Siempre he sido —y seré— un gran defensor de lo que muchos definen con un término tan grandilocuente como “experiencia cinematográfica”; algo que yo reduzco al simple ritual de compartir el visionado de una película junto a un público lo más nutrido posible en una sala de cine bien equipada, con una pantalla y un sistema de sonido que permitan una total inmersión y respeten la intención del equipo técnico y artístico responsable del largometraje.
Dicho esto, no seré yo quien reniegue de las posibilidades que ha abierto la irrupción de los servicios de streaming en nuestros hogares; principalmente en lo que respecta a evitar marabuntas de espectadores incapaces de guardar su teléfono móvil durante un par de horas, y a no sufrir los malos calibrados que suelen estar a la orden del día en las instalaciones de salas comerciales.
De tener un televisor —o un proyector, como es mi caso— en condiciones, estas comodidades podrían invitarnos a convertir el salón de casa en nuestro nuevo cine de cabecera, pero aún existe un gran escollo que el video on demand debe combatir para lograr la hegemonía cinéfila sobre la exhibición tradicional, y pasa por sus contenidos de producción propia.
Desde el desembarco en España de Netflix se ha puesto en entredicho al que, actualmente, continúa siendo el principal referente del sector, en lo que respecta a su oferta de originals cinematográficos; dudas que, más de cuatro años después, continúan presentes apuntando a una calidad que suele dejar mucho que desear. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto? ¿Ha sido, y es tan pobre el catálogo de la gran N? Salgamos de dudas.
De inicios prometedores y caminos irregulares
Los Óscar a la mejor dirección, la mejor dirección de fotografía y la mejor película de habla no inglesa —y las siete nominaciones adicionales— que la magnífica ‘Roma’ de Alfonso Cuarón logró cosechar en la ceremonia de 2019 fueron el punto de inflexión para una Netflix cuya división cinematográfica había estado unos tres años buscando el reconocimiento y el abrazo más firme del público y la industria.
Este hito supuso un arma de doble filo. Su parte positiva, más que obvia, reforzó la imagen de la plataforma y la afianzó como un estudio al que tener muy en cuenta junto a las majors de toda la vida que continúan en activo; no obstante, el merecido éxito de ‘Roma’ evidenció una más que notable carencia de esos grandes títulos que, más allá de contentar a los suscriptores, aportasen un extra prestigio.
Aunque el gran bombazo llegase de la mano del cineasta mexicano, resultaría injusto ningunear unas originals —recordemos que, bajo esta marca, se incluyen tanto producciones propias como cintas distribuidas en exclusiva— que debutaron el 16 de octubre de 2015 con la notable ‘Beasts of No Nation’ de Cary Joji Fukunaga. Un arranque por todo lo alto que sirvió a Idris Elba para ganar una nominación al Globo de Oro, y que elevó las expectativas hasta límites contraproducentes.
Desde entonces, y hasta finales de 2017, el grueso de filmes de la casa estuvo marcado por una tendencia en la que piezas simplemente aceptables, de consumo rápido y, generalmente, con premisas interesantes y desarrollos decepcionantes, como ‘ARQ’, ‘Spectral’, ‘The Discovery’ o ‘Hasta los huesos’, convivieron con productos de una mayor calidad.
Entre estos últimos figuran títulos de la talla de ‘Ya no me siento a gusto en este mundo’, la exquisita ‘Okja’ del maestro coreano Bong Joon-ho, la adaptación de ‘El juego de Gerald’ de Stephen King a cargo de Mike Flanagan, ‘The Meyerowitz Stories’, o una ‘Bright’ que, pese a haber sido duramente criticada, seguiré defendiendo como un blockbuster que reivindicar sin nada que envidiar a los destinados para la gran pantalla.
Por desgracia, los números no mienten, y haciendo cómputo global, este último tipo de películas, mucho más atractivas y sólidas, no eran más que excepciones dentro de una lista cargada de opciones que pasaron sin pena ni gloria por las pequeñas pantallas de medio mundo. Pero con la llegada de 2018, la balanza se equilibró considerablemente.
Ganando músculo
Si obviamos la horripilante ‘Puertas abiertas’ —creedme cuando os digo que es mejor olvidarse de ella—, el 2018 de Netflix arrancó con ‘The Cloverfield Paradox’; una más que decente secuela de la franquicia iniciada en 2008 con el suficiente calado y repercusión como para augurar buenos presagios de cara al nuevo curso cinematográfico.
Por supuesto, el goteo de filmes “de segunda” continuó incesante de aquí en adelante —pocos se acuerdan ya de ‘TAU’, ‘Polar’, ‘La perfección’ o ‘The Outsider’—; pero el incremento de sorpresas y grandes nombres aumentó exponencialmente, dando la bienvenida a autores como Jeremy Saulnier —‘Noche de lobos’—, Paul Greengrass —’22 de julio’—, David Mackenzie —‘El rey proscrito’—, los hermanos Coen —‘La balada de Buster Scruggs’— o el mencionado Alfonso Cuarón.
El impulso cogido por el servicio de streaming en 2018 le permitió alcanzar un nuevo nivel en 2019, reafirmándose como una gran potencia gracias a rarezas como la ’Velvet Buzzsaw’ de Dan Gilroy, al doblete de Steven Soderbergh con ‘High Flying Bird’ y ‘The Laundromat’, al bombazo de acción ‘Triple frontera’ a la adaptación shakeaspeariana ‘The King’, o al brutal jolgorio que Michael Bay ha creado en su divertidísima ‘6 en la sombra’.
Esta querencia ascendente experimentada el año pasado terminó culminando con una recta final en la que ‘El irlandés’ de Martin Scorsese, ‘Historia de un matrimonio’ de Noah Baumbach, ‘Los dos papas’ de Fernando Meirelles, las cintas animadas ‘Klaus’ y ‘¿Dónde está mi cuerpo?’ los documentales ‘American Factory’ y ‘La democracia en peligro’, han servido a la gran N para hacerse con la friolera 24 nominaciones a los Óscar 2020.
El factor riesgo
Como ha quedado claro a lo largo de la historia del cine y la televisión, las nominaciones y los premios no lo son todo. ¿Dónde radica, pues, la principal virtud de Netflix, ya no como plataforma de VOD, sino como productora y distribuidora de contenido original? La respuesta se encuentra en el riesgo que toma a la hora de seleccionar sus proyectos y en la libertad creativa que concede a sus directores.
A excepción de productoras como, por ejemplo, A24, en Netflix encontramos un atípico oasis en tiempos de universos compartidos, fórmulas y filmes clónicos cortados por un patrón que se repite incansable. Algunos de los títulos resultantes de la valentía del estudio han terminado traduciéndose en batacazos como ‘Mute’, pero, por suerte, es una excepción entre grandísimas sorpresas.
Por poner algunos ejemplos de estas “tapadas” que han logrado mantener mi suscripción a la plataforma inalterable, mencionaré títulos como la brutal ‘El apostol’ de Gareth Evans, ‘The Babysitter’, la salvajada indonesia ‘The Night Comes for Us’, la controvertida e imposible adaptación de ‘Death Note’ firmada por Adam Wingard y, sobre todo, una ‘Aniquilación’ que jamás hubiese llegado a los cines de fuera de Estados Unidos y Canadá de no haber sido por Netflix.
En este punto sólo nos queda dar una respuesta contundente a la pregunta sobre la que ha pivotado este repaso: ¿Hay buen cine en Netflix? La mejor solución al enigma pasa por considerar la plataforma de streaming como un reflejo de las carteleras de nuestros cines —hablando en plata, hay de todo—, pero sumando este “factor riesgo” a la ecuación.
En lo que a mi respecta, no puedo evitar esperar ansioso un 2020 en el que David Fincher, Spike Lee y Ben Wheatley serán los tres grandes reclamos de la compañía de Ted Sarandos. Sumando y siguiendo.
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