La sequía puede aparecer en cualquier momento y en el lugar más inesperado. De hecho, nunca desaparece del todo, como explicamos hace poco. Pongamos como ejemplo España, que lleva meses por encima de la media de agua embalsada de la última década. Ni si quiera así se puede concluir que hemos llegado a un “acuerdo” con el agua. Y si nos fijamos en la historia, un caso sirvió de ejemplo para el resto.
Grande Seca. Detrás de este nombre hubo un fenómeno meteorológico que cambió la percepción de quienes vivían en zonas donde aparentemente no podían llegar ciertos fenómenos naturales. Ocurrió a finales del siglo XIX en el noreste de Brasil, pero podría haber ocurrido en cualquier parte. Aquel año comprendimos uno de los patrones climáticos más singulares y potentes que conocemos.
Ocurre que, por la época, el fenómeno no era atribuible al cambio climático. Así que la ecuación de eventos se creyó azarosa o, para ser más precisos, se pensó que se debía a las oscilaciones periódicas y naturales del clima. El resultado: casi tres años sin precipitaciones, la muerte de cerca de medio millón de personas y la sequía más grande y devastadora en la historia brasileña.
ENSO. Imagina que La Niña y El Niño se alternan en sus funciones por sorpresa. A este evento hoy lo llamamos Oscilación del Sur de El Niño (ENSO), y se refiere a las fluctuaciones en las temperaturas del océano y patrones atmosféricos en el Pacífico tropical, que incluyen El Niño (calentamiento de las aguas) y La Niña (enfriamiento).
Sin embargo, en el caso de la sequía en Brasil, el fenómeno calentó las aguas del océano Pacífico ecuatorial, modificando la circulación atmosférica de forma que provocó una escasez extrema de lluvias. ¿Cómo? La aparición de El Niño alteró los patrones normales de precipitación en el noreste del país, una región que ya tiene un clima semiárido y depende de lluvias estacionales. El Niño debilitó la formación de lluvias monzónicas, intensificando las condiciones secas durante varios años consecutivos. Un desastre.
Primeros desiertos. En enero de 1877 (a mediados del verano), Cearense notó los primeros signos de penuria. Cartas desesperadas de las fechas ya reflejaban el panorama desolador: “La falta de lluvias ya se está sintiendo. Desde Sobral y otros puntos de la provincia nos dicen que la sequía está causando daños considerables”. En otra carta, escrita en marzo, un hombre decía: “Estamos sufriendo una terrible sequía… y sólo Dios sabe lo doloroso que será este azote”. Otro relataba: “La sequía está devastando todo, la mortalidad de las vacas es asombrosa”.
La situación no mejoró cuando marzo y la estación de lluvias tardías dieron paso al invierno. Un corresponsal del municipio de Assaré temía la aniquilación humana total en el campo circundante, mientras que otro lamentaba los “cuerpos demacrados de nuestros niños pequeños, esposas y padres”. Una carta publicada varios días antes de Navidad terminaba 1877 con una nota deprimente: “¡Ya estamos en pleno diciembre y no llueve! La sequía con toda su procesión de horrores continúa, amenazando con tragarlo todo”.
Efectos. Oficialmente, la Gran Seca terminó en 1878, pero sus efectos duraron mucho más. La sequía paralizó a los trabajadores de los azucareros del Nordeste, quienes habían visto cómo se marchitaban sus inversiones desde principios del siglo XIX. Los cultivadores de algodón, cuyo negocio floreció durante y después de la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), también enfrentaron nuevos vientos en contra, mientras que los ganaderos contabilizaron sus pérdidas en cientos de miles de cabezas.
La sequía más mortífera de la historia brasileña, exacerbada por dos años consecutivos de El Niño excepcionalmente fuerte, tuvo, por tanto, un impacto económico brutal, drenándole el capital que tanto necesitaba la zona y contribuyendo al desarrollo mediocre de la región. Porque, por encima de todo, las víctimas y supervivientes de la sequía necesitaban trabajo, especialmente en Ceará.
Éxodo. Lo que ocurrió entonces fue una escena que se ha repetido en la historia. Sin ganado ni cosecha, millones de cearenses desesperados migraron a los principales centros de población con la esperanza de encontrar trabajo. Entre las limitadas opciones de los emigrantes, la floreciente industria del caucho de Brasil resultó particularmente atractiva, tanto por sus salarios relativamente altos como por su proximidad geográfica. Y de todos los enclaves, la mayoría iban a terminar en la capital, Fortaleza.
Las impactantes imágenes de hombres, mujeres y niños escuálidos se volvieron emblemáticas en el país. Pensemos que era la primera vez que se registraba una sequía en fotografías en Brasil. De fondo: sensibilizar a la opinión pública y alertar sobre la gravedad de los hechos que estaban ocurriendo en las provincias del norte, ya que algunos brasileños del sur los consideraban una exageración. Para que nos hagamos una idea, los periódicos llevaban historias de mujeres que se prostituían por comida y de padres que vendían e incluso se comían a sus propios hijos.
El boom del caucho. La producción de caucho brasileña, con base en el valle del Amazonas, concretamente en los estados de Amazonas y Pará, no comenzó hasta finales del siglo XVIII, después de que el explorador francés Charles Marie de La Condamine observara por primera vez a los nativos utilizar un “líquido lechoso y viscoso” del árbol Hevea Braziliensis para fabricar botas, juguetes y botellas.
Las exportaciones en bruto y productos de caucho crecieron de manera constante hasta principios del siglo XIX. El comercio despegó cuando Charles Goodyear descubrió la vulcanización en 1839, que hizo que el caucho fuera resistente a temperaturas extremas. Sin embargo, el caucho siguió siendo en gran medida irrelevante en Brasil hasta su primer auge en la década de 1880, cuando los aumentos de precios y la afluencia de mano de obra barata elevaron la participación de la exportación del producto al 10%.
Con todo, había escasez de mano de obra, y la Grande Seca fue una gran oportunidad para los comerciantes.
Explotación. Los cearenses, cientos de miles de migrantes desesperados que comían lo que encontraban en el camino, y a quienes la industria del caucho “necesitaba desesperadamente”, se preocupaban poco por las condiciones de trabajo mientras recibieran un salario, y por eso aceptaban trabajos que pocos se atrevían, entre ellos, extraer hevea de los árboles en una selva tropical calurosa y plagada de enfermedades. De hecho, durante la gran sequía, Ceará se convirtió en un estado fundamental para los reclutadores de mano de obra de Amazonas y Pará.
Viruela. En un contexto donde las condiciones de salubridad y acceso a la atención médica eran limitadas, la enfermedad se propagó rápidamente, en parte debido a las malas infraestructuras sanitarias y la falta de inmunización de la población. El puerto de Fortaleza, en el estado de Ceará, se convirtió en un foco de la epidemia debido a su papel en el comercio y en el movimiento de personas por la sequía, lo que facilitó la expansión rápida de la viruela por la región.
La viruela provocó la muerte de decenas de miles de personas, muchas ya debilitadas por la hambruna resultante de la sequía. La mortalidad fue particularmente alta entre las clases más desfavorecidas y las comunidades rurales, donde el acceso a los recursos médicos era casi inexistente. Para colmo, la respuesta del gobierno fue limitada, en parte por la falta de una estrategia sanitaria coordinada a nivel nacional.
Un cambio. Todo lo ocurrido en estas fechas evidenció la necesidad de mejoras en las políticas públicas de salud y las condiciones de vida, lo que, aunque muy tarde, contribuyó posteriormente a reformas en la administración sanitaria en el país. La epidemia de 1878 dejó una huella profunda en la historia de Brasil, reflejando la vulnerabilidad de la sociedad ante crisis sanitarias y climáticas combinadas. Por supuesto, una advertencia para cualquier nación.
Aviso a navegantes. La Grande Seca no sólo mató a cientos de miles de nordestinos, sino que también provocó una migración interna masiva insólita hasta entonces. Este último fenómeno resultó particularmente problemático para el estado de Ceará, del que emigraron miles de personas. Los cearenses, a su vez, proporcionaron a los “señores” del caucho de Amazonas y Pará una fuente inestimable de mano de obra barata.
A comienzos del nuevo siglo, en 1900, el país exportaba más caucho que cualquier otro producto, con excepción del café. La migración masiva hacia el sur del país continuó en las décadas siguientes, lo que aceleró la urbanización y el crecimiento de ciudades como São Paulo y Río de Janeiro.
El Niño, de una manera u otra, marcó para siempre la historia de Brasil, y demostró a las sociedades modernas que los fenómenos climáticos, por aparentemente distantes que parezcan de un enclave, están listos para poner a prueba a cualquier comunidad.
Imagen | Bmleite1, Cândido Portinari, Biblioteca Nacional
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