Decir que 2022 ha sido el año más cálido desde que tenemos registros es no decir nada. Lo que ha pasado con 2022 es mucho peor. Si hacemos caso al IPCC de la ONU, "muy probablemente 2022 sea el año más cálido en 2.000 años" y hay "bastante probabilidad" de que lo sea también de los últimos 100.000 años. Es una barbaridad absoluta y, sin embargo, eso no es lo peor.
¿Qué es lo peor? Seguramente que La Niña, ese enorme "aire acondicionado" que se activa recurrentemente sobre las aguas del Pacífico ecuatorial, tiene los días contados. Eso es lo que se extrae del último informe de la Agencia de la Atmósfera y el Océano de Estados Unidos (NOAA): que La Niña está empezando a dar señales de debilitamiento y, con mucha probabilidad, a finales de febrero podamos dar carpetazo a la "fase fría" de la Oscilación Meridional.
Los meteorólogos están procediendo con mucho cuidado porque (si bien es cierto que hay una probabilidad del 71% de que el ENSO entre en "fase neutral" en marzo) no está claro cuándo empezará la "fase cálida" y eso es fundamental. Durante esta fase (la que conocemos como 'El Niño'), la falta de vientos alíseos que interaccionen y 'refresquen' la superficie del océano Pacífico se traduce en una acumulación de agua caliente que eleva muy significativamente la temperatura de todo el planeta.
La pregunta inevitable es que si hemos visto estas temperaturas en la "fase fría", ¿qué pasará durante la cálida?
"El Niño se acerca y el mundo no está preparado". Esa es la conclusión principal que defendía Bill Mcguire en Wired y no le falta razón. Pese a las olas de frío en Sudamérica y Estados Unidos, 2022 ha sido un año extremadamente caluroso en todo el planeta. Un 2023 o un 2024 sin la influencia refrescante de La Niña puede situarnos en escenarios térmicos nunca vistos.
Y no es solo una cuestión de récords de temperaturas, es lo que esa subida trae consigo: en buena parte del mundo, esas altas temperaturas se traducirán en sequías aún más pronunciadas (el suroeste de EEUU vive la sequía más grande en 1200 años, por ejemplo), en reducción de cosechas y en problemas energéticos (por no salirnos de EEUU, la presa Hoover ya ha reducido a la mitad su producción de energía por la falta de agua).
¿Por qué no estamos preparados? Si bien es cierto que el cálido invierno europeo ha sido una bendición frente a las restricciones energéticas, un escenario en el que esos problemas energéticos se mantengan en el tiempo y se le sumen problemas en el suministro de alimentos es una bomba de relojería. No hay que olvidar que el gran antecedente de la Revolución Francesa fue, precisamente, la "guerra de las harinas" (más de 300 revueltas populares relacionadas con el precio del trigo). El hambre, como no puede ser de otra manera, es el gran catalizador del descontento social: el mundo puede convertirse en un polvorín.
Pero el problema, como es evidente, va mucho más allá. Cuando hablamos de 'cambio climático' y temperaturas hablamos de 'puntos de no retorno'. El consenso entre los expertos es que el clima es relativamente estable entre ciertas horquillas de temperaturas, pero cuando sobrepasamos algunas líneas rojas, los cambios pueden ser sorprendentemente rápidos. Nadie está preparado para eso. Ni a nivel económico, ni a nivel sanitario, ni a nivel de infraestructuras. No parece probable que este El Niño nos empuje hasta atravesar esas líneas rojas, pero sin lugar a dudas (si es intenso) nos acercará al precipicio.
¿Cómo afecta todo esto a España? Pues, aunque pueda parecer extraño, no de la peor manera posible. Aunque los efectos de El Niño son muy evidentes, nuestro país está lejos y su infuencia es más moderada. Es cierto que podremos ver un ascenso general de las temperaturas, pero (como contrapartida) podemos esperar más agua. A diferencia de La Niña, el Niño pone a España bajo la influencia de una circulación subtropical más intensa de lo normal y eso puede acabar resultando (sobre todo, con NAO negativa) en un pasillo de tormentas realmente espectacular. Justo lo que necesitaríamos para ponerle coto a la sequía.
No es un escenario óptimo. Ni siquiera uno bueno. Los modelos del mes de enero apuntan a un mantenimiento de la tendencia de altas temperaturas y, aunque el vórtice polar está muy debilitado y podemos tener sorpresas, nada hace presagiar un invierno más o menos normal. Haya más agua o no gracias a El Niño, el país no va a dejar de desertificarse a ritmos agigantados, ni nuestro modelo va a hacerse más sostenible.
Sin embargo, dentro de las continuas anomalías que estamos sufriendo, poder dejar de preocuparnos por el agua embalsada, ya sería una victoria. Pírrica, pero una victoria. En una guerra tan larga como la climática hay que aprovechar cada una de ellas.
Imagen | NASA Jet Propulsion Laboratory
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