La tecnología actual ha dado pasos muy notables para avanzar en la interacción entre humanos y máquinas. Pero en aspectos concretos, como la comunicación a través del lenguaje natural, el panorama todavía deja mucho que desear.
No hablemos ya, por ejemplo, de recurrir a algo tan típico en la comunicación humana como es el humor. Es decir, ¿alguna vez has probado a pedirle a tu asistente virtual favorito que te cuente un chiste? Lo normal es que te rías de puro malo que será, porque el asistente te habrá con algún chascarrillo breve y pre-grabado.
Y no hablemos tampoco de qué ocurre si eres tú quien le cuenta un chiste al asistente de turno. Spoiler: no lo pilla. No te contesta ni siquiera con una risita, irónica o no.
Y teniendo en cuenta lo frecuentemente que recurrimos los humanos al humor, todos saldríamos ganando si la IA fuera capaz de captar nuestro humor.
Julia Taylor Rayz, profesora del Instituto Politécnico de la Univ. de Purdue, trabaja para lograr precisamente eso: determinar qué es necesario para que el humor sea un elemento en la ecuación de la interacción entre humano y máquina:
"No trato de enseñar a los ordenadores a contar chistes divertidos. Lo que quiero es usar la inteligencia artificial para que las computadoras lleguen a un punto en que entiendan por qué pensamos que algo es o no gracioso o no".
Pero aunque el objetivo parece claro, es difícil abordar el problema: la IA, hoy en día, es muy buena manejando reglas y encontrando relaciones cuando la lógica subyacente es clara y simple. Pero...
"Cuando no hay reglas claras, y no hay reglas claras en la comunicación humana, ¿qué le vamos a decir a la computadora que haga, encontrar reglas que no existen? [...] No puedes encontrar suficientes ejemplos que describan todos los escenarios posibles de comunicación".
¿Cómo (y para qué) codificar el humor?
La investigación que lleva a cabo Rayz gira en torno al mejor modo de dotar a una IA de la capacidad de comprender qué es lo que hace que una broma sea una broma. Pero para ello es necesario que sea capaz de valorar el contexto y las emociones que transmite el hablante.
El problema es que, si queremos que las máquinas puedan aprender qué es el humor, antes tenemos que codificarlo. Y no parece que hayamos sido capaces de hallar la fórmula perfecta: lo que es divertido para una persona puede no serlo para otra.
A eso se le suma que muchas veces la diferencia entre reírnos o no depende de factores sutiles, como el contexto, el tono de voz o el lenguaje corporal. Como señala Abhijit Thatte, responsable de IA de Aricent,
"¿Cómo podemos enseñar a una IA a crear chistes si nosotros mismos no comprendemos las razones que hacen que un chiste sea divertido?".
E incluso si terminamos por desentrañar el secreto del humor, parece complicado que la IA, que tiende a centrarse en cada caso en una gama muy limitada de tareas, pueda ser en algún momento cercano capaz de detectar todos los factores implicados.
Pero la investigación de Rayz no gira únicamente en torno al humor; aunque sí es un elemento clave, pues parte del supuesto de que una vez consigamos que una IA identifique una broma, no habrá ningún problema para que identifique otros matices de la comunicación humana, como la ironía y el sarcasmo.
"La inteligencia artificial debe ser capaz de manejar conversaciones más naturales y comprender cuándo estás bromeando y cuándo hablas en serio. Si estás dando una orden de manera sarcástica, el ordenador necesita saber que no necesita seguir ese comando".
Will Williams, ingeniero de machine learning en la compañía británica Speechmatics, explica que la prueba del humor podría ser mucho más útil que el famoso test de Turing.
"Con el test de Turing terminamos teniendo un montón de equipos creando reglas enlatadas con el objetivo de engañarnos. Pero con el humor debes tener, realmente, una comprensión profunda del mundo, de cómo funcionan las cosas y las personas. Sería indicativo de que algo es inteligente de verdad".
Efectivamente, pensemos en qué cosas nos hacen gracia, y nos daremos cuenta de que sin un conocimiento profundo de las normas sociales, las referencias culturales y las normas del lenguaje humano, gran parte del humor de nuestro día a día dejaría de serlo.
Y es que el humor forma parte intrínseca de nuestra inteligencia y de nuestra capacidad para socializar. Es un 'lubricante social'. Mark Riedl, un experto en computación interactiva que investiga el humor en el Instituto de Tecnología de Georgia (EE.UU), explicaba hace unos años que
"El objetivo último es lograr que las IA que interactúan con seres humanos resulten más naturales. El humor puede usarse para tranquilizar a la gente y para establecer una buena relación. Esto resultará crucial cuando estemos construyendo sociedades rodeadas de IAs".
Vía | Purdue University & The Financial & The Network & SpliterNews
Imagen | Bernard Spragg
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