¿Qué ocurre si cogemos a todos los científicos a los que hemos pillado "mintiendo" desde los años 70? Ahora lo sabemos. Ivan Oransky y Adam Marcus, los creadores del imprescindible Retraction Watch llevan trabajando durante meses para confeccionar una base de datos que reúna todos los papers retractados de las últimas décadas.
El resultado, que acaban de liberar, son la friolera de 18.000 investigaciones que, por un motivo u otro han sido retiradas desde los años setenta. La base de datos nos da una perspectiva privilegiada de cómo funciona la máquina internacional de fabricar ciencia y, sobre todo, de aquellos que tratan de aprovecharse de ella.
¿Qué está pasando en la ciencia actual?
El equipo de Retraction Watch junto con un grupo de editores de la revista Science han analizado una muestra de entorno a 10.500 artículos y presentaciones de congresos retractados. Sus conclusiones confirman muchos de los problemas que llevamos hablando durante años, pero también "desafían algunas percepciones" que tenemos sobre la ciencia contemporánea.
Aunque el número absoluto de retracciones ha ido en aumento, ese crecimiento se ha hecho cada vez más rápido. Antes del 2000, había unas 100 retracciones al año. En 2014, llegaron a las 1000. Parece un crecimiento me importante y los es, pero aún así solo 4 de cada 10.000 artículos se retiran hoy por hoy.
Según los autores, detrás de este crecimiento hay dos factores principales: por un lado, el crecimiento del conjunto de artículos científicos publicados en sí (el número total de papers se duplicó solo entre 2003 y 2016) y, por otro lado, el aumento de los controles en revistas de todo tipo. Solo 44 revistas retiraron artículos en 1997 frente a las 488 de 2016.
Mejoras, sí, pero no las suficientes
No obstante, todo indica que esos controles aún son insuficientes. Si nos fijamos con detalle, el número de retracciones ha crecido porque ha crecido el número de revistas. Basta con hacer el cociente, para descubrir que la tasa por revista se mantiene constante. Y es que, la inmensa mayoría de las más de 12.000 revistas indexadas por Web of Science no han reportado ningún caso desde 2003.
De hecho, como señalan los datos de la Retraction Watch Database, un pequeño grupo de autores son los responsables de la mayoría de los artículos retirados. De los 30.000 investigadores implicados, unos 500 son responsables de una cuarta parte de todos los casos estudiados. Muchos de los papers retirados cayeron por su propio peso al identificar estafadores en serie.
Un arma de doble filo
De todas formas, es importante tener en cuenta que no siempre una retracción es sinónimo de mala praxis. No tenemos las cifras exactas porque habitualmente no se explican los motivos, pero no es raro que los estudios se retiren por errores, problemas de replicabilidad o fallos que no conllevan mala intención.
Sin embargo, y pese a la existencia de esos casos, lo que sí está claro es que casi la mitad de los 10.500 estudios analizados conllevaban la fabricación de datos, falsificación o plagio de otras investigaciones. Algo que tampoco debe extrañarnos dado que la mala praxis es algo que está bastante más extendido de lo que parece.
Y eso mismo nos enfrenta a otro problema: el estigma asociado a la retirada de un paper hace que muchos autores intenten todo antes de reconocer el error (o el fraude) y facilitar su retirada. Así, podemos encontrar muchos artículos con errores inocentes que no son retirados por el miedo a empañar la imagen de los investigadores.
Antes esta coyuntura, parece evidente que tenemos que trabajar por diseñar estructuras institucionales de corrección y control más efectivos: sistemas que sean capaces de detectar a los tramposos, pero permitan a la ciencia corregirse rápidamente cuando comete un error. El desafío está encima de la mesa.
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