Nuestros intentos por independizarnos del carbón se han topado con un enemigo inesperado: la guerra de Ucrania y todas sus derivadas en el campo económico y energético. Con el precio del gas disparado y el objetivo declarado de reducir la dependencia del suministro ruso como telón de fondo, las centrales eléctricas europeas se han lanzado a usar el combustible fósil más sucio.
Según los datos de Fraunhofer ISE recogidos por Bloomberg, la semana pasada, la segunda desde el inicio de la guerra en Ucrania, las plantas del continente quemaron cerca de un 51% más de roca sedimentaria que hace justo un año. De 3.614 GWh en la semana del 9 de febrero de 2021 hemos pasado, en esta, a 5.468 GWh. El aumento coincidió con un descenso en la demanda de gas.
Alternativas al gas
El dato se explica en gran medida por el precio del carbón, que aunque ha registrado un alza se mantiene en valores más competitivos que los del gas. Resultado: a las centrales les resulta todavía más rentable quemar carbón para generar electricidad. Más allá de la evolución de los precios, la Unión Europea se ha fijado el objetivo de reducir en dos tercios la dependencia del gas procedente de Rusia antes de que finalice el año y poner fin a las importaciones de cara a 2030.
Para conseguirlo, Bruselas se plantea aumentar la importación de gas natural licuado de otros países, como Estados Unidos, Egipto, Catar, Argelia o Noruega —lo que exigirá mejorar el transporte y almacenamiento— y pisar el acelerador de las renovables. Otra de las bazas sobre la mesa, como se está viendo, es la de quemar carbón. El combustible fósil ofrece una alternativa directa y sobre todo rápida para satisfacer la demanda de energía y encontrar una alternativa al gas ruso.
Hace solo unos meses, en octubre, Europa ya recurrió de hecho al carbón para afrontar la crisis energética. Su producción se disparó y la tonelada llegó a los 270 dólares. La realidad es que, pese a los esfuerzos por recortar su uso, todavía hay países europeos que dependen en gran medida de él. En Alemania, por ejemplo, representaba hace un año el 27% de la generación de energía.
Curiosamente, Rusia es una fuente crucial para Europa tanto en el suministro de gas como de carbón. De los alrededor de 500.000 millones de metros cúbicos de gas que consume Europa cada año, el 40% proceden de la federación liderada por Vladimir Putin. En cuanto al carbón, más o menos un tercio del que se consumió en Europa en 2020 procedía de Rusia. El país aún envió cargamentos la semana pasada a algunos estados de Europa y las empresas buscan nuevos proveedores del combustible fósil, como Colombia, Sudáfrica, Australia, Indonesia o Estados Unidos.
Que se esté quemando más carbón es una mala noticia para el medio ambiente y las políticas ecológicas aprobadas por la propia Unión, que se ha fijado el objetivo de alcanzar las cero emisiones de gases de efecto invernadero en 2050. A finales de 2021 la Agencia Internacional de Energía (AIE) ya calculaba que el año se cerraría con un aumento del 9% en la energía generada con carbón, porcentajes que se elevaban en el caso de la UE y EEUU, que registraron alzas del 20% en el empleo del combustible fósil. El incremento se relacionaba entonces con un escenario distinto, marcado por la recuperación de la economía tras la pandemia y el encarecimiento del gas.
Según un informe publicado en 2019 por los expertos de la AIE, el carbón estaba detrás al menos entonces del 40% de la generación de energía eléctrica. Su huella medioambiental es igual de contundente: produce aproximadamente el 46% de las emisiones globales de carbono.
Imagen de portada | Dominik Vanyi (Unsplash) y Chris LeBoutillier (Unsplash)
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