El próximo 14 de diciembre se estrena 'Star Wars: Los últimos Jedi' y desde Xataka nos hemos propuesto un reto interesante: hemos llevado a un fan de 'Star Wars' (Ángel Luis Sucasas) y a un hater de la saga (John Tones) al preestreno para que nos cuenten qué les ha parecido la película. Éste es el resultado.
Una opinión de un fan de Star Wars: Ángel Luis Sucasas
Escoba. Mejor aún, palo de escoba. Recuérdenlo bien. Y estén tranquilos. Es el único spoiler que encontrarán en estas líneas.
'Episodio VIII' ha pasado por mis ojos, unos ojos por los que pasaban, cada fin de semana, en unos VHS ya blanquecinos por el desgaste, la sagrada trilogía. Sagrada porque la ficción, cuando se tienen seis, siete, doce, quince años, es lo más parecido a la religión. 'Star Wars' es, si queremos reducirlo a un tópico muy anglosajón, parte de mi ADN. Soñé muchas veces, en technicolor y 4D, porque eso de que soñamos en blanco y negro es soberana chorrada, que era Luke Skywalker. Luke Skywalker triscando por bosques gallegos con un sable de luz esmeralda. Muchas, muchas veces.
He debido ver 'Episodio IV', 'V' y 'VI' al menos un centenar de veces (cada uno de los episodios). Me autoconvencí a mis catorce años, tras ver el estreno de 'La amenaza fantasma', de que me había encantado, de que Darth Maul era lo más y Jar Jar Binks no molestaba tanto. Días después, lloraba en una esquina, hecho un ovillo literario más que literal. Luego llegaron 'II' y 'III' y mi corazoncito se rompió como una estrella de la muerte bajo un implacable torpedo de protones. Y renegué, como tantos otros, de maese Lucas. Me refugié en los buenas, ¿qué buenas?, ¡sagradas! Que eran la 'IV', 'V' y 'VI'.
Luego llegó VII, con el mejor fontanero de Hollywood al timón, un tal, por hacer el chiste, Jar Jar Abrams. La primera frase de la película era: “Esto hará que las cosas vayan bien”. La decía nada menos que Max Von Sydow. Tenía toda la puñetera razón. Mi corazón volvía a latir con el fulgor de los cristales de Dantooine. No me pidan que les explique cada referencia que incluya en esta pseudocrítica. Soy un fan aquí. Un habitante de otro mundo. Un wookiepedio.
Por cierto, como nota a pie de página, antes de seguir conquistando cerros de Úbeda, puedo blandir una prueba inefable de mi friquismo. Cinemanía, y otras publicaciones, se hicieron eco del Episodio VII alternativo que forjé con mi bro Francisco Miguel Espinosa y casi una veintena de artistas del lápiz y el pincel. Más una banda sonora completa del maestro Alejandro Zarzalejo. No es coña. Repito, no es coña. Escribimos un guion completo de cine que tuvo su estreno como obra teatral leída en Fundación Telefónica. Varios asistentes nos dijeron que, por bueno que fuera lo de Abrams, porque lo estrenamos antes, no podría igualar al nuestro. Eso que me llevo a la tumba.
Vamos, que el algodón no engaña. Si me toca, se mancha de friqui. Huele a tauntaun.
Pero ya basta de prolegómenos. Hablemos de 'VIII', 'VIII' sin spoilers, claro está. Pero 'VIII' al fin y al cabo. Creo que quiero empezar por un par de cañas que me tomé en el festival de Sitges. La una, con Colin Edwards, director de 'Rogue One'. La otra, con Rian Johnson, director de 'Episodio VIII'. Ambos tragos en tan ilustre compañía terminaron con un suspiro soñador. Ambos me dijeron: “Mataría por dirigir una de Star Wars”. Visto el resultado, igual hay que empezar a buscar los cadáveres. Las arenas de Mos Eisley, que deben estar más pobladas de fiambres que las de Las Vegas, no serían mal sitio.
Rian Johnson. Director y guionista de 'Brick', una de noir en un instituto. Director de 'Los hermanos Bloom', una tragicomedia o una comedirama, ¿quién podría decirlo? Director de 'Looper', lo mejor de viajes en el tiempo desde 'Regreso al futuro'. Y un friki de muchos parsecs. Y una persona suave y amable cual abrazo de ewook. Estaba convencido, desde antes de sentarme, que me iba a conquistar. 152 minutos después, ¿saben qué pasó? Que me conquistó. Estaba sentado con una gran sonrisa. Y, a pesar de que hablando con un amigo y buen entendedor galáctico, las dudas salieron a flote, la sonrisa no se me borró de la cara. Sigo sonriendo mientras escribo esta línea ahora. Soy boba(¿fetta?, demasiado…)mente feliz.
'VIII' probablemente no es una película perfecta, de esa envidiable redondez que tiene 'El imperio contraataca'. Vamos, probablemente no, seguro. Quiere ser la peli total de 'Star Wars'. Quiere tener aventuras ligeras en un mundo divertido y estrambótico como lo es ese Tatooine de Jabba El Hutt. Quiere ser solemne y honda como lo es ese adiestramiento de Luke en Dagobah por el zen maestro Yoda. Quiere tener la épica espacial de esa contrarreloj contra la primera Estrella de la Muerte, con Yavin de fondo. Y quiere ofrecer un combate de trincheras tan intenso, guerrillero e inolvidable como el combate contra los AT-AT en los helados parajes de Hoth. De todo lo que quiere, lo consigue casi todo. Pero en medidas distintas.
El corazón, la parte honda, la que nos conecta con la Fuerza, con la sangre sin par de los Skywalker, con la extraña conexión del malvado Ben Solo y la bondadosa Rey, con Luke y Leia y el vacío de Han, late con una fuerza atronadora. Es, sencillamente, lo más solemne, bello y profundo de esta inigualable saga. La parte más ligera, la de las aventurillas que empatan los grandes arcos de la película, son más débiles; malas, jamás; inolvidables, tampoco. La parte de pura épica es abrumadora, en escala y estética.
No destripo a nadie que haya visto los tráilers ese uso alucinante del rojo sobre blanco en un planeta concreto. Hay una enorme cantidad de detalles pictóricos, propios de un ojo de artista más que de artesano. En 'VII' ya se intuían, como por ejemplo ese plano de un destructor varado en la arena y Rey deslizándose por las dunas, con una música de John Williams que también se desliza. Pero aquí explotan en lo que es, sin duda alguna, el episodio mejor dirigido de todos. También hay que decir que Johnson se recrea en su ombligo y su épica a veces cansa por acumulación. Cansa un poquito, pero cansa.
Es probable que haya un 'Episodio VIII' más atlético, de dos horas justitas, todavía mejor que el que vi ayer. Pero el que se estrena este viernes, el de 152 minutos, es una auténtica maravilla. ¿Imperfecto? Pues sí. Y no importa ni un escupitajo de dug. No importa porque le sobra corazón, alma y ternura. Con todo lo bueno que tiene, eclipsa aquellos momentos más intrascendentes, esas notas por las que hay que pasar para llegar, como dice un amigo mío, al mantecón.
Y hay un cameo, un fan-service, como se estila ahora decir, monumental. Pone los pelos de punta, arranca una ovación y chillido al fan incontinente y hace reír a placer a cualquiera de la sala. Porque es mucho más que un cameo. Es una reverencia a todo lo bueno que hay en este cuento que nos hemos creído, camino del medio siglo ya, todo el planeta.
No lo duden. Si son fans de Star Wars, como toda gente de bien, 'VIII' es un sí. Perdón, es un: ¡SÍ!
Léanlo con rugido de Chewie:
¡SÍ!
¡SÍ!
¡SÍ!
Abrams, si fallas en el 'IX', habrá antorchas. Y pira. Y fuego purificador.
Una opinión de un hater de Star Wars: John Tones
Es complicado tenerle manía a 'Star Wars', como concepto, por una serie de cuestiones que, por mucho que se quiera poner uno cascarrabias, son indiscutibles. Primero, quién puede negar que ha convertido en asequible para el público masivo un subgénero relativamente complicado dentro de la ciencia-ficción (de acuerdo, no tanto como el cyberpunk, pero desde sí más complejo que las invasiones extraterrestres) como es el space-opera. Que luego esa masificación ha traido sus propios problemas, todos de acuerdo, pero el alcance y el impacto son indiscutibles, para bien o para mal.
Segundo, no hay película de 'Star Wars' que no sea asequible y disfrutable casi de manera inmediata, de forma insultantemente efectiva, como si escupieran a la cara del aficionado más recalcitrante "¿Ves? Si es fácil cuando lo intentas...". Todas entran como el agua, rápidas, indoloras y sin más trascendencia que la que quiera poner el espectador de su parte. Hasta las más duras de digerir, que para este humilde crítico son las dos primeras precuelas, tienen ese aire de diversión sin complicaciones. De nuevo, parte de sus problemas vienen de ahí.
Y tercera cuestión más o menos definitoria: su impacto en la cultura pop es absolutamente incalculable. La primera trilogía cambió la forma no ya de narrar los blockbusters, sino de venderlos. El concepto actual del merchandinsing lo inventó 'Star Wars', y de ahí para arriba. La cantidad de imitaciones, plagios y derivados que ha generado la saga es innumerable. Solo un ciego le negaría a 'Star Wars' el trono.
Los defectos que 'Star Wars' ha exhibido desde su primera entrega es precisamente lo que define y hace especial a la saga, y lo que piden los fans.
Bueno, pero... ¿no venía yo con las hordas a destrozar 'Star Wars' y a no dejar títere con cabeza? ¿Qué es esto de arrancar con los elogios? Mi propósito, básicamente, es dejar claro que puedo tenerle manía a las Guerras Estelares, pero también tengo ojos en la cara: el alcance de 'Star Wars', su épica fácil, su visión de una guerra de envergadura cósmica como una sucesión de batallas espectaculares y sin violencia, su misticismo de andar por casa, su sentimentalismo que funciona casi como deus ex machina, su abrazar tópicos y viajes del héroe, sus criaturas adorables hasta la urticaria y su sencillez expositiva pueden resultarme repelentes a mí y a los devotos de la ciencia-ficción de línea dura. Pero es justo eso lo que ha convertido 'Star Wars' en un hito de su envergadura actual. Defectos o virtudes, es lo que define a la serie.
¿Y qué tiene que ver toda esta generalización con 'Los últimos jedi'? Esencialmente, todo: para bien o para mal -de nuevo-, el evento 'Star Wars' de este año suma perfectamente (casi matemáticamente) todas las características habituales de la saga. Es divertida y olvidable, impecable a nivel técnico y combativamente poco ambiciosa en el artístico. Disney no está para experimentos ni para frustrar a ningún seguidor de la serie, y cada nueva entrega es predecible y acomodaticia... como exige el buen fan.
La Fuerza de Nueva Hornada
A todo esto se añaden un par de características que, ya con tres películas, podemos corroborar como indisociables de esta nueva encarnación post-Disney de la serie. Por una parte, cierta frialdad a la hora de replicar las constantes temáticas y estéticas de la serie. Cada entrega, obligada a millones de seguidores, acumula referencias y personajes secundarios de forma casi mecánica, apresuradamente (porque todo no cabe) para cubrir la cuota de cameos y guiños correspondientes.
Miembros históricos de los Rebeldes, naves clásicas vengan o no a cuento, frases históricas... el resultado es que el álbum de cromos a veces no tiene toda la coherencia deseable. Por ejemplo, hay una secuencia climática en 'Los últimos jedi' -de las mejores de la película, por otra parte- que parece planteada únicamente para mostrar unos vehículos (con justicia: es de los mejores diseños de la franquicia) adorados por los fieles. La escena se siente como un pegote, pero la casilla de "Apariciones de elementos anteriores de la serie" queda marcada.
La segunda característica que 'Los últimos jedi' parece confirmar es la completa autoconsciencia de la saga. La aparición de Leia, Han, Luke, Chewbacca, los droides de la primera trilogía, el Halcón Milenario (el uso que se le da a la legendaria nave en esta entrega da un poco de vergüencita, clonando sus grandes éxitos uno tras otro) obedecen a cuestiones que no tienen nada que ver con la coherencia argumental, y la franquicia tira adelante con ello como buenamente puede: encadenando cameos y haciendo que los personajes retomen sus frases míticas hasta el punto de rozar la autoparodia.
De hecho, esa autoparodia (voluntaria: la involuntaria se remonta a los tiempos de 'El retorno del jedi') va a ser el caballo de batalla de muchos fans con esta entrega: los más estirados bramarán en contra de chistes que frivolizan con la solemnidad Jedi o con lo intensitos que se ponen a veces los altos cargos del Imperio. Es una consecuencia clara de esa autoconsciencia derivada de la huida hacia adelante de Disney con la saga: hace tres entregas que los personajes saben que son personajes. Era cuestión de tiempo que Disney comenzara a deslizar chuflas sobre el tema en las películas, aunque parece más o menos seguro garantizar que tardaremos en ver un 'Thor Ragnarok' con los personajes de Star Wars.
Salvo un bache de interés en el segundo tercio de la película -derivado de la ansiedad de Disney por crear un nuevo Han Solo y por una decisión de guion que hace que las dos aventuras que vertebran la película solo se toquen con la punta de los dedos-, hay suficientes detalles en 'Los últimos jedi' como para que valga la pena acercarse al cine. Por muy descreído que se sea con la saga.
El arranque es potente e icónico. Se presta atención a los nuevos personajes y se confía en ellos (aunque a veces un poco con el piloto automático, como si ya se hubiera hecho todo el trabajo en 'El despertar de la Fuerza'). La mejor set-piece del conjunto, coprotagonizada por un héroe y un villano, es enérgica y con la mezcla justa de pasión y acción (y las escenas que derivan de ella son las más originales y creativas del conjunto). La dualidad entre el lado oscuro y el luminoso de la Fuerza tiene en 'Los últimos jedi' una de sus plasmaciones más complejas, gracias a los personajes de Rey, Kylo Ren y el propio Skywalker. Esta entrega, en fin, como todas, discurre veloz y sin complicaciones.
Y a la vez, es 'Star Wars'. No hay sorpresas. Todo está cuadriculado. Los principales hallazgos visuales y de diseño proceden de la primera trilogía. Quejarse de 'Los últimos jedi' por los problemas que la serie arrastra desde hace tanto tiempo puede resultar algo insidioso, pero están muy a la vista. Otra cosa es que a todos nos apetezca, de tanto en tanto, rebozarnos en unos códigos narrativos y visuales a prueba de bombas desde hace tres décadas. Hasta un hater tiene que claudicar ante lo obvio.
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