Aún a medias de este marzo extremadamente húmedo, Málaga ya tiene en sus embalses agua suficiente para dos años de consumo. No sólo es que las reservas de la provincia estén ya casi al 50% de capacidad, es que algunos de sus puntos más débiles (como la Axarquía) van a conseguir dejar atrás la pesadilla de la escasez grave.
Y, sin embargo, todo es gracias a un golpe de suerte.
¿Un golpe de suerte? A día de hoy, y a falta de que analicemos todo con detalle, esa es la única forma cabal de entender este mes de marzo. El mejor ejemplo de ello es Almería donde los pantanos se encuentran al 8,93%. La única diferencia sustancial entre estas dos provincias es la geografía: si el tren de tormentas llega a pasar unos cientos de kilómetros más al norte, Málaga seguiría al borde de la quiebra hídrica.
Algo que especialmente preocupante si tenemos en cuenta que hay decenas de infraestructuras por poner en marcha.
La carta a los Reyes Magos... Cosas como la construcción de la desaladora de la Axarquía, la ampliación de la de Marbella, los proyectos para regar frutas tropicales con aguas regeneradas, el recrecimiento del embalse de la Concepción o la creación de la presa de Gibralmedina siguen siendo medidas pendientes.
Infraestructuras que se llevan planteando en los últimos dos años (o mucho antes) y que se han quedado en fase de estudio cuando la situación ha dejado de ser crítica.
¿Y ahora qué? Esa es la pregunta que se hace todo el mundo. Las autoridades insisten en que "ahora nada", que hay que seguir la hoja de ruta trazada y trabajar para estar preparados. Sin embargo, la experiencia histórica nos dice que sin una clara presión contextual, las medidas tienden a abandonarse.
Aún peor, la experiencia histórica nos dice que "cada periodo seco ha servido para implantar medidas de emergencia para la agricultura o permitir prácticas que no se eliminaron al volver las lluvias, se emplearon para ampliar regadíos, aumentando el problema de sobreexplotación y contaminación de acuíferos y los humedales a los que alimentan".
Una preocupación más que justificada. No es algo inmediato (los efectos de la sequía del 95 sobre la mancha tardaron años en verse; los de la del 2009, también), pero es una tendencia clara. Las infraestructuras son caras, poco atractivas a nivel electoral y, cuando dejan de verse como necesarias, tienden a olvidarse.
De hecho, lo que ha ocurrido una y otra vez es que los márgenes de eficiencia que ha conseguido el sistema hídrico gracias a las nuevas restricciones, inversiones y mejoras de gestión, se dedican a otros sectores económicos (sin mediar iniciativas para volvernos más resilientes). Es la ley de Say en vivo y en directo.
No es algo sorprendente: el mismo año pasado, en plena sequía, vimos decisiones extremadamente polémicas que trataban de garantizar el funcionamiento de determinadas industrias y sectores mientras se recortaba a la población local. ¿No es esperable que esas ayudas aumenten ahora que el suministro no está en riesgo?
La difícil tarea de prepararnos para lo que viene. Aunque estas lluvias han sido recibidas con gran satisfacción, lo cierto es que la tendencia a la desertificación sigue aquí y, a la vista del ritmo al que avanza, no parece que estemos siendo muy efectivos en combatirla.
Ahora es el momento de reflexionar sobre ello, vencer inercias y crear un plan ambicioso que proteja el futuro hídrico del país. Porque, recordemos, la diferencia entre Málaga y Almería es solo un golpe de suerte.
Imagen | Veronika Hradilová | Michael Gaylard
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