El 23 de marzo de 1989, Martin Fleischmann (uno de los electroquímicos con más prestigios del mundo) y Stanley Pons anunciaron que habían detectado un exceso de energía en células electrolíticas, un exceso que solo se podía explicar gracias a procesos nucleares. Estábamos ante la primera evidencia de la llamada ‘fusión fría’, una reacción nuclear producida a temperaturas y presiones cercanas a las condiciones del ambiente ordinario.
Fleishmann y Pons llevaban trabajando en aquello desde 1984 y su anuncio emocionó a un mundo que aún digería el trágico accidente de Chernóbil. Los periódicos de todo el mundo se hacían la misma pregunta, ¿estábamos ante la posibilidad de una energía limpia, barata y segura? La respuesta es complicada.
La "fusión fría" que nos dejó helados
Presa del entusiasmo, cientos de investigadores de todo el mundo se lanzaron a replicar el experimento. Sin mucho éxito. Para finales de 89, la mayor parte de investigadores ya eran muy escépticos de que esto fuera a algún lado y muchos hablaban abiertamente de fraude.
Sobre todo, cuando empezaron a surgir los rumores de que Fleishmann y Pons habían adelantado el anuncio para que un competidor de la Universidad de Brigham Young no se les adelantara. Tras cinco meses de análisis, un comité del Departamento de energía de EEUU recomendó no financiar investigaciones costosas sobre el tema. Se acabó el hype.
La fusión fría quedó en el imaginario colectivo, pero en la realidad de los laboratorios muy pocos investigadores seguían buscándola. Justificadamente, además. David Goodstein escribió un libro en 2010 (“On Fact and Fraud. Cautionary Tales from the Front Lines of Science”) en el que disecciona de forma brillante la trampa científica en la que se había convertido esta línea de investigación.
Pero, como dice Michael Koziol en Spectrum, este año están pasando muchas cosas. Demasiadas y quizás sea un buen momento para ver qué es lo que ocurre. Un par de ejemplos: en junio, un grupo de investigación japonés registró un exceso de energía al exponer nanopartículas metálicas a hidrógeno. En septiembre, PNAS publicó un trabajo sobre reacciones nucleares de baja energía y las situó como ‘tecnologías emergentes’.
Hacia las reacciones nucleares de baja energía
¿Qué ha pasado? Que hemos dejado de tratar de entender la "fusión fría" y hemos empezado a tratar de entender los experimentos y fenómenos que teníamos encima de la mesa. Estos trabajos concretamente encajan con los intentos de la teoría Widom-Larsen para entender las "reacciones nucleares de baja energía" no como átomos de hidrógeno fusionándose entre sí ('fusión fría' en sentido estricto), sino como protones y electrones creando nuevos neutrones.
La propuesta de Widom y Larsen, como señala uno de los comités del Departamento de Energía de USA, “explica observaciones de numerosos experimentos sin invocar nuevos mecanismos físicos o ad hoc” y, aunque no le faltan los críticos, goza de buena reputación en el mundillo de la electroquímica.
Pero es que, además, explica la dificultad que durante años hemos tenido para replicar estos experimentos: para conseguirlo se hubiera necesitado un control a escala nanométrica sobre la forma del metal que no estaba a disposición de los investigadores a finales de los 80. Es decir, se trata de algo que se podía lograr por azar, pero que era imposible hacer intencionadamente.
Que la teoría Widom-Larsen gane enteros es una noticia excelente. Sobre todo, porque puede significar que la financiación vuelva a este olvidado campo de la física tras décadas de abandono. Las aplicaciones prácticas no están (ni se las espera), pero este es el primer paso que necesitábamos para encontrar las respuestas que llevamos tanto tiempo buscando.
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