounidenses.

La idea parece muy encomiable, pero, ¿se molestó alguien en comprobar que su bienintencionada intervención servía para los fines que se proponían? No durante décadas, hasta que lo hicieron unos investigadores australianos en 2016 revelando que lo que estaban consiguiendo era el objetivo opuesto, incentivar la natalidad adolescente.

El estudio australiano, publicado en The Lancet, monitorizó el comportamiento de más de 3.000 niñas de 13 a 15 años de decenas de escuelas entre 2003 y 2006 así como los años siguientes, hasta que todas cumplieron los 20 años, momento a partir del cuál deja de considerarse un embarazo adolescente. La mitad de ellas participaron en el famoso Virtual Infant Parenting y la otra parte de la muestra recibió una educación sexual tradicional, sin cuidar del falso bebé. Se analizó cómo habían cuidado a los muñecos, se revisó su historial hospitalario, sus visitas a clínicas abortivas y, por supuesto, sus hijos.

El 8% de las niñas que cuidaron de nenucos fue madre en ese tiempo frente al 4% del grupo de control. También se descubrió que las que habían vivido una falsa maternidad se practicaron más abortos, un 9% de ellas frente al 6% del otro grupo. Tras ajustar el resto de posibles factores que los investigadores consideraron que podría haber influido en los resultados, como clase social o etnia de las participantes, se llegó a la conclusión de que las que habían cuidado de los muñecos tenían un 36% más posibilidades de quedarse embarazadas y tenerlos.

Los fabricantes y los instigadores del programa adolescente se habían valido hasta entonces de estudios previos, pero que éstos sólo contemplaban encuestas de intencionalidad auto reportada por parte de los alumnos, sin ningún análisis de efectos mixtos, como el de The Lancet. En palabras de los obstetricias que estudiaron los resultados del informe, la conclusión es clara: los políticos habían creído encontrar una solución tecnológica fácil y barata a un problema social muy complejo.

El amplio abanico de reacciones humanas ante un “problema”

Una de las científicas a cargo del estudio contó en una entrevista los hallazgos. Por las limitaciones metodológicas, no pudieron certificar a qué se debía ese fenómeno del incremento de embarazos, pero sí comprobaron que una medida tan extrema provocaba emociones muy variadas dependiendo de la alumna. Mientras algunas chicas envolvían a los bebés sobre pilas de mantas y los ponían en las habitaciones más recónditas de la casa para no oírlos, otras disfrutaron de la relación, de la dependencia del objeto y de la atención recibida por parte de los demás en espacios públicos y privados.

Desde entonces el enfoque discursivo de la compañía, responsable del 95% de los bebés de simulación vendidos a escuelas, ha cambiado de uno en el que se ponía el acento en su valor como prevención de la natalidad prematura a otro sobre la adquisición de valores y la comprensión de la responsabilidad que acarrea la paternidad.

A pesar de las evidencias contraproducentes, los programas de simulación infantil se siguen ejecutando en la mayoría de sitios donde se venía haciendo hasta ahora, y el estudio australiano sirve como caso paradigmático para explicar la necesidad de confirmación empírica para los programas de concienciación ciudadana.

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