'Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos' Emmanuel Carrère escribió la biografía definitiva de Philip K. Dick

Pocos escritores han agrandado más su figura con el paso del tiempo como Philip K. Dick. El autor, que me voló la cabeza con su apoteósica ‘Ubik’, no deja de estar de actualidad gracias a las sucesivas adaptaciones de su obra tanto para la pequeña como la gran pantalla (no hace mucho de la última película de ‘Blade Runner’ y ‘The man on the high Castle’ está siendo emitida por Amazon). Pero, ¿quién fue el autor? Gracias a la reedición de ‘Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos’de Emmanuel Carrère, tenemos la oportunidad de sumergirnos en una de las mentes más retorcidas de la ciencia ficción.

Siendo realistas, la mayoría de las biografías que se encuentra uno suelen ser una continua retahíla de momentos cronológicos y fechas significativas que el biógrafo considera necesario mencionar con respecto a la figura biografiada. El subtítulo del libro del autor francés evoca otras intenciones (“un viaje en la mente de Philip K. Dick”) que pasaré a destacar a continuación con una serie de citas del libro.

En efecto, Carrère es mucho más ambicioso de lo habitual (como explicaré más adelante), lo cual no es óbice para contar hechos biográficos que, de alguna manera, transitan desde el terreno de lo anecdótico para convertirse en sucesos esenciales que servirán para forjar al escritor.

Emmanuel Carrère, autor de la biografía

Tal es el caso de su trabajo a media jornada en una tienda en la que se vendían discos, radios, etc; lo que parece un simple apunte resultará decisivo por dos razones principales: en primer lugar, como fermento a la hora de crear personajes para sus futuros libros. La figura del “reparador” o “técnico” adquirirá una gran relevancia así como las pequeñas empresas o tiendas como ambientes en los que las ubicará (por encima de sitios más intelectuales):

“Encontró un empleo de media jornada en una tienda llamada University Music, donde se vendían discos, radios, tocadiscos y los primeros televisores. También se hacían reparaciones; los técnicos formaban una aristocracia cuyas competencias provocaban la envidia del joven Phil. El verbo inglés to fix, que significa a la vez “arreglar”, “preparar” y “sujetar”, y que además evoca una estabilidad conquistada tras una ardua lucha, englobaba todo lo que él más estimaba del genio humano; los personajes de sus libros serán eternos técnicos reparadores, pequeños artesanos atornillados a su mesa de trabajo.

Esto puede parecer extraño en un chico que leía vorazmente y crecía en la más intelectual de las ciudades universitarias, pero desde muy temprano él había elegido su campo, antes aun de que lo acusaran de despreciar las uvas que no podían alcanzar. Su ambiente preferido no sería nunca ni el de la universidad, ni el de los cafés donde los estudiantes pretenden cambiar el mundo, sino la pequeña empresa, la tienda frente a la cual se barre la acera todas las mañanas, antes de levantar las persianas metálicas y recibir a los primeros clientes.”

Anthony Boucher

En segundo lugar, gracias a esa misma ocupación conocerá a Anthony Boucher, que se convertirá en el epítome de lo que Dick pensaba idealmente de la cultura más allá de clasificaciones excluyentes (alta cultura versus literatura de género o popular); Boucher fue su primera epifanía: era posible ser culto y dedicarse a la literatura de género. Gracias a él, Dick consiguió publicar su primer relato en la revista que dirigía y, definitivamente, se convenció a sí mismo para dedicarse a literatura en serio y dejó el que era su trabajo en ese momento:

“Tuvo un encuentro decisivo, siempre en University Music, con un escritor llamado Anthony Boucher, una suerte de hombre orquesta de la literatura popular que bajo diversos seudónimos escribía, criticaba y editaba novelas policiacas y de ciencia ficción. Para Dick, el hecho de que un adulto, un melómano sagaz, un hombre distinguido en todos sus aspectos, no desdeñara el género del cual él había tomado distancia para no pasar por un subdesarrollado fue primero un motivo de estupor, después de alivio. Su timidez le impedía asistir al taller literario que Boucher dirigía en su casa, una vez por semana, pero Kleo le llevó algunos textos de su marido entre los que figuraba un cuento de ciencia ficción.

La segunda sorpresa fue que ese cuento fue juzgado prometedor. Animado, Dick abandonó sus intentos de psicología sutil y sus monólogos interiores para dejar que su imaginación se disparara hacia las estrellas. Así, en octubre de 1951, la revista de Boucher publicó el primer cuento “profesional” de Philip K. Dick: Roog. En este relato un perro persigue a los basureros ladrándoles porque ha intuido que no son verdaderos basureros, sino extraterrestres que primero recogen y analizan los desechos de los terrícolas para luego, según se adivina, terminar recogiendo a los mismos terrícolas.”

Dick empezó de esa manera su carrera literaria y comenzó a luchar por diluir las fronteras culturales, ese límite entre lo que es considerado “culto” y aquello que se acerca más a la popularidad (literatura de género); es en este momento en el que Carrère despega de lo habitualmente esperado y comienza a realizar una mezcla estimulante entre los acontecimientos estrictamente biográficos y el desarrollo de las tramas de sus novelas; así, con cada nueva novela, el autor relata la sinopsis detalladamente y lo une indisolublemente a la vida de Dick; los ejemplos son innumerables pero, este mismo, relativo al momento de su vida en que abrazó la fe católica (uno de sus incontables bandazos…) a través del bautismo se une al libro más recientemente publicado (‘Los tres estigmas de Palmer Eldritch’):

“El bautismo, previsto desde hacía varias semanas, se celebró al día siguiente.

Toda la familia, vestida de punta en blanco, acudió a la iglesia. Phil llevaba una corbata y una americana de tweed con parches de cuero en los codos, que, según Anne, le daba un aire de verdadero escritor. Aparentemente, como estaba poco acostumbrado a las ceremonias religiosas, pensó que todo se estaba desarrollando con normalidad. El cura pronunciaba las reconfortantes palabras de la liturgia. Las niñas, Anne y Maren Hackett, que se había ofrecido como madrina, parecían muy concentradas. La pequeña Laura se estaba portando bien. Daba placer estar en la pequeña iglesia de madera, uno se sentía protegido. Lo que no impedía que Phil temblara. La escena le causaba el efecto de una parodia sacrílega. En cualquier momento, de una manera espectacular o discreta, Eldritch podía manifestar su presencia. Podía desplazar un elemento minúsculo del decorado que él había reunido o levantar al cura por los aires y estrellarlo contra las paredes. Cambiar el agua bendita por vitriolo. O contentarse con guiñarle un ojo, como a un amigo íntimo, sin que nadie se diera cuenta.”

Afortunadamente, no se queda ahí, es un relato tan poliédrico que aprovecha para añadir dos dimensiones más, una referente, claro, a su forma de escribir, no desdeña la oportunidad de hacer reflexiones del estilo personalizadas por el propio Dick; este texto es canela fina ya que la parte final está cargada de la lírica del autor francés:

“Empezar un nuevo libro, el trigesimosegundo o trigesimoquinto, había perdido la cuenta, pero sabía que tenía que hacerlo, para ganar dinero, y porque, si no, ¿qué más podía hacer? Para esto debía sobreponerse al rechazo que le inspiraba su estilo, tan seco que temía ver las palabras desmoronarse, desplomarse hechas polvo sobre el papel: una sintaxis pobre, repetitiva, puramente lógica, sintaxis de un androide: un vocabulario cada vez más abstracto, sin calidez ni sorpresa, nada que fuera sensitivo, nada que evocara el espesor sensual del mundo; nada de vida, solo frases, ni siquiera frases, palabras, ni siquiera palabras, letras que se derramaban mecánicamente sobre la página y se aglutinaban más por reflejo que por un diseño preciso, así como deben aglutinarse en columnas los miembros de un termitero que ha sido gaseado, y que, aunque agonicen, reproducen las figuras programadas por sus genes.”

La otra dimensión que aplica, lógicamente, es la unión del personaje y sus novelas con el contexto histórico, ocurre en diversas ocasiones y es muy revelador de la época además de servir para configurar más profundamente al personaje; tal es el caso de la aparición de Richard Nixon y cómo lo liga a la vida de Dick y a uno de los personajes de sus novelas:

“[…] el 16 de julio de 1973, en uno de los momentos cruciales del Watergate, un asiduo de la Casa Blanca reveló que, desde hacía muchos años, el presidente grababa todas sus conversaciones sin que sus interlocutores lo supieran. Apenas resonaba una voz en el despacho oval, las grabadoras se ponían en marcha. Este episodio, que horrorizó a los Estados Unidos, no asombró mucho a Dick y hasta despertó en él una corriente de simpatía por su viejo enemigo. Lo que para la opinión pública era una táctica de extorsión, para Phil era el signo de una inquietud que él conocía bien: Nixon, en su opinión, no quería conservar un rastro de lo que decían los que lo visitaban, sino de lo que podía llegar a decir él. Se espiaba a sí mismo tanto como espiaba a los demás. ¿Escuchaba esas grabaciones o le bastaba con saber que existían? ¿Se grababa a sí mismo mientras las escuchaba? ¿Imitaba a Arctor, que, cada dos o tres días, se pone su monotraje mezclador y se instala frente a la batería de pantallas a rendir cuentas de lo que ha sucedido y sucede en su casa?“

En la recta final del libro, asistimos al último avance, la verdadera epifanía, el momento en que, definitivamente, Dick se convierte en una figura que trasciende hasta una posición casi mesiánica; la epifanía quedará unida directamente con un pasaje de ‘El hombre en el castillo’ como bien explica el propio autor:

“En El hombre en el castillo, la contemplación de una joya que está en armonía con el tao hace que el velo de las apariencias se descorra frente a un hombre de negocios japonés abriéndole el acceso al mundo real. Solo más tarde Dick comparó su experiencia con la que doce años antes había hecho vivir al señor Tagomi. Pero enseguida comprendió que acababa de ocurrir lo que había esperado toda su vida.

Momento de la verdad. Debriefing. Anamnessis.

Así, al final había ocurrido.

Sabía quién era, dónde estaba, dónde había estado siempre. Ese pez de oro que colgaba del cuello de la empleada de una farmacia era el código preparado desde siempre para desactivar el módulo del olvido y poner en marcha el programa que lo devolvería a la realidad.”

Es el momento del ‘do’ de pecho de Carrère, conformando un relato lisérgico donde las fronteras entre realidad y ficción se difuminan, el propio autor adquiere características místicas (más allá de sus coqueteos continuados con drogas , LSD, etc.); empieza a entender su vida como algo muy distinto y por encima de su anterior subestimación, en ese contexto, ‘Ubik’ se convierte en su libro sagrado, su propia biblia:

“Dick comenzaba a entender hacia qué libro lo conducía su sueño recurrente: ya no era la biografía de Warregn G. Harding, sino la novela en la que, al desmontarle a él sus mecanismos mentales, habían previsto que la biografía de Warren G. Harding le haría pensar. Comenzaba a entender qué habían querido decir Stanislaw Lem y Patrice Duvic. El libro sagrado, el libro envuelto en llamas, el libro que desvelaba todos los misterios del universo, ese libro era Ubik.”

Y sus revelaciones se vuelven actos de fe que desembocan incluso en visiones difíciles de explicar (como el increíble diagnóstico sin síntomas de una hernia inguinal de su hijo que le acabó salvando la vida):

“¿No te parece extraño que mis revelaciones se parezcan tanto a mis novelas de ciencia ficción? ¿No crees que al fin y al cabo me he puesto a creer en lo que inventaba?”

El final del trabajo de Carrère camina por estas fronteras con gran lucidez y nos muestra la mente inclasificable de un autor que no es capaz de distinguir entre sí mismo y la realidad y hasta crea nuevas personalidades para hablar de sí. Todo un esfuerzo que convierte este acto final en un compendio de las contradicciones y genialidades del autor. A pesar del aparente cacao mental que está sufriendo, Dick es capaz de recomendarse dejar de escribir como en este artículo con la firma de Amacaballo Fat (su alter ego), una parodia sobre su reciente producción:

“Parece que Dick trata de liquidar el Karma negativo adquirido durante los años pasados en la calle junto a los criminales, los agitadores y la élite de California del Norte. Nosotros le sugerimos una manera más adecuada de redimirse: deja de escribir, Phil, y de creer en todas las tonterías que se te ocurren. Mira la tele y hazte un porro, si lo deseas, no vas a morirte por eso, y déjate vivir hasta que tu mente quede purgada de los días oscuros del pasado y de tus reacciones a los días oscuros del pasado.”

Carrère consigue construir un libro hipnótico, fascinante, bien escrito y capaz de capturar el sentido del humor y la sorprendente vulnerabilidad del autor.

Una vez terminado, encontré la faja que la editorial Anagrama había puesto para promocionar el libro (la había dejado al final de las páginas, entre la solapa); normalmente suelen hacer un compendio de frases que resuman a grandes rasgos lo que un lector se puede encontrar en una lectura:

“De una solidez fascinante y brillantemente escrito”

“Un potente ensayo biográfico sobre un personaje complejo”

“Un libro hipnótico”

“Captura el sentido del humor, la curiosidad intelectual y la vulnerabilidad de Philip K. Dick. Un libro cautivador”

Creo que, en esta ocasión, suscribo todas las palabras; Carrère consigue construir un libro hipnótico, fascinante, bien escrito y capaz de capturar el sentido del humor y la sorprendente vulnerabilidad del autor.

Tengo la sensación de necesitar releer de nuevo en ‘Ubik’ y quedarme a vivir allí.

Los textos provienen de la traducción de Marcel Tombetta para Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos de Emmanuel Carrère.

Foto | ActuaLitté

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